Negacionistas en mono y en estéreo (II y quién sabe si penúltima Parte), por Vergara Parra

Negacionistas en mono y en estéreo (II y quién sabe si penúltima Parte)

Quienes leyeron el primer fascículo de esta entrega sabrán que fui adusto con la siniestra; ningún placer hallo en ello pero, como nos previno el hidalgo, somos hijos de nuestras obras. No pretendo, cuan árbitros leoninos, compensar una iniquidad con otra pues tendríamos sendas infamias y ningún resarcimiento. Aspiro a ser justo pues la diestra más adiestrada tiene mucho que callar.

Deploro las trincheras y el fanatismo que nublan el juicio y alimentan el odio. Sinrazón e inquina que tanto gustan y aprovechan aquestos y esotros; mediocres y viles los tirios,  mediocres y viles los troyanos pues sólo en tales lodazales vislumbran su gloria; quizá efímera pero siempre provechosa.

Les conté que la II República fracasó estrepitosamente porque entonces, como ahora, era una gran desconocida y pocos entendieron su verdadera naturaleza. Mas su ilegítima autoproclamación el 14/04/1931 tuvo sus razones, pues lo ilegal puede ser razonable cuando la Ley y sus guardianes sirven al mal.  La sociedad española, singularmente la más indefensa, venía de soportar en sus carnes y ánimos las dictaduras militares de Miguel Primo de Rivera, el General Berenguer y el Almirante Aznar. Años de una alternancia política pactada en los despachos y no en las urnas, donde el clientelismo y la corrupción más hediondas alcanzaban cada resquicio del Estado.

La sociedad española, noble como el mejor astado, obedece y se humilla ante el trapo mas cuando el maestro eterniza la faena o picaor y banderilleros se ensañan en exceso, aquella embiste con bravura. Fe da nuestra Historia de ello pues lugareños e intrusos cataron las arremetidas de un pueblo, el español, al que le llevan faltando al respeto desde la noche de los tiempos. Sólo hay algo peor que un señorito de derechas; uno de izquierdas pues el primero humilla de frente y el segundo de soslayo.

Ganada la guerra por Franco, sobrevinieron tiempos muy duros donde las cenizas de la contienda obscureciendo el presente y futuro de millones de compatriotas. Años de escasez y cartillas de racionamiento, de burlas y escarnios. Años de encierro y autarquía, tiempos de grilletes y noches sin estrellas.  Emergieron los de siempre, los señoritingos lameculos de sotanas y uniformes. Los que subempleaban a desheredados a cambio de comida mientras en oficios dominicales golpeábanse el pecho con teatral compunción. Años de medieros y aparceros, de señoritos ivanes y pacos cautivos donde la dignidad de un igual valía menos que la de un garbón. Tiempos muy grises, como el traje de alguaciles sumisos, donde en las guardias de las reboticas los caciques locales daban y quitaban. Daban futuro a los suyos y quitaban sueños a la chusma.

Porque Franco, recuperado el orden y aquietadas las hordas que bajo la tricolor mataban a mansalva, debió preguntar a su pueblo qué quería; si Una, Grande y Libre u otra España menos pretenciosa. Pero no lo hizo, dilatando la dictadura hasta su último hálito.

De manera que el pueblo español, apenas repuesto de las heridas marciales, hubo de soportar durante cuatro décadas un magma viscoso de sangres azules y púrpuras que hicieron de sus capas, no sayos, mas sí hopalandas y magnas. Lustros de palios donde falangistas impostores,  chupacirios y demás tragavirotes sostenían los varales, mientras el pueblo manso y famélico inclinaba el mentón ante el duce civil o religioso de turno.

Tiempos de cielos alquitranados donde maricones sin dispensa gubernativa eran apaleados, encerrados y vejados. Nada hubieron de temer los invertidos de distinguido porte y linaje sabido, como tampoco los refugiados entre muros monacales. Naturalmente, lo de maricón era “pa” pobres y rojos pues los de esta acera eran, en la peor de las expresiones, afeminados con salvoconducto. Hay que ser muy canalla para marcar al que ama diferente,  y muy fariseo para ignorar la propia cobardía mientras se condena al valeroso. Años lúgubres donde palabras como las remarcadas, que no son mías sino prestadas, retrataban a una sociedad cruel, mojigata e intolerante.

Tiempos de censura sorteados por un ingenio por otra parte hoy exótico. Tiempos de literatura proscrita y propaganda prescrita. Años de urbanidad y buenas costumbres donde la mujer era relegada a fogones y dedales; compelida a sufrir en silencio, como las hemorroides, al cafre que le había tocado en desventura. Porque frecuentar a señoritas de vida distraída era de machos y de rameras abandonar al marido, por muy hijo de la gran puta que éste fuere. El derecho civil, otrora de gentes, negaba a la mujer capacidad de obrar sin el refrendo de su santísimo esposo que, por mor de su impunidad, acostumbraba a ser mínimamente santo y mínimamente esposo.

Tiempo de abusos patronales bendecidos y de derechos laborales inauditos. Tiempos de apariencias, dimes y diretes donde la tiranía social oprimía tanto o más que la política. Años de españoles por el mundo; por los mundos de la vendimia gala, fábricas germanas y tierras hermanas. Entonces eran los nuestros los que, como previno Valderrama, nuestro Juanito,  lloraban por la tierra que atrás iban dejando. Muchos no volvieron, quizá porque no pudieron, tal vez porque no quisieron pero en un caso o en el otro todos perdimos, pero más ellos que no marcharon por gusto sino por revanchas y apremios.

Historia humeante con la que la Histeria coetánea aldabea vísceras y nostalgias. Tristes,  bellacos y fantasmas, chulos y malcriados que nunca entendieron que no hay guerras victoriosas sino fracasos colectivos.  Nunca me preocupó la Historia pero sí la añoranza de tiempos por fortuna superados. Apenas sentí los últimos coletazos de la dictadura pero he visto a España renacer. Remarquen bien la fecha, 06/12/1978, porque ese miércoles, victoriosos y vencidos, dijeron sí a la democracia que, aún con carencias y embestidas, nos ha procurado los mejores años que ha conocido España. No olviden, tampoco, que la podredumbre e inacción de los demócratas alimenta a las bestias de uno y otro lado.

No me busquen entre negacionistas de la ciencia, de los hechos y legítimas creencias. No estaré entre quienes niegan las dolencias de mares y tierras. Tampoco entre quienes niegan que donde el odio y la rabia jamás germinó una rosa ni voló la paloma.

 

 

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