Opino, luego existo, por José Antonio Vergara Parra

Opino, luego existo

Hasta hace cuatro días mal contados, el derecho a mentir con cierta trascendencia estaba en manos de unos pocos. Los medios de comunicación han informado mucho y bien pero nunca creí en la información sin opinión, salvo que queramos por periodistas a meros y asépticos relatores. La opinión es un derecho pero también una necesidad de toda sociedad pensativa. Junto a los medios, los personajes con relevancia pública, a los que gentilmente se les brindaba un altavoz, también han informado lo suyo. Y entre aquestos y esotros quedaba la cosa.

Pero llegaron las redes sociales y, con ellas, una sustancial pérdida de soberanía de quienes, en la más estricta soledad, partían el bacalao.

Del  un ciudadano, un voto hemos pasado a un ciudadano, una opinión. El voto, según me enseñaron en la facultad, es universal, libre, igual, directo y secreto. Esta última característica no sólo preserva la intimidad del votante, lo cual está muy bien, sino que, aprovechando que el Pisuerga discurre por Valladolid, silencia el valor de lo individual hasta reducirlo a un mero dato estadístico. Y es justo ahí donde nos quieren; con derecho al voto pero calladitos.

Las redes sociales nos conceden cinco minutos de gloria aunque algunos los empleen para el fango.

También los medios, como los políticos, han desinformado o mentido como bellacos, al dictado de mecenas o espurios intereses. Las redes sociales han democratizado la opinión, también la falacia, y algunos andan taciturnos por tal motivo. Será porque el ingenio y criterio particulares, debidamente retuiteados, pueden dar al traste con intrigas palaciegas u otras maquinaciones de gurús o directores espirituales de moqueta.

Mal que les pese a algunos, las redes sociales han venido para quedarse. Siempre ha habido desinformación, sectarismo y mala baba pero estaban confinados en la barra de un bar o en el patio de luces comunitario. Acostumbrados estábamos a la mentira institucionalizada, elegante y distinguida a veces, soez otras. Pregunten a los taquígrafos de las Cortes, que no dan abasto para consignar tan surtida mendacidad.

Los impuntuales son impacientes y los bufones rara vez aguantan una broma. Esto mismo debe ocurrirles a los que, con mejor y mayor destreza, han conspirado, enredado, maquinado, tramado o urdido en los subterfugios de las redes sociales; que no soportan la idea de ser pagados con idéntica moneda.

La memoria flaca a la injusticia engorda (que dixit yo mismo) ¿Se acuerdan cuándo, en la mismísima noche de reflexión, fue rodeada la sede genovesa del pepé? ¿Acaso han olvidado la cadena humana que circunvalaba el Palacio de San Telmo tras la investidura del Sr. Moreno?

¿No recuerdan vuesas mercedes la alerta antifascista lanzada por Pablo Iglesias que hubo de ser azucarada por el mismísimo Errejón?  ¿Han olvidado aquel lema de rodea al congreso por septiembre de dos mil doce? Debióse la idea original a la espectral “Plataforma ¡en pie!” y, como es natural, un pepero andaba por la Moncloa; el Sr. Rajoy.

Los instigadores de antes se han vuelto muy recatados y la Plataforma ¡en pie! debe andar recostadita en el diván y muy genuflexa ella. Porque en el gobierno de la nación ya mandan ellos y lo que hasta ayer era el grito descarnado del pueblo hoy es poco menos que un escarnio antipatriótico. Los hernandianosvientos del pueblo”, según en qué momento, soplan según en qué dirección. Machado, despreciativamente, cantó a “la España de charanga y pandereta, cerrado y sacristía”. ¿A qué le cantaría hoy? Nunca lo sabremos pero me quedo con Chesterton porque, como él, declaro solemnemente que “la democracia es la reverencia al hombre corriente.”   “Un hombre sólo tiene derecho a mirar a otro hacia abajo, cuando ha de ayudarle a levantarse”, nos advirtió García Márquez. Y no puedo estar más de acuerdo pues aborrezco todo tipo de soberbia; también la intelectual. La experiencia me enseñó que la altivez y la arrogancia son propias de mentes pequeñas.

“Defendamos la libertad de expresión y manifestación. Digamos no a la Ley mordaza”, que tuiteara Iglesias por diciembre de 2014.  Mas, como inmortalizó Groucho, “si no le gustan mis principios, tengo otros”.

Tras cocinar una encuesta en su propio jugo y a las finas hierbas, el brazo estadístico de la Moncloa, Sr.Tezanos, dice “que el 66,70% de los españoles creen que hay que restringir y controlar las informaciones y tener sólo una fuente de información”. A lo que el flamante vicepresidente apostilla “que todas las informaciones deben estar controladas por una cosa que se llama Estado, con todas sus contradicciones, pero que es representativo en última instancia de la voluntad popular.”

¡Olé, olé y olé! Esto sí que es un molinete y no los de Morante.

Por si todavía no se han percatado, les diré algo: el Estado son ellos. Son una misma e indivisible entidad porque, cuando el pueblo yerra y mandan otros, ese mismo Estado se transforma en un bulto sospechoso al que combatir por tierra, mar y aire; también por las redes sociales.

Podemos registró en el Congreso de los Diputados una reforma del código penal, instando la despenalización, entre otros, de los delitos de ultraje a España, los insultos a la Corona o las vejaciones para con la víctimas del terrorismo. Todo sea por la libertad de expresión de los suyos porque cuando son otros  quienes hablan, cantan o escriben en libertad, entonces toca pasarse ese derecho fundamental por el forro del escroto.

Reconozco que este gobierno de desconcentración nacional  ha tenido muy mala suerte aunque peor les ha ido a los miles de muertos y enfermos por la maldita peste. Para quienes podamos contarlo, acechan severas secuelas que afectarán a nuestro espíritu y bolsillos.

Definitivamente, este maldito virus no lo inventaron pesoe  podemos o izquierda des-unida, pero ellos y casi la inmensa totalidad de gobiernos europeos han sido imprudentes e insensatos. El Presidente de la República francesa, Sr. Macron, que según todos los indicios no es de VOX, ha reconocido esta evidencia.

Mañana tocará otra cosa y pasado otra. Y cada uno de los ciudadanos que formamos parte de este gran país tenemos derecho a expresar la propia opinión sin más limitaciones que las que, de oficio a instancia de parte, apreciare el juez de guardia.

Lo he dicho alguna y lo repetiré cuantas veces sea menester. El uso adecuado de las preposiciones importa una barbaridad porque sí, mil veces sí, un Estado de Derecho y no, mil veces no, un Estado con Derecho.

Si de veras quieren un país unido en la adversidad, sean humildes, sean sinceros, olviden la propaganda y dejen libre el respiradero de la democracia: la palabra.

 

 

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