Poca ética profesional
A veces me pregunto para qué nos rompemos los sesos los docentes con el fin de educar y formar a niños y a adolescentes para que el día de mañana sean competentes y, ante todo, educados. Nos interesa, incondicionalmente, destinar todo el tiempo que sea necesario para conseguir este objetivo.
Es nuestro deber y nuestro trabajo, y para las vocacionales, un placer el hecho de poder contribuir a la formación de las personas; pero es lógico que me surja esta pregunta ante la calamitosa situación actual que tenemos en todos los ámbitos, donde los insultos y las faltas de respeto se reproducen continuamente, como las cucarachas que los cometen; donde no se respeta la opinión de nadie porque, al parecer, la nuestra es la única y verdadera; y donde personajes televisivos y de la política parecen haber perdido la cordura ante la ambiciosa victoria de unas elecciones en las que todo está permitido.
Hasta la justicia parece haberla perdido ante tanta permisividad en tiempos de campaña electoral. ¿Cómo ha podido negarse una jueza a retirar de las calles el cartel que Vox ha diseñado con toda la crueldad y la falsedad que los caracterizan? Porque hay que ser muy ruin como para atentar contra esos menores de edad abandonados. Un cartel símbolo del racismo, creado con el objetivo de invitar al ciudadano a ponerse en contra de estos menores de edad, solos y olvidados, que han intentado llegar a nuestro país porque precisamente en el suyo no es que estuvieran pasándolo del todo bien.
Una actitud perniciosa que se embadurna de la mentira que todavía no es capaz de abrirle los ojos a algunos españoles. Que no les engañen: un mena no recibe “paguita” como dicen los de Vox; recibe una asignación para sufragar sus gastos ordinarios. Porque claro no son animales, son personas, y no podemos tirarlas al mar para que se las coman los tiburones.
Y cuando en clase, continuamente, no solo les enseñamos conocimientos académicos a nuestros alumnos, sino que abogamos por inculcarles una actitud basada en el respeto, la tolerancia y la solidaridad, entran en escena, lamentablemente, personas que se desquician fácilmente, como la señora Monasterio, y nos rompen todos los esquemas sobre el respeto hacia todas las personas. Y si en un debate regido por una profesional de los medios de comunicación, esta señora es capaz de propasarse con tanta insolencia, no quiero imaginar lo que es capaz de hacer en el poder.
El pasado viernes, asistimos a uno de los distintos y bochornosos espectáculos dantescos a los que últimamente nos tienen tan bien acostumbrados los políticos de pacotilla de este país en la Cadena Ser. Y no es que pretenda hacer de abogada defensora de Pablo Iglesias; pero pienso que antes que político, es persona y que como tal merece ser escuchado y respetado. Tengamos en cuenta que, independientemente de ideales y gestiones políticas, lo esencial es saber estar a la altura de las circunstancias, y no es precisamente lo que mostró Rocío Monasterio. Pero no es la primera vez que esta mujer se encara con un periodista. Hace dos semanas lo hacía contra Susana Griso con la misma arrogancia cuando la periodista puso encima de la mesa el tema de los menas.
Repulsiva es la carente ética de Monasterio, que en vez de escuchar pacientemente a sus semejantes, prefiere imponerse en su discurso desde la soberbia y desde la prepotencia que, por desgracia, convence a los ciudadanos que están de acuerdo con esta manera de hacer política. Incomprensible, pero respetado.
Porque ella es docta en manipular fríamente y persuadir, como todos los socios de su partido, esos que, bandera en el pecho, se venden como artífices de un futuro que, según ellos, los españoles merecemos. Sin embargo, según los españoles que todavía muestran tener sentido común, esos a los que Risto Mejide llama “españoles normales”, nos enfrentamos a convertirnos en víctimas de un futuro infausto si consiguen llegar al poder, porque no nos tragamos el populismo de este partido que atenta contra la integridad de muchos colectivos: solo hay que leer sus redes sociales (si es que no borran lo que no les conviene que se sepa) o escuchar sus mítines.
Hablamos de inclusión social en las aulas, de respeto al prójimo, de la igualdad de oportunidades, para que luego lleguen estos insolentes y pretendan darnos lecciones de moral. ¡Qué no se equivoquen! ¡Qué no vayan de moralistas! Porque si hay un colectivo que simboliza la moral en plena esencia del ser humano, ese es el de nuestros alumnos, esos que han aprendido a convivir con sus compañeros migrantes, haciéndolos partícipes de sus trabajos y actividades; que aceptan la condición sexual de sus amigos sin faltarles el respeto; que saben obedecer en la mayoría de las situaciones y respetar el turno de palabra y, ante todo, y lo que más me enorgullece como docente es que saben rectificar cuando algo han hecho mal.
Menos golpes de pecho, y más respeto y amor hacia todos los ciudadanos, sin distinción alguna, porque como dice Pepe Mújica: “Sobre la tierra, la única adicción que vale la pena es el amor.
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