No me acostumbro, según Diego J. García Molina

No me acostumbro

Es asombroso como las personas se acostumbran a cualquier situación y viven pensando que es lo natural, sin cuestionarse si las cosas podrían ser de otra forma. Obviamente, no me refiero a todo el mundo, sino a la generalidad, a la masa, aunque no debemos olvidar que se encuentra compuesta de individualidades perfectamente definidas. Por ejemplo, hay personas que viven en el polo norte o en el desierto, en condiciones totalmente extremas en las que el común de los mortales no sobreviviría ni una semana. Se han aclimatado. En España nos hemos acostumbrado a algunas situaciones de excepcionalidad, sin protestar, que tienen poco sentido si se piensan fríamente; pondré varios ejemplos. El primero son los altos impuestos. Nos hemos habituado a que el estado nos cobre por todo, cada vez más y, además, aprovechándose de situaciones injustas como la alta inflación para hacer caja y no rebajar la presión sobre las clases medias y bajas que son las que más la sufren cuando sube la cesta de la compra y no tienen ni para comer. No exagero, este año se ha batido el récord de recaudación por parte de hacienda. Y no es algo que venga de ahora, desde la pandemia se recauda un 52% más que entonces. ¿Ven alguna mejora en los servicios que ofrece el estado a cambio de esta confiscación de nuestro dinero? Yo estoy totalmente a favor del pago de impuestos, sin embargo, pienso que estos no deberían suponer más de la cuarta parte de lo que gana una persona a lo largo del año. Al menos un trabajador de clase media; pues también estoy a favor de la progresividad de los impuestos, es decir, que cuánto más ganes, más pagues, sin llevar la situación al extremo.

No hay que recaudar por recaudar, debe tener un fin y una buena administración. Tengan en cuenta que hay países como Singapur que llegan a devolver dinero de los impuestos a sus ciudadanos debido a lo bien que funciona la economía. Si que es un caso extremo al ser un país rico, pero entre eso y lo que padecemos debe existir un término medio. Se han hecho cálculos que indican que con los impuestos de todo tipo que pagamos a lo largo del año, desde todos los asociados a un vehículo, por vivir en una casa, por trabajar, por cualquier compra que hacemos, etc., estamos hasta junio trabajando para el estado. Es decir, la mitad de nuestro sueldo va para alimentar al estado, quien luego no hace una administración leal y honrada de dicho dinero, sino que parte de este lo malgasta algunas iniciativas y subvenciones sin sentido, en pagar intereses de la deuda que tiene al pedir prestado todos los años, en políticas que perjudican tanto al estado como a la ciudadanía, en delirios de los partidos separatistas, entre otras barbaridades. Es casi una situación de esclavitud, dado que no te puedes negar a pagar impuestos y hay mucha gente para la que el fruto de su trabajo tan solo le llega para cubrir sus necesidades básicas mes a mes, sin perspectiva de futuro. Los impuestos, desde su imposición en el estado moderno, han ido aumentando su impacto hasta límites insospechados. En nuestro caso, durante la crisis económica del gobierno de Rodríguez Zapatero, cuando casi tenemos que pedir el rescate y el gobierno socialista congeló las pensiones a los jubilados y recortó el sueldo a los funcionarios, Rajoy llegó al poder prometiendo bajar impuestos, sin embargo, la realidad fue otra: se aumentaron de forma implacable por la situación extraordinaria en la que nos encontrábamos para ya nunca bajar.

