Nueva remesa de articulillos sueltos del cuaderno de Antonio Balsalobre

Nacionalfutbolismo

Aunque me censuren los aficionados del Madrid (de los que diré, de paso, que formo parte), debo admitir que la final Athletic-Barça del domingo no fue solo un magnífico espectáculo deportivo sino también social y político. En esta piel de toro siempre estirada y tensada hasta el extremo, pudimos asistir a una final de la Supercopa de España en Sevilla que se celebró dentro de la más estricta “normalidad”. Es verdad que no había público para alterarla, por lo que salió ganando el fútbol. Con público, casi con toda seguridad, otras pasiones identitarias al margen de lo deportivo se hubieran desatado en el campo y empañado el espectáculo. Ganó el fútbol, decía, y perdió el nacionalfutbolismo. La duda que me queda es si el fútbol podría sobrevivir sin el nacionalfutbolismo al que estamos acostumbrado. Y me temo que la respuesta es no.

Exiliados

Que Puigdemont sea un exiliado (o autoexiliado, poco importa) es algo que nadie discute. En sentido estricto, los exiliados no son nada más (y nada menos) que expatriados, generalmente por motivos políticos. Otra cosa es el valor connotativo que encierra este término para millones de españoles. Esto es, su valor emocional, cultural, histórico o incluso político. De ahí la estupefacción que ha causado la desacertada comparación, inducida por el periodista, de Pablo Iglesias sobre dos exilios que nada tienen que ver. En nada es comparable la situación del expresidente catalán huido a Bélgica desde un país democrático, por muy imperfecto que sea, con la de medio millón de exiliados defensores del Gobierno legítimo de la República que tras la victoria fascista tuvieron que abandonar España huyendo de consejos sumarísimos, la cárcel, los fusilamientos y las fosas comunes. Lo peor de todo es que Iglesias lo sabe, pero queriendo hacer malabarismo político se ha colado.

Otro mundo

A la espera de que la semana que viene salga en Francia “¿Dónde estoy?”, el libro del filósofo de las ciencias Bruno Latour, abro boca con el artículo que le dedican en el “Obs”, donde lo catalogan como “el pensador que inspira el planeta”. Partiendo de la novela de Kafka “La Metamorfosis”, en la que el joven Gregorio Samsa amanece transformado en un monstruoso insecto incapaz de moverse, Latour filosofa sobre el confinamiento que también nos está “metamorfoseando” e inmovilizando a nosotros. “Desde el principio, la relación entre crisis sanitaria y crisis ecológica me pareció evidente”, asegura Latour. Para la primera, confía, pronto habrá una solución. No así para la segunda, a la que considera una “mutación sin retorno” que nos impedirá volver a la vida de antes. Desde mi condición de ciudadano inquieto me quedo con esta reflexión: “Aunque la epidemia retroceda, habrá que ir hacia otro mundo”. ¿Cómo? Reinventando la política, el derecho, la ciencia, las ciudades… Y sobre todo, sentencia el filósofo, preservando la habitabilidad del planeta, o sea, la ecología.

El gran Gabi

A Iñaki (¿quién otro sino al del legendario Hoy por Hoy?) le cuesta muchísimo opinar en el actual juego de polarización superlativa. Por eso, a sus 78 años, harto de que las palabras ya no sirvan para el entendimiento sino para la confrontación estéril, se va. Empachado, dice, de lo que empezó con ETA, siguió con Cataluña y alcanza el sumun de la obscenidad con la pandemia. Oír al gran Gabi, a este héroe de la radio, de la mesura y la sensatez, del análisis ponderado, brillante y certero, decir que nos deja en estos tiempos tan convulsos produce una indudable sensación de desamparo. De orfandad periodística. No desde luego a los infalibles, que se estarán frotando las manos. Pero sí a mí que, como a él, y aunque a veces no lo parezca, no tener dudas y sí certezas absolutas es cosa que me aterra.

 

 

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