¿Por qué afecta el covid-19 a nuestra salud mental?, según Elena Sánchez

Elena Sánchez Hernández

La pandemia nos ha sumido en un tiempo de indirección, tal y como lo describe el psicoanalista Ricardo Rodulfo. Este estado de indirección consiste en que hemos perdido la posibilidad de predecir el futuro. Una falta de previsión que ha fracturado la continuidad de nuestras vidas, tal y como la conocíamos y la habíamos imaginado hasta ahora.

Curiosamente, compruebo esto mismo en el momento que escribo estas líneas. El aviso de una noticia se cuela por una ventana en la pantalla de mi ordenador: se trata del cierre de toda actividad no esencial hasta el 10 de enero en Alemania. Indirección es esto que acaba de pasar. ¿Imaginábamos hace un mes, hace 15 días, unas medidas como estas en plena campaña navideña?

Sumidos en una falta de dirección clara que guíe nuestras acciones, nuestra experiencia con el tiempo se nos antoja extraña. El tiempo avanza; pero, en cualquier momento, las restricciones para paliar el número de contagios nos impiden que avancemos en una dirección que, hasta hace poco, considerábamos adecuada y que marcaba el ritmo de nuestras vidas. La planificación del futuro, a la que tan acostumbrados estamos, ha dejado de estar al alcance de nuestras manos. También la sensación de protección: no contamos con certezas que nos permitan anticipar que ocurrirá en caso de que nos contagiemos o de que nuestros hijos o familiares más vulnerables se contagien. La cotidianidad, o lo que ahora conocemos como  nueva normalidad, ha quedado empañada por un peligro difuso, latente e ilocalizable.

¿Y cómo afecta todo esto a nuestra salud mental?  La falta de certezas y de previsión, junto a la frustración que supone la restricción de los contactos sociales, nos conduce a una vivencia de indefensión e impotencia. Además, mucho de  lo descrito hasta ahora, se corresponde con las características que ayudan a los profesionales de la salud mental a delimitar el potencial daño traumático de un acontecimiento. Entre estas se incluyen lo inesperado e incontrolable de un suceso, que no forma parte de las experiencias humanas habituales y que quiebra, de forma repentina, nuestro sentimiento de seguridad. La intensidad de lo acontecido, su duración temporal y los recursos psíquicos que tiene cada persona para metabolizar la experiencia vivida, darán cuenta del impacto traumático. Es comprensible que este impacto no nos afecté por igual, pero aun así puede generar en una tensión psíquica y física factible de ser expresada a través de distintos síntomas.

Por otro lado, y una vez que la situación de pandemia ya forma parte de nuestra experiencia cotidiana, las medidas que hasta ahora se han mostrado eficaces a la hora de disminuir el número de contagios son: el control de la movilidad y las restricciones en los contactos sociales. Estas medidas  suponen un cambio brusco en nuestro modo de vida y requieren de un esfuerzo de adaptación y una pérdida importante de nuestras principales fuentes de placer: las que encontramos en los momentos de ocio compartido con familiares, amigos y conocidos.

Todos los cambios que suponen una pérdida, y más aquellos en los que la persona no participa en su elección, requieren de un proceso hasta llegar a su aceptación. Es frecuente empezar negando la situación, comportándonos como si lo que está pasando no tuviera la mayor importancia. En cierto modo esto nos protege del impacto inicial, nos ayuda a tomarnos el tiempo que necesitamos para estar preparados. Y aquí cada cual tiene sus tiempos. La dificultad surge cuando, o bien por factores externos que apoyan ese estado de negación, o bien porque no se cuenta con los recursos psíquicos suficientes para enfrentar el malestar o sufrimiento psíquico, este estado se perpetúa. Entonces hay quienes, no pudiendo sostener por más tiempo la negación, se sienten sacudidos por la rabia. Sabemos que la forma más simple y conocida de intentar calmar los sentimientos de rabia es la búsqueda de culpables y  de cobijo en la ilusión de que en algún lugar, que no es el que nos ha tocado, esto no pasaría. En ese posible lugar idílico alguien podría cambiar el rumbo de los acontecimientos. Si la persona no se queda anclada a este estado de rabia, y termina por claudicar en el empeño de señalar a un culpable, es normal que aparezca la tristeza. Esto no es malo,  siempre y cuando este estado de tristeza no derive en una melancolización que nos acerca a estados más depresivos.

La tristeza nos acompaña cuando estamos próximos a aceptar las pérdidas o renuncias que muchos de nuestros cambios vitales requieren. Es a partir de ese momento, que empezamos a negociar con nosotros mismos y con la situación: lo que es posible y lo que no, que es aquello que podemos ceder, cómo hacer para no dejar a un lado lo que consideramos prioritario, al mismo tiempo, que aceptamos ciertos cambios en nuestro quehacer cotidiano como necesarios.

Sin duda, estas navidades distintas en tantos sentidos, nos va a tocar negociar con un virus que no es bienvenido y que ha venido a ponernos las cosas difíciles. Pero, ¿qué otra salida nos queda? La negociación no va a ser posible si estamos todavía empeñados en negar el daño que el covid-19 puede ocasionar en nuestra salud o en la de las personas cercanas; tampoco desde la rabia que nos empuja a pelear con molinos de viento como si fueran gigantes, ni desde un estado de añoranza que nos mantiene aferrados a la idea de que cualquier tiempo pasado fue mejor y no hay nada que merezca la pena en el presente que nos toca vivir. Haber pasado ya, en mayor o menor intensidad, por cada uno de estos estados, nos predispone a hacer una buena negociación y a planificar estas fiestas desde el cuidado hacia nosotros y los nuestros; aceptando que este es el presente que tenemos hoy.

Este recorrido, que acabo de describir, es un proceso que realizamos en distintos momentos de nuestra vida; cada vez que nos toca afrontar cambios asociados a pérdidas, ya sean estas sentimentales, familiares, laborales o económicas. Es un camino que comenzamos a recorrer en la infancia, cuando el impulso por crecer nos empuja a aceptar las primeras pérdidas  desde la ambivalencia. Para conquistar nuevos espacios siempre hay algo de lo que desprenderse. Niños y niñas lo hacen porque entrevén el potencial de hacerse mayores. Al final del camino esperan ganar la independencia, ser como los adultos a los que admiran.

En el caso que nos ocupa hoy, aceptar los cambios derivados de las restricciones por la pandemia, se nos hace amargo. Estamos desprovistos de una ganancia a corto y a largo plazo. Tenemos que aceptar los cambios y ciertas pérdidas simplemente para continuar haciendo el camino. De nuevo la indirección. El tiempo de los acontecimientos que están por llegar escrito en puntos suspensivos. Esto contribuye a que ese proceso que requiere de aceptación y negociación, para encontrar la fórmula que nos permita hacer viables estas navidades, nos despierte malestar, frustración y en algunos casos angustia.

De nuevo, y mientras termino de escribir estas líneas para enviarlas a la redacción de nuestro periódico local, una noticia se vuelve a colar en la pantalla de mi ordenador: las primeras vacunas podrían llegar a partir del 4 o 5 de enero. Después de todo, puede que la indirección no nos deje sin la llegada de los Reyes Magos.

 

 

One thought on “¿Por qué afecta el covid-19 a nuestra salud mental?, según Elena Sánchez

  1. Jesus

    Exelente artículo.. quien lo a sentido y lo acepta lo entiende..gracias

Escribir un comentario