Marta Almela

¿Y ahora qué?         columnista-marta-almela-cronicas_siyasa

Llevo dos meses intentando encontrar trabajo. No estoy sola. Terminas la carrera y comienza el abismo, la caída hacía quién sabe dónde. Pero te reconfortas en la idea de que no estás sola, no eres la única a quién el mundo se le presenta extraño, inalcanzable, difuso e irreal a veces. Somos muchas las que llegados a este punto no saben cómo seguir caminando. Echas currículos, rellenas formularios… primero en cosas que se relacionan con tu tiempo invertido en la carrera que decidiste realizar, pensando que eso del mundo laboral quedaba demasiado lejos, luego lo echas para todo horizonte donde se vislumbre cualquier trabajo, te da igual cuál. Cualquiera que te siga permitiendo vivir tu vida lejos del techo de esos padres que lo dieron todo, para que camináramos solas, y que ahora palpita el riesgo de regresar a sus brazos, con ese sabor a derrota y fracaso tan difícil de obviar.

Así que nos mantenemos a flote, amarrándonos a la idea de que saldremos de ésta. Que el trabajo vendrá a buscarnos mientras le buscamos y que esta etapa desaparecerá entre nuestras manos, cansadas. Porque no es tan fácil salir a la calle con tus decenas de currículos y entrar a los locales con un “Hola ¿Está el encargado/a? Vengo a dejar mi currículo. Tengo muchas ganas de trabajar aunque no tenga experiencia, aprendo rápido, si necesitáis a alguien contad conmigo” o frases similares. No es tan fácil. Porque no estás en tu mejor momento, porque lloras por los rincones sin saber cómo llegaste a este momento y a este lugar, en donde la motivación se te ha esfumado, donde andas completamente perdida con dificultades para encontrar tu reflejo,  y aquello que te entusiasmaba antes ahora parece muerto,  o en un profundo letargo del que no sabes cómo despertar.

Un mundo más oscuro, del que sabías que vendría, se abalanza sobre nuestros débiles cuerpos. Y no es tan fácil como nos dicen: “muévete, actívate, motívate”.  Estamos en el siglo XXI, siglo de las ansiedades, los ataques de pánico y el estrés. Enfermedades que galopan en nuestro día a día haciendo más complicado, si cabe, sobrevivir. No sólo nos encontramos perdidas, sino enfermas incomprendidas por un mundo que no termina de incluirnos.

Pero te levantas, día tras día, intentando avivar tu propia llama, buscando aquello que antes te motivaba y dándole cada día una nueva oportunidad. Nos miramos al espejo y sonreímos, en un intento de que esa sonrisa se convierta en verdad.

Vivimos en una realidad que no nos ayuda, en un capitalismo abrasador, en una competitividad abrumadora, envueltas en agresiones de todo tipo, sin verdaderas redes de ayuda y confianza. El mundo no sabe cuidarse así mismo por lo que andamos a ciegas intentando cuidarnos, abrazarnos, querernos.

Despertamos, y cada día, intentamos hacernos mejores, aunque nadie consiga vernos.