‘Novela’, recorrido vital de Javier Mateo Hidalgo

Rosa Campos Gómez

Hay títulos que atraen, mucho, cuando van en un libro de poesía, así sucede con ‘Novela’ (La Tortuga Búlgara, 2024), de Javier Mateo Hidalgo, Doctor en Bellas Artes, profesor y poeta madrileño, autor de los poemarios ‘El mar vertical’ (Ayto. de Madrid, 2019), ‘Ataraxia’ (Almadenes, 2022), ‘La imagen sonora’ (Vitruvio, 2023) y ‘Arquitectura del sueño’ (Huerga y Fierro, 2024); del libro de investigación ‘De la llegada en tren a la salida en caravana: 126 hitos de la historia del cine (1895-2021)’ (NPQ, 2022); y de artículos como investigador y crítico cultural en diferentes medios, entre ellos ‘Síneris. Revista de Musicología’, ‘El Imparcial’, ‘Culturamas’, ‘Zenda’, ‘Entreletras’ y ‘Crónicas de Siyâsa’ —-eriódico, este, desde el que nos conocimos, gracias a “la mediación cinematográfica” de Helena Cortesina, sobre cuyo trabajo él hizo una excelente investigación que tuve la suerte de encontrar-.

En ‘Novela’, con una manera de transmitir el verso diferente a la que conocemos de sus anteriores libros, se nos describe acontecimientos que se han ido concatenando en la historia de su vida hasta el presente, ofrecidos desde una visión literaria que hace que cobren forma también para la mirada lectora.

Acierta José María Parreño en el prólogo cuando dice: “Si no existiera la literatura, nuestro conocimiento de los sueños y las pesadillas de los seres humanos sería muy deficiente. Pero si no existiera la poesía no podríamos alcanzar eso que los hombres y mujeres saben y no saben que saben de ellos mismos”, porque en estos poemas Mateo Hidalgo profundiza en los claros y oscuros de la memoria para llegarnos, como si un juglar de los tiempos modernos se tratara, y lo hace con una llaneza conceptual desde su fondo, transparente claridad que, no obstante, nos induce a no tener prisa y detenernos para penetrar en las palabras y su significado.

Y así nos adentramos en este viaje de un tiempo biográfico visto con su mirada poética, iniciándonos con él antes de él, desde quienes le dieron luz, recordando que no venimos solos, que la soledad es una parte interdependiente de la vida, “todo comienza / donde la memoria / nos permite”, porque sabemos de nuestras raíces a través de los otros, “¿Los recuerdos son nuestros / o están hechos / de otros materiales?”.  De las horas del ayer resguarda un dibujo que se convierte en atemporal por pertenecer a quien sabe de cuidados “pintó un cesto de manzanas / intuyendo que lo esperaba”.

Y aunque los versos emergen de quien los escribe, en estas páginas nos llegan casi siempre con una voz omnisciente que presenta al protagonista en una introspección que no acepta excusas, auspiciado por esa “vocación de público y narrador simultáneamente” que reconoce y comparte, exponiendo su necesidad de libertad, de ir más allá, “vocación de escapista. / Lo que mira está afuera / y, para verlo, / no existen ventanas posibles”, quizá por eso recrea mundos paralelos que “construye con los mimbres de este”, donde la prolongación del ser se alimenta, donde el dar “ante ellos y para ellos” es su máxima.

Entramos con sus líneas al parque, donde “bajaba con su madre / y, atravesando las aceras / de los bulevares / llegaban, a media tarde”, allí, con sus ojos busca los ojos de los viandantes, y el sentir de los que exponen sus quehaceres…, “un violinista irlandés vuelve música, con su instrumento, su alma”.

La vida en su incesante caminar prosigue, y, a veces, hay quienes asestan golpes que dejan demasiado a oscuras, “la crueldad ante lo diferente, creador de monstruos desde la infancia”. Tras el dolor el consuelo del cine, que le ha facilitado crecer “del blanco y negro al color / en su calor de celuloide”. Percibimos esos rasgados que van dejando las experiencias que hieren y ante las que el escritor no se evade, porque a pesar de ellas el contenido de lo que uno es, y a lo que se aferra para habitar los días, sigue ahí, “que no hay nada que sea en vano /pues todo nos conforma y moldea / a como ahora somos. (…) Siempre hacia adelante. Caminar hacia ese horizonte que jamás se alcanza.”

En ‘Novela’, Mateo Hidalgo habla de lo que acontece y transforma, y lo hace con ese consentimiento que busca el enlace con el nosotros, para que aquello en lo que él halla significante no nos pase de soslayo, invitándonos a recorrer lo que albergan esos años vividos, lo difícil junto a lo bueno que alegra y cura, la riqueza de las artes legadas, volar conmovido en las victoriosas alas de Niké de Samotracia, estar con Hokusai para hacer frente a la gran ola, plantear fugas necesarias ante ‘Las hilanderas’ de Velázquez, reiterar el sonido de Ravel… Porque “la felicidad descansa en pequeños pensamientos”.

Percibimos la importancia de quienes crían y cuidan, de quienes acompañan en momentos sagrados, aportando el combustible que caldea el paso por un tiempo y un espacio, entregando ese testigo que luego pasaremos en el hacer… El abuelo que ama la música y le enseñó a amarla, la sensibilidad del sonido, “la música articula otros mundos, / penetra nuevas dimensiones”. La música y el cine, de tan enigmática presencia e influencia en su proyección vital, tan vinculada a su navegar en los sentires. Los padres, los abuelos y sus sitios, trastiendas en las que dibujar, “hablaba con imágenes”; pasear por la inolvidable Navarra, “por siempre los paisajes / acogedores de los montes”; recordar el placer de escuchar historias contadas por su padre, donde “el pasado no vivido / puede hacerse tangible”.  Visualizar sus quince años y contemplar como inesquivable “el peso de la responsabilidad / de la disciplina”, y pensar, desde la espesa oscuridad que es “él, su propio esclavo. / Él su propio enemigo”. Transitar por la adolescencia, cuando el ser consciente empieza a abrir brecha con uno mismo, donde se hayan la investigación y el desconcierto concertados. Poner el pie en la juventud “tentaba al amor, / y de él recibía dulces cornadas”. Ser con los amigos “cómplices jinetes sin caballo”.

Leer ‘Novela’ es caminar por 35 poemas con Javier Mateo Hidalgo por sus mismos años, saber de la inocencia en lo espontáneo, de la exigencia con espuelas, de la aspereza no esperada y de forjar el músculo con el que lijarla desde la oportunidad que las palabras y la imaginación procuran, también, y especialmente, de lo fértil que surge en terreno propio y de lo sembrado por aquellos que saben de semillas.