Nueva remesa de los articulillos sueltos de Antonio Balsalobre

Joaquín el Cura

Empezaré por decir que soy agnóstico, pero también que ante apostolados como el de Joaquín Sánchez siento a veces como si ésa, mi “otra fe”, flaqueara.  Por la grandeza de su persona y de su acción. Lo que conozco de él es todo bueno. Siempre que lo he oído hablar, que lo he visto actuar, ha irradiado en él la humildad, la bondad, la fraternidad, la entrega, el compromiso de ayuda a los demás, especialmente a los más débiles y desfavorecidos. De ahí que, ante el comentario irresponsable de la pasada semana del columnista del diario La Opinión, Juan Guillamón Álvarez, sobre su persona, quiera manifestar que en momento alguno he atisbado en sus ojos ni en su boca la menor punzada de odio, sino todo lo contrario. Hay en Joaquín, eso sí, una tenaz y loable indignación contra la injusticia –que no es otra cosa que compasión, piedad y solidaridad. Gracias, Joaquín, desde un agnosticismo que admira tu lucha y generosidad.

Lo esencial

Ningún editor corrigió tanto a John le Carré como lo hicieron sus superiores del M15 cuando era espía. Espía de verdad, no de novela. “Garabateaban en los márgenes de mi prosa inmortal comentarios tales como “redundante”, “elimínelo”, “justifíquelo”, “poco elegante” o “¿de verdad es esto lo que ha querido decir?”, ha comentado más de una vez el autor de “El espía que surgió del frío”. De modo que su trabajo como agente secreto le proporcionó dos bendiciones: aprender a escribir y poder documentarse de primera mano para sus novelas. Traiciones, guerra fría, mundo bipolar, burocracia gris, topos desamparados, muros que separaban Este y Oeste desfilaron pues por sus libros con la naturalidad de lo vivido. Le vino todo rodado, pensarán algunos lectores, sin tener que inventarse nada. No exactamente, matiza uno de sus exegetas. Porque para escribir una novela hay que inventarse lo esencial.

Albatera

Al campo de concentración de Albatera fueron trasladadas, desde el puerto de Alicante donde quedaron atrapadas, todas las personas que no consiguieron partir hacia el exilio al término de la guerra civil. Entre ellos Isidro, un miliciano anarquista, cuya vida fue novelada por la historiadora y escritora Isabel María Abellán en un libro editado por la Fea Burguesía. Una excavación arqueológica permite ahora reconstruir las duras condiciones de vida de los 14.000 presos que malvivieron en aquel infierno hacinados y hambrientos, muchos de los cuales murieron de enfermedad o fusilados. La Comunidad valenciana se propone convertir ese campo de exterminio en un museo. Una iniciativa digna de elogio. Si Auschwitz o Mauthausen están ahí para que las nuevas generaciones no olviden el horror nazi, tampoco está de más que salgan a luz los campos de concentración de Franco. Unos y otros, sin ser exclusivos, forman parte del capítulo más oscuro de la historia contemporánea.

Juan Carlos I

¿Emérito? No digo que no. Pero con ciertas reservas y puntualizaciones. Porque si hacemos caso a algunos parecería que fue él quien nos trajo como por encanto la democracia. Y no es así. La democracia, lo sabemos muy bien los de mi generación, la trajeron los demócratas antifranquistas y el contexto político en que se movía Europa en los años setenta del siglo pasado. Los reconvertidos del Régimen y otros advenedizos no hicieron más que sumarse a lo que ya era irreversible. ¿Alguien se imagina a Juan Carlos pudiendo gobernar, como un Franquito, una España fuera de la Unión Europa en la década de los ochenta y noventa? Yo, francamente, no. Así que, un poco de contención. Lo que sí va quedando fuera de toda duda es su inclinación a utilizar la Jefatura del Estado para incrementar sus abultadas finanzas personales. Por falta de espacio, sin embargo, de esos “méritos” del “emérito” hablaremos otro día.

 

 

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