Perfiles, según María Bernal

Perfiles

¿Cuántas veces te has mirado en el espejo para observar ese deterioro que el paso de los años va añadiendo en tu rostro o en tu cuerpo? Muchas. Principalmente, mujeres, tan coquetas nosotras, donde nos hallemos, pero también, los hombres, sobre todo, en esta llamada era de la metrosexualidad inventada por el periodista Mark Simpson allá por la década de los 90.

¿Cuántas veces nos hemos mirado al espejo para decir: eres la persona más afortunada por el simple hecho de que una mañana más estás frente a un cristal que te dibuja bella y perfecta, a pesar del transcurrir de los años? Pocas.

El ser humano es inconformista por naturaleza y, cuanto más ve en todos los sentidos, más quiere. Y no es consuelo de tontos conformarse con la salud; sino que es sabiduría y medicina natural, porque la química para cuando sea prescrita. Decir tengo salud es el mejor enunciado que podemos pronunciar, es el mejor lema para trabajar y acabar con el ego de esos que tanto machacan con las mayores incongruencias en un contexto donde la mayoría tiene como interés primordial aparentar y destacar bajo un diagnóstico de victimismo crónico, para tener el aplauso más fraudulento de un coro que solo sabe hipócritamente halagar.

Al otro lado de nuestra pared. Quizá, a dos calles paralelas, transitadas con gente que derrocha unas ganas de vivir eternas, o tal vez en otra parte del mundo, una mujer o un hombre se mira al espejo preguntándose por qué. Por qué ha empezado a engordar, y no por haberse tirado a la buena vida, sino por toda la medicación que tiene que tomar.  Se cuestiona también por qué su pelo ha empezado a debilitarse y a caerse,  y  lo que es más tremendamente cruel e incomprensible, por qué tiene que firmar su sentencia. Y sí, aunque todos la tenemos en el momento de nacer, es cierto que esta se agrava en el momento en que un médico te dice “tenemos malas noticias”. Y ojalá que se firmen, pero no se ejecuten.

En otro lugar del mundo, casi una plaga al paso que vamos, está la persona egoísta, chantajista emocional por antonomasia (muy de moda por los egos tan subidos de tono que pululan a nuestro alrededor), la que siempre se queja porque no está conforme con los maravillosos regalos que a veces nos hace la vida y no somos capaces de disfrutar. Y sí, se lamenta cuando se entera de las desgracias que marcan el día a día de muchos, pero al poco tiempo se le olvida y sigue en ese tren del reproche y de la extorsión con el que tanto protagonismo busca (para estar constantemente en boca de todos) y con el que tanto daño puede llegar a hacer.

Y entonces, llega el momento de pararte a reflexionar sobre lo loco que está este mundo; lo habrá estado en épocas anteriores, pero ahora nos toca esta. Y empiezas a comprobar la cantidad de perfiles que existen en la actualidad; perfiles de un inminente estudio de todas las personas (caso de las que se hacen las víctimas, de las que pisotean y de las que se creen imprescindibles y que necesitan sin más dilación ayuda) y perfiles que, por el contrario, hay que halagar por la actitud de positividad que tienen ante las adversidades, son los que pasan desapercibidos y los que se convierten en referentes fidedignos.

Yo no dejo de pensar en estos últimos perfiles; los que luchan por vivir en paz para no tener que seguir haciendo frente a una despiadada enfermedad. No tienen el tiempo libre para buscar un día lleno de complicaciones (a muchas personas les encanta vivir enfadadas con el mundo) como sí lo hacen los otros. Invierten su tiempo en imaginar un día a día sin la preocupación de pensar en si recaerán.

Son perfiles psíquicos en los que me gusta reflejarme, y aunque el optimismo no cura una enfermedad, sí es cierto que la esperanza y cualquier pensamiento positivo ayudan a fortalecer el organismo, todo lo contrario al pesimismo que altera y debilita todo sistema inmunológico. Por eso hay que abrazar a estas personas y desechar a las que  martirizan con lo más insignificante de la existencia.

Vamos a mirarnos al espejo y a comprobar cómo el paso de los años todavía nos está dando la oportunidad de vivir. Y, ¿saben por qué? Porque quejarse no es una opción, sino una auténtica condena que diseña perfiles distorsionadores innatos de las únicas ganas que siempre hay que tener: las de vivir.