Pensionistas prevenidos y cabreados

Antonio-Balsalobre-cronicas-siyasaSi un soldado prevenido vale por dos, un jubilado prevenido y cabreado vale, por lo menos, por cuatro. Sobre todo si ese jubilado es de los que hicieron la mili, corrieron delante de los grises cuando no había libertad en España o se declararon en huelga si alguna vez intentaron pisotear sus derechos. Lo está comprobando el gobierno estos días. Y más que lo va a comprobar.

Tampoco se quedan atrás las jubiladas prevenidas y cabreadas. Esas valen, por lo menos, por seis. Sobre todo si también tuvieron que correr delante de los grises, secundar una huelga cuando quisieron privarlas de sus derechos, o tienen ahora que alimentar con su raquítica pensión las bocas de hijos y nietos que están en el paro o no llegan a final de mes.

Prevenidos y cabreados, así están los pensionistas. Prevenidos porque ya  acabó el tiempo de dejarse engañar; y cabreados por el hartazgo que supone sentirse “chuleados” por una ministra trilera. Que se ande, pues, con cuidado Rajoy o quien venga después. Esta “guerra” que acaba de empezar se presenta larga y correosa. Y si algo les sobra a los pensionistas es tiempo.

Y razón, y fuerza moral. No hay lucha más justa que la de estos cientos de miles de pensionistas que han salido a la calle en defensa de «unas pensiones dignas» y de su revalorización conforme a la evolución del IPC. Hombres y mujeres que después de luchar toda una vida, de cotizar durante décadas, se ven obligados a manifestarse de nuevo para reconquistar unos derechos que creían consolidados, para no perder del todo aquello que ya estaba conseguido y ganado.

La carta que empezaron a recibir desde 2012 anunciándoles una subida del 0,25 % fue percibida al principio como una tragedia. Después como una farsa. Pronto vieron que quienes les habían congelado, de hecho, la pensión y les pedían sacrificios año tras año eran los mismos que habían rescatado los bancos con decenas de miles de millones, seguían acribillados por casos de corrupción en los tribunales por haber saqueado las arcas del Estado, condenaban a sus hijos a trabajos precarios, o vaciaban, paga extraordinaria tras paga extraordinaria, impune y descaradamente, la hucha de las pensiones.

Aquella misiva empezó a ser percibida entonces como una carta inmunda, vergonzante y humillante. Una carta cuyo envío resultaba más caro que la subida de céntimos que anunciaba. Quizá fuera incluso la chispa que, junto a declaraciones no menos vergonzantes de miembros del gobierno, encendió la mecha. Y con la dignidad que otorgan los años vividos, muchos pensionistas decidieron devolverla, sin abrirla, incluyendo en el membrete, con letra manuscrita, que se rechazaba su recepción porque «la subida del 0,25% es una mierda».

Nos intentan convencer, dice el joven economista Eduardo Garzón, de que las pensiones son insostenibles, por lo que habría que pensar en  recortarlas, aumentar la edad de jubilación o contratar planes privados. Eso en un país que gasta “un punto porcentual del PIB por debajo de la media europea y donde la mayoría de las pensiones están por debajo de los 800 euros mensuales”.

“Nunca pensamos que tendríamos que salir a la calle a defender otra vez lo que ya habíamos conseguido, pero si hay que hacerlo, lo haremos. Luchamos por lo que es de justicia, por lo que es nuestro”. Es el clamor que se oye en las calles, en las plazas de toda España. Un clamor que “no va a parar, se pongan como se pongan”. El clamor de un ejército de salvación de soldados pacíficos y resueltos, prevenidos y cabreados, que no busca salvarse sólo a sí mismo, sino a todos nosotros.

 

 

 

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