Perfección y escombros, según María Bernal

Perfección y escombros

En 1938 Pearl S. Buck ganó el Premio Nobel de Literatura. Fue la primera escritora estadounidense en conseguirlo y entre las líneas de su prosa, una obra prolífica, dejó célebres citas como: “El afán de perfección hace a algunas personas totalmente insoportables”.

Pearl  podría ser considerada una mujer diez. Escribo “podría” después de haber leído su biografía, por la labor que desempeñó, sobre todo cuando renunció a ser misionera presbiteriana, momento en que empezó a ser consciente de que el mundo estaba dividido en dos espacios dispares, pretexto más que justificado que la llevó a luchar por los derechos de la mujer, a defender la cultura asiática y oriental (muy latente en su obra literaria) y a trabajar, con reconocimiento, a posteriori, por la adopción de etnias mixtas, amparando de esta manera los derechos del niño, dado su ímpetu filantrópico y su misión docente. Sin embargo, no fue perfecta.

No conocía a Pearl, pero en un rutinario trasiego por Facebook, ese espacio donde puedes comprobar el sentido que adquiere la cita de la perfección de esta escritora, leí un reportaje de la revista National Geographic sobre ella. Me gustó mucho por su incansable lucha contra las injusticias, olvidadas actualmente ante la vida acomodada y egoísta que llevamos, y contra la enfermedad de su única hija biológica, Carol, ante la que no se lamentó ni rindió, sino contra la que luchó.

Nadie dijo que Perl fuera una persona perfecta ya que, en realidad, al igual que toda la humanidad, no lo fue. De hecho, nunca, al menos por lo que se conoce de ella, mostró ni la mínima apariencia de ser ese tipo de ciudadana insoportable en la que se convierten las personas que se creen perfectas.

Estas son fáciles de identificar, porque cuando das con ellas, se cuelgan medallas, sin haber participado en ninguna carrera, irritan cuando su boca se llena de vocablos de tono altanero y chulesco, como si a nosotros nos importaran las incongruencias que son capaces de disparar.

Son muchas las veces que hemos hablado con alguien que, subido al jinete de la pedantería, nos recalca que tiene una vida perfecta: la inteligencia de sus hijos, la exacerbada economía familiar, los viajes maravillosos que no cesan, los logros familiares, los cuerpos de vértigo, la ropa de firma y todas aquellas realidades banales por las que son capaces de hipotecar su alma con tal de mostrar que son seres perfectos.

Por no hablar de las redes sociales, ese infame territorio en el que todos son el Dalí del cuadro más célebre de sus vidas. Pertenecen a la corriente del “Irrealismo”, la vamos a denominar así, y la vamos a definir como un movimiento turbulento y, a mi parecer, ridículo que nace en el siglo XXI y que engloba a una serie de artistas frustrados, cuya única y triste finalidad es mostrarle al mundo entero que son perfectos y felices aparentemente, siendo este deseo una especie de necesidad que no pueden remediar y que los convierte en seres insoportables.

En las redes sociales somos espectadores de publicaciones del tipo: notas de los hijos (y, ¡ojo!, por trimestre, no vaya a ser que se nos olviden); fiestas de graduación, como si en ese mismo instante nos convirtieran en Premios Nobeles; la foto con la ele del carné de conducir, como indicio de “ya podemos pilotar aviones»; o cualquier logro, por mínimo que sea, llevándolo a la máxima potencia.

Y este tipo de publicaciones, de manera parcial, no suponen perjuicio alguno; es el remate final de los irrealistas, con la descripción que hacen de cada imagen, lo que los convierte en los pesados de turno con expresiones del tipo: “Eres perfecto”, “La perfección en estado puro “ o “No hay nadie más perfecto que tú”,  entre un sinfín de ñoñerías que potencian la tontería que tienen muchos. ¿Consecuencia preocupante? La creencia de ser superiores y la desaparición absoluta de los valores que antaño tanto se esforzaron nuestros padres por inculcarnos y que ahora forman parte del pasado.

Ahora entiendo por qué Pearl abandonó el mundo de las misiones presbiterianas; un universo protegido y sin desasosiego alguno, donde se dio cuenta de que no tenía cabida debido a que la vida no era, ni sería perfecta. Todo tiene fecha de caducidad y en el transcurso de nuestras acciones hay errores continuos que, siendo inevitables, muestran que la imperfección es la cualidad que define a todo ser humano. Creernos perfectos o considerar a los nuestros perfectos es una forma de aniquilar la personalidad de alguien. Por eso no hay mayor perfección que la prudencia, la humildad y el respeto,  y sobre todo, la ayuda incansable a todo aquel que lo necesite.

Es momento de reflexionar sobre esta manera de pensar y actuar, porque cuando creemos haber construido una torre muy alta, llega una adversidad y nos la hunde. Y es sobre ese montón de ruinas donde presumir de ser perfectos se sepulta bajo los escombros.

 

 

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