Muertes sosas, según Pep Marín

Muertes sosas

No es lo mismo morir y que ese fallecimiento sirva para algo: una victoria social, más sentido común, un progreso más grande o más pequeño, pero progreso. Que te abra en dos la cabeza un ladrillo con resultado de muerte en el acto y que, a partir de ahí, sea obligatorio el uso del casco en una obra.

Estoy pensando en muchas muertes, muchas: gentes quemadas o ahorcadas, o ahorcadas y quemadas para que una persona de piel negra pudiera mear donde mea un blanco. Algo así, una muerte que diera pie a algo bueno para la humanidad. Valientes, bellos, poderosos, poéticos, stendhalianos. Muertos a los que se conmemora, a los que se acude en momentos de bajón.

Otras veces, la muerte llega y no ocurre nada, nada. Una mierda flotando en el mar. No hay un aprovechamiento colectivo de esas muertes, salvo aquello de pensar que una boca menos significa menos contaminación, menos mentiras, menos psicópatas. Quizá por ahí sí se podría atisbar la utilidad de las muertes. Yo estaba entre esas muertes. Entre cadáveres para nada, entre escombros anodinos, insulsos, la misma imagen de siempre, sin plan, sin más: muerto. La bolsa para arriba. La bolsa para abajo. Con todo el Nasdaq metido en el culo. Me produce cierta sorna ahora que mis pensamientos se detienen en esas frases hechas que se suelen decir cuando uno está envuelto en la salsa de un milagro: “Se salvó por un segundo, aquello fue bíblico. Hay que ver qué casualidad, si no llega a ser porque había olvidado la pimienta. ¿Ves el pedazo de macetero? ¿Ves ese balcón del cuarto piso?” No fue mi caso.

“Deseamos ingresar”, dijo el primer ministro de mi país. Dos horas después, un misil o bombazo dio de lleno en el segundo piso, puerta A, nada más empezar la guerra. Misil que acabó con toda la familia, vecinos, con niños de 3, 6, 10 años muertos. Ella, pianista; y él, un borracho mentiroso. También murió el juez del segundo B, aunque aquí sí que se puede decir que la sociedad ganó, pues ese ser vivo era pura carroña. Por la parte que me toca, se vino el suelo abajo de mi tercero, y después dejé de estar en esta dimensión. Al final, y cientos de miles de desplazados después, cientos de miles de muertos después, el mapa geopolítico siguió como estaba. El río bañando la misma frontera, la misma corrupción, los mismos sobornos, los mismos pesos pesados. “¿De qué se ríe este muerto?”, eso dijeron los primeros en llegar a rescatar mi cadáver. Por supuesto, no me iba a quedar con los brazos cruzados.