Paranormal
Una de las reacciones humanas más recurrentes a la hora de intentar solucionar un problema técnico doméstico es apagar y encender. Desenchufar y enchufar de nuevo. La voz al otro lado del hilo telefónico también te lo decía: “reinicie usted; mantenga la calma”. Las hay, personas, que en un segundo o tercer intento de arreglo acuden al cuadro eléctrico; pulsan el botón de apagado general de la vivienda y vuelven a subir la pieza. Pero no va; no quiere. Es fantástico que no quiera, precisamente ahora que estás rebosante de odio y con tanta carnaza a la vista.
A veces, ocurren situaciones donde se establece una firme alianza entre, permítaseme, encabronamiento obsesivo delirante venenoso y tiempo libre con barriga llena, y puede, en potencia (porque ya te ha pasado otras veces y sabes muy bien que se van a perder parte de los tornillos pequeños y es posible que toques donde nunca debiste tocar), puede, repito, que si te metes a ingeniero/a de telecomunicaciones ya nunca jamás funcione el aparato.
Miras por arriba y por abajo, por delante y por detrás, en oblicuo, de pie con las manos en jarras y los labios tensos en mitad de un torbellino de ideas impregnadas de viejas rencillas o nuevas venganzas. Sigues, como un perro husmeando un rastro de arroz y conejo, el cable que va del teclado a la torre del ordenador. Está todo en orden. Eso es lo que más te irrita, que parezca que esté todo en orden. Pero, ¿cómo? La prueba evidente de que las cosas no van bien es que te has dado cuenta de lo que acabas de hacer, de rodillas, sin parpadear, dando vueltas sobre ti mismo, como esos perros que intentan dar un bocado a su cola.
Joaquín Ríos, míster bytes fotogramas, no coge el teléfono. Los cigarrillos empiezan a darse codazos en el cenicero. Entrar, penetrar y hacerte fuerte en esa fase de abrir una lata de cerveza podría ser letal a estas alturas. Crees que arriba, en el trastero, guardas otro teclado, aspecto que hace gotear en tu canal neuronal una dosis prudente de dopamina. Espejismo en el lago cristalino del deseo. Fantasma en el jardín del Edén. Arriba no hay nada. Allí mismo te enfrentas, con reservas, a un medio que sabes que es peligroso para llegar a tu objetivo del restablecimiento técnico; búsqueda en Youtube de tutoriales. Escribes: problemas teclado ordenador sobremesa.
Ayer todo iba bien, pero eso era ayer; hoy no. No hay respuestas a tus preguntas. Estás en la dimensión duda existencial. Ayer, hoy, mañana, tal vez, por qué, cuándo, cómo, para qué. Hundido en la teoría de cuerdas de guitarra utilizada como hamaca, te viene la idea de que podrías escribir en el móvil. Habías escrito antes sin problemas. Incluso podrías escribir a mano.
Pero un calambrazo estomacal sacude fuertemente tu presencia en este mundo cuando descubres que no puedes iniciar ningún artículo de Opinión tampoco en el móvil. Tu rostro tiembla de espanto. El espanto detiene la orden directa de una facción de ti que quiere arrojar el teléfono móvil al suelo, y pisarlo con quien intenta apagar un fuego. No puedes. Viene a continuación la prueba de la escritura a mano sobre folio verde con un dibujo de tu hijo (una casa en llamas con un fuego azul), lo primero que has encontrado en una caja de recuerdos de primaria. Después de un párrafo con renglones torcidos hacía abajo, las letras empiezan elevarse del folio como si un tornado débil las hubiese soplado. Se mueven en círculo y forman un remolino. Casi sin tiempo de darte tiempo a estrujar el folio y salir de allí corriendo, se posan de nuevo dibujando una peineta.
El odio que llevas dentro supera al asombro de percibir claramente este abismo paranormal. No te das por vencido. Se ha convertido en una adicción para ti escribir basura. Ya ni te acuerdas del panorama que dibujaste ayer en frases altamente tóxicas cuando afirmaste, por envidia más que cerda, olvidando tú capacidad de crear estados de opinión, que el profesor de Lengua y Literatura tenía la llave para descubrir dónde estaba Gabriela, una de sus alumnas, en paradero desconocido en aquel momento. Al día siguiente la chica estaba de vuelta a casa, se había fugado, sí, pero con su novia, sin permiso de nadie, sin avisar a nadie, para ver un concierto de Biznaga en Madrid. Pero ahí quedaron las letras y la mancha imborrable de la duda.
En tu lista de contactos conservas el número de Marisa Pitonisa. Último recurso a falta de ciencia que aporte respuestas a todo esto que te ocurre. Respuestas afines al progreso tecnológico y la inteligencia artificial. Marisa Pitonisa sabe que tiene una sensibilidad especial para aportar significado comprensible a este mundo humano material, de hechos simbólicos que te minan y explotan la razón en forma de energía difusa, frotando una mano por tus genitales y llevándosela inmediatamente a la nariz.
La respuesta no se hizo esperar: “Por el amor de Aristófanes, alma de cántaro llenita de lechita dorada, ¿cuántas mentiras cerdas llevas vertidas a la opinión pública este mes? Tienes el bono agotado, amigo, ¿no te has dado cuenta de que así no puedes seguir? Te esperan largos días y semanas de relatos infantiles; si quieres seguir escribiendo artículos de Opinión, puedes empezar así: El conejito se había perdido en un paisaje lunar lejos de su madriguera. Tenía mucho miedo y frío…”. O eso, o irte al monte a pegar cuatro gritos a ver si se te va la “boira”.
“Pues vaya mierda”, dijo él.