Metonimia, tropos y otras figuras del lenguaje
Entiéndase por tropo toda traslación del verbo. Aristóteles, en su obra La Poética, mostró una especial predilección por la metáfora. Serían los romanos quienes populizarían el uso del tropo. Quintiliano, y no Cicerón, fue el autor que con más profusión trató este asunto. En el capítulo VI del Libro VIII de su obra Instituciones Oratorias, analizó hasta catorce tipos de tropos o giros. Nada nuevo bajo el sol. Verán.
Los ricos y los tontos son muy metonímicos. Para éstos, y a diferencia de chabacanos, perullos y chusma varia, el objeto debe ser silenciado pues es lo de menos. Los muy mentecatos no compran automóviles sino mercedes, beemeuves o rolrroices. Tampoco adquieren pinturas o esculturas sino deivisjokneis o boteros. Las señoras no se agencian vestidos sino armanis y no calzan zapatos sino llianvitorrosis. Naturalmente, no llevan bolsos sino vuittonis y jamás calzan zapatillas de deporte; con mucho, unos o unas tenis pues ya puestos a decir disparates, tampoco el género les perturba el sueño.
Sorprende el verbo economicista de quienes derrochan sus dineros. Debe hacerles mucha ilu. Porfa; entiéndales. Andan en pecado pues juran en vano y por esnupi. No advierto giro alguno mas sí una remilgada y superferolítica cursilería.
Bárcenas, Carlos Fabra, Acuamed, Castor, Kitchen, Gürtel, Lezo, Naseiro, Nóos, Palma Arena, Púnica, Cursos de Formación, ERES, Filesa, Guerra, Mercasevilla, Plaza, Pokemon, Cruz Roja, Gal,……..; que así, entre otros muchos, fueron bautizados casos de corrupción de peperos y socialistas. ¿No les parece un enigma, es decir, una ironía sombría, que algunos de los más ilustres protagonistas de las fechorías explicitadas clamen, hoy, por la unidad de España? ¿De qué unidad hablan? ¿De aquella que, entre banderas e himnos a modo de señuelos, les permitía esquilmar las arcas públicas?
Sé bien que las sinécdoques engendran, a veces, parcialidad pero no puedo resistirme a la tentación. ¿No les parece un oxímoron que las mesnadas de violentos y levantiscos decidan la suerte de la nación española?
Con lo que ya sabemos, ¿no atisban sarcasmo en el hecho de que Don Juan Carlos I conserve, de forma vitalicia, el título de Rey, tratamiento de Majestad y honores análogos a los previstos para el heredero de la Corona? Disculpen la polisíndeton pero, ¿no aprecian burla a la inteligencia colectiva en la teatral regularización fiscal, de quien ha percibido comisiones y donaciones y regalos y usado tarjetas opacas y abatido paquidermos mientras sus súbditos las pasaban canutas y él y su Casa eran bienmantenidos con los dineros de todos y todas los plembeyos y plembeyas (Paco Martínez Soria dixit) ?
¿Acaso raspamonedas, sobresueldos, fementido y zascandil no son, respectivamente, epítetos antonomásticos para Pujol, Rajoy, Sánchez y Zapatero?
Don Julio Anguita, quizá el político que más he respetado, arengó a sus bases para que optasen por el más honrado, aunque fuese de derechas. El eminente profesor Don Alfonso Ortega Carmona, en el prólogo de su libro RETÓRICA dejó dicho: “Recobrar la dignidad de la palabra como arma pacífica al servicio de la comunidad es tarea fundamental de la retórica……La decadencia de la palabra y de su presencia en el foro político lleva en sí la destrucción del espíritu democrático…..”
Empero un buen discurso, por muy estructurado y convincente que sea, se diluye como el humo si es huérfano de ejemplaridad y coherencia del orador. Y todavía le sería exigible otra característica a la disertación: que esté fundamentada sobre férreos principios ideológicos y que persiga el bien común de manera posible y alentadora. La conquista de la libertad y de la palabra, en tanto baluartes insoslayables de la democracia, costaron sangre, sudor y lágrimas. No ejercerlas o prostituirlas al servicio de fines deshonestos resulta imperdonable.
El recurso de los tropos, figuras del lenguaje, técnicas de persuasión, incluso el auxilio gesticular, estarán bien en la medida que, desde el respeto al oponente, sirvan para esclarecer el bien o revelar el mal. De no ser así, serán mero artificio. Verbos huecos y efímeros cuan palabras escritas en la orilla a la espera de que la primera ola las borre para siempre.
No fui justo pues no voté a Julio Anguita. Fui yo quien, por entonces, no estaba preparado y me restaba mucho por aprender. Ya no es posible enmendar el error. Confío que ande por allá arriba, abrazado con el hijo arrebatado por la maldita guerra. No sé si podrá oírme pero debe saber que su ejemplo y su verbo fueron como una lluvia de perseidas en una noche clara.
Me jugaría los cuartos a que él, para España y los españoles, no quería su República sino la República. Don Julio; fue usted una alegoría; es decir, una metáfora ininterrumpida de democracia y decencia.