Orejas de espuma
Las orejas son espuma cada fin de semana, y la espuma son orejas. Primero, la lógica aritmética fiel según tu composición de peso y altura; después, un impulso invisible, un aullido profundo, inapreciable, un aire inconsciente. Lanzas un beso a tu infancia hincando las uñas en la primera capa de una cebolla. Los números se despeñan, uno tras otro, desde un acantilado rocoso hacia un mar ansioso que parece querer romper las rocas y hacer que todo desaparezca.
El uno, el dos, el tres, el cuatro…no hay STOP. El número cuatro inicia su camino tras un vuelo sin reconocimiento alguno, empujado por un cinco, autómata, sonámbulo, al dictado de un ansia que se mueve a velocidad de vértigo por tu genética sin saber ni lo que haces. A por el mar, bailando en una fiesta falsa donde no hay espíritus del bosque a los que invocar, acomodado a la costumbre de iniciar el salto, de perderte entre las riendas que antes te mantenían con los pies en la tierra. Ayer, antes de ayer…¿Me pasas la estadística de los procedimientos de apremio de marzo en la Región de Murcia? Hoy es otra cosa. Mañana no hay trabajo. Hoy eres un zombi.
¿Y por qué todo el mar? ¿Para qué? ¿Por qué? Solo o en compañía, se abre una compuerta en el cerebro los viernes y los sábados. Es una cueva que proyecta tu sombra en la pared, un salto al vacío, encadenado. La sonrisa con el cigarro en la boca hacia la soledad de la calle se pierde en ese instante de vacío, se desvanece en tus entrañas, incluso el sonido que proviene desde dentro del pub.
Tu cráneo se abre como la tapa de una olla repleta de estímulos inservibles. Unas figuras difusas pero sentidas: familiares que sueltan de sus manos mensajes escritos en un papel hacia tu cerebro. Ahora, para adentro una pelota, una ficha de dominó, un ajedrez sin piezas, el sonido de un besazo entre dos ranas negras, un escarabajo luchando boca arriba por darse la vuelta, la foto de tu boda, una manta, una máquina de escribir, una regadera que parece llorar y cuyas lágrimas no soportas… Y más arriba, un culo desnudo desde donde se deduce que se emite todo, incluido tú, incluidos todos los posibles narradores a los que les has dado vida sin saberlo. Bienvenido al camino a ninguna parte, con el décimo bote de cerveza en la mano, agarrado a él como si fuera la cuerda que te falta para no despeñarte montaña abajo junto con todos los números, afanado en no perder la mano firme enganchada al pequeño surco de una peonza que gira y marea sin saber por qué gira. Ocioso de poco, trauma de mucho.
Segunda capa de la cebolla. Algo te ha puesto en guardia. Es tu hurón, que investiga y se adentra para llegar al principio y al fin. No será de gran agrado, imagino, lo que siempre has negado, pero aún no lo sabes. Luego, ponte a aceptarlo como si fuera el bote de cerveza número once. Cualquiera sabe lo que se va a encontrar el hurón en tu profundidad… Igual matas al hurón y a tomar por culo.
No hay nada que celebrar, con la barbilla puesta en la taza del váter y esperando el siguiente espasmo del estómago. El domingo será una enorme cagada de cama y manzanilla. Un soliloquio de preguntas. Respuestas que apacigüen los síntomas. Aunque siempre te quedará el comodín de la culpa, que llega hasta de los floreros. Nunca la tuya.