Penitencia, según María Bernal

Penitencia

Dicen que es tiempo de penitencia. Se respira durante estos días en el ambiente ese deseo de ofrecimiento que simboliza los cuarenta días que Jesús pasó en el desierto de Judea ayunando y orando. Traslados, procesiones, oficios, triduos y la penitencia de acompañar a nuestros santos en cada una de las carreras, bien como nazarenos, bien como penitentes, o bien como espectadores jubilosos que muestran respeto y son, a su manera, partícipes de estos días de culto religioso.

La palabra penitencia procede del latín “paenitentia”, que significa “arrepentimiento, dolor y disgusto”. Según la Biblia, y siguiendo la acepción que nos muestra la RAE, la penitencia es la “virtud que consiste en el dolor de haber pecado y el propósito de no pecar más”.

Propósito. Esta es la palabra clave de ese pensamiento que muchos practicantes, fieles y creyentes se proponen para reconstruir más su fe y seguir así la senda del buen camino. Pocos lo consiguen; muchos decaen en el intento y se convierten en víctimas del “a Dios rogando y con el mazo dando”.

Siempre han pretendido inculcarnos que la práctica cristiana hace que las personas sean buenas, y no lo pongo en duda,  pero también es cierto que el hábito nunca hizo, no hace, ni hará al monje. Así ha pasado desde todos los tiempos hasta estos días. Que se lo hubieran dicho a Jesús con Judas Iscariote, que siendo uno de sus discípulos lo traicionó por treinta monedas de plata; mucho hábito y poco monje resultó ser este amigo.

No es el hábito el que muestra la penitencia de las personas. Entonar el “mea culpa”, aporreándose el pecho delante de Dios, tampoco es indicio del arrepentimiento sincero del alma; no es el propósito que han de plantearse las personas que solo hacen obras de caridad por medio de contarlo. Las palabras significan poco; son los hechos dilatados en el tiempo los que sí nos convierten en penitentes con un propósito desinteresado, otro de los pecados capitales de la sociedad: obrar con el fin de recibir.

Se actúa en muchos casos por el simple hecho de que luego el favor sea devuelto, sin pararnos a pensar en que con ese pensamiento toda pertinencia que uno se proponga es nula. De ahí el mazo con el que se golpea a Dios. Y a las pruebas me remito: ¿cuántas veces la gente echa en cara si en algún momento ha ayudado a alguien? Más muchas que pocas veces. Entonces es incomprensible que luego quieran aparentar en una época del año lo que borran el resto. ¿Dónde queda, pues, el arrepentimiento? Lejos de lo que luego se pretende ser en Semana Santa, cuando nos echamos el rosario al cuello y aparentamos ser otras personas.

Estos días de Semana Santa son elegidos para hacer penitencia, sin embargo, la mayoría, que no se acoge a la acepción de la RAE, solo muestra ser pura fachada, principalmente porque no llevan nada bien eso de arrepentirse, mucho menos comprometerse a intentar hacerlo mejor y ni por asombro querer vendar las heridas de un corazón roto, porque les da igual y solo buscan el bienestar propio sin tener en cuenta los daños colaterales que pueden llegar a ser evitados. Si echamos un ojo, por ejemplo, a procesiones y hermandades, todos quieren desfilar: bastantes lo hacen con el pensamiento de que su hermandad es la mejor, otros luchan por trepar para tener un cargo, o con el fin de recibir una mención, en algunos casos, sin merecerla y consiguiéndola, y con ese afán irremediable de lucirse en plena carrera. Mientras, entre ese desfile de penitentes sí hay personas cuyo estilo de vida se basa en el sacrificio. Esos penitentes no llevan hábito, mucho menos se dan golpes de pecho y ni por asombro alardean de ser personas políticamente correctas, ya que el que esté libre de pecado que tire el primer contenedor de piedras. Son personas que sí tienen un propósito: seguir siendo inmensamente buenas, y para ello no hay fecha en el calendario señalada.

El sacrificio no solo debe durar unos días al año, sino desde el momento en que empezamos a tener uso de razón, siempre adaptado a nuestras facultades y posibilidades. No solo es fachada o apariencia, sino que  supone un examen de conciencia; es el arrepentimiento sentido y no condicionado, porque claro, tampoco somos seres perfectos; tiene que tener como componente esencial el perdón y el compromiso de obrar para que poco a poco seamos los penitentes que la Biblia pide y no los que a veces toleran las autoridades eclesiásticas. Disfrutemos estos días de penitencia y ofrecimiento, pero que  cale hondo el mensaje que Jesús nos dejó y que podemos leer en Salmos 147:3: “Él sana a los quebrantados de corazón y venda sus heridas”.