Otros casos paradigmáticos de la voracidad fiscal española son el tabaco y la gasolina. ¿Qué sentido tiene que, sobre el precio de un paquete de tabaco, el 78% sean impuestos y el 22% el precio real del producto? ¿Será que es un vicio, y también una costumbre complicada de abandonar, y se aprovechan para saquear al consumidor? Algún bienintencionado dirá –es que el tabaco es muy perjudicial y al ser más caro se fuma menos. Mire, la gente fumaba cuando un paquete costaba el equivalente a un euro y fuma ahora que cuesta seis. Si tan malo es, ¿por qué no lo prohíben? Y qué decir del combustible para los coches, la mitad son impuestos. Así que baja ahora la materia prima, el barril de petróleo, a casi la mitad, no obstante, el precio en las gasolineras baja únicamente unos pocos céntimos. Y el precio de la gasolina repercute en toda la cadena de producción, es decir, en el precio de todos los productos, dado que la distribución al punto de venta final se realiza por carretera. Y así se va incrementando el coste de todo. Más casos que escapan de toda lógica y al que nos hemos acostumbrado es el alto precio de la energía provocado por la locura por las energías renovables. Factor este que también repercute en la economía a todos los niveles. Como nos hemos enterado tras el infausto suceso del histórico apagón, son conscientes de que un 70% de generación con renovables provoca inestabilidad en el sistema, y es necesario otro tipo de generación como la nuclear o la hidráulica. ¿Por qué esa insistencia en seguir instalando placas solares y gigantescos molinos? Cómo ese ejemplo en Jaén donde van a arrancar cien mil olivos para instalar placas. ¿Qué hay de ecológico en eso? O el destrozo realizado en Teruel con los molinos de viento que además arrasan con la vida de miles de aves cada año sin que le remuerda la conciencia a ningún animalista. Tan solo es un negocio con el que se está forrando mucha gente. Tengan en cuenta que la energía no se puede almacenar, no hay baterías para mantenerla y usarla en el futuro. ¿Qué vamos a hacer con el excedente energético si ya vemos que con lo que se genera actualmente no es posible inyectarlo en el sistema eléctrico? ¿Por qué seguir? La hidráulica es más limpia y además estable. ¿Cuál es el problema, que ahí no se puede meter mano económicamente? Capitalismo de amiguetes.

La última situación extraordinaria expuesta en este artículo a la que nos hemos acostumbrado es a la inestabilidad en el gobierno. La situación de precariedad, los malabarismos que necesitan realizar para mantenerse en el poder están muy bien en un momento puntual. Por el contrario, si tras gobernar 4 años, la situación en vez de estabilizarse y dar los ciudadanos su aprobación en las urnas al trabajo realizado lo que sucede es lo contrario, pierdes votos y escaños y la situación parlamentaria es más precaria todavía, ¿para qué ese empeño en continuar? Es normal que no se quiera dejar el poder, mas no a cualquier precio. Se puede ser un buen gestor y tener ciertas corruptelas que no tendrá castigo en las urnas mientras las cosas vayan bien. Y si no es un gestor excelente, pero al menos se es honrado y empático tendrá también la comprensión de los votantes. Si una coalición gobernante no tiene ni una cosa ni la otra, el rechazo debería ser extremo. ¿A qué se debe esa resistencia de tanta gente a que tenga la oportunidad de gobernar un partido que no sea el suyo, como si se tratara de un equipo de fútbol al que mostrar fidelidad? Y más teniendo en cuenta que cuando ha gobernado la derecha, el Partido Popular, generalmente ha habido menos corrupción y la economía ha funcionado mejor; y tampoco han revertido ninguna de las políticas que anteriormente impulsaron los socialistas (hablo de estos dos partidos porque son los únicos que han gobernado en las últimas cuatro décadas). Solo me lo explico por el trágico trauma nacional que sufrimos con la dictadura que duro nada menos que 40 años. Y por el consecuente sentimentalismo que se le achaca al periodo anterior. Supongo que mucha gente no lo podrá superar nunca, aunque no lo vivieran en primera persona, y el recuerdo de lo que sufrieron sus ascendientes siempre los acompañará, real, o imaginado, identificando a los partidos de la derecha, por los siglos de los siglos, con aquella dictadura e impidiendo que la espiral de odio algún día finalice y podamos ser un país avanzado donde la alternancia política sea un hábito sano que haga evolucionar la sociedad. No me acostumbro a este conformismo.