Previsiones
-Copón bendito, Benita, ¿dónde vas con todo eso?
Benita se recoloca un mechón de color castaño ondulado con su mano derecha, que queda atrapado detrás de su oreja. El día pinta nublado. No presta demasiada atención a la pregunta de su compañero mientras sitúa los bártulos para la excursión en el maletero. Tras unos segundos de contemplación, le dice:
-¿Tú crees que es lo mismo caminar o que te lleven en una silla de ruedas cuando bajan las temperaturas? ¿Crees que está de más llevar un poco más de agua y comida? ¿Y las medicinas y algo de botiquín ad hoc? ¿Y si se estima que hay un 50% de posibilidades de lluvia, crees que tres o cuatro chubasqueros abultan mucho? ¿Chafaremos las ruedas del coche si metemos cinco gorros y cinco guantes? ¿Has comunicado a dos portavoces familiares toda nuestra ruta por el aplicativo?
El del «copón bendito» ha sufrido un golpe de realidad en su ser. Una excursión con personas con discapacidad intelectual y/o del desarrollo, y no se le ha ocurrido ir un paso más allá: pensar en la comunidad, en el grupo. Luego, será el primero en hacer muy amena la excursión, en compartir, en postularse como el número uno en llevar la silla Joëlette. Ser el aguador. Sin embargo, a priori, no se ha planteado nada, no ha imaginado posibles contingencias, no ha sido previsor. Menos mal que está Benita. Pero, ¿y si no estuviera?
No sabemos cómo abulta y pesa en el devenir de la psique humana el hecho de que tras una decisión como jueza ocurre la muerte de una mujer a manos de un hombre. Uno imagina una caída en un pozo gris por rumiación inmisericorde de tu ego. Claro, teniendo en cuenta que uno ya viene de serie con la mente a merced del clima, o dicho de otra forma: con la mente a la deriva.
No se trata de que la decisión de la que es responsable un juez, sometido a la ley como todos, tras una denuncia en la que se le pide ayuda para el miedo, haya decidido que ese miedo del otro no es suficiente para establecer mecanismos legales como una orden de alejamiento. No, no se trata de que entre en escena la culpa. No ha sido la jueza quién ha asesinado a la mujer. Eso lo tenemos meridianamente claro. También lo fácil que se relativiza con la ley en la mano el miedo de los otros.
Pero, ¿cómo digiere y canaliza nuestra materia gris el hecho de que la chica que hace un par de semanas estaba frente a nosotros ya no está nunca más?
Cuántas y cuántas cabezas han jugado en la frontera que divide la cordura de la locura imaginando ser protagonistas de esta historia. Porque empiezas a abrir puertas y, aunque cierres muy rápido, ya has visto el navajazo y la sangre, la rabia absurda e inculta del asesino y a los menores con expresión de pánico ancestral. ¿Y cómo se lleva eso de haber estimado que no había ese peligro de muerte? ¿Y qué respondes si te preguntaran si volverías a decidir lo mismo después de saber que la chica que había acudido a tu juzgado en busca de ayuda para combatir su miedo ha sido asesinada? Ah, ¿se podía haber decidido otra cosa?
¿En ese caso sí o en ese caso no? (es muy fácil hablar a posteriori, lo sabemos) ¿Tomaste el tiempo necesario en el estudio? ¿Eres de los que piensan que no se pueden emitir órdenes de alejamiento a la ligera porque atentan contra derechos humanos fundamentales? ¿Hubiera muerto igual con una orden de alejamiento? ¿Qué ocurrió en otros casos muy semejantes? ¿Cómo actuó el juez? ¿Qué medidas impuso? ¿Es prevaricar emitir una orden de alejamiento cuando sabes que el hombre la ha amenazado y le ha levantado la mano?
Quizá el hecho de la noticia de la muerte de la persona denunciante y el tremendo shock al enterarte avive en ti la negación de cualquier responsabilidad como mecanismo de defensa, de parche, de tapón antipérdida de estribos. La claridad con que ves que ha sido un accidente, puro azar, porque no vale de nada que te defiendan desde arriba, desde la presidencia de un tribunal superior, que saquen a relucir el artículo donde lo dice bien claro, porque todo depende de tu capacidad mental para no dudar.
Según el diario El País, la misma jueza que consideró que no se daban las condiciones necesarias para establecer una orden de alejamiento ha sido la misma que ha enviado a prisión provisional, comunicada y sin fianza, al presunto asesino. Afortunadamente para ella, para la jueza, creemos, le asistirán muros muy altos e inexpugnables donde los pensamientos no se perciben y mucho menos se hacen conscientes, pues de lo contrario sería insoportable. Aunque los efectos no hayan seguido el hilo de las causas, repito.