Marian Salgado, la hija del periodista

Javier Mateo Hidalgo

Una de las cosas positivas que tuvo el confinamiento al que el covid nos sometió, fue la de permitir que pudiésemos reconciliarnos con nosotros mismos. La vida frenética a la que el sistema actual nos somete para poder subsistir, apenas nos deja tiempo para lo esencial: detenernos, reflexionar sobre nuestra existencia y prestar atención a los sentidos; escuchar lo que nos piden e intentar concedérselo, disfrutando de una vida saludable donde no haya nada que “sanar” al no padecerse ningún trastorno corporal o espiritual. “Men sana in corpore sano” dice la expresión latina, pues una cosa no puede ser sin la otra.

En este sentido, durante el aislamiento provocado se produjo una clara paradoja: a pesar de estar actualmente denostada, la cultura se convirtió en un refugio para gran parte de la población, que encontró en la lectura, la música o el cine la tabla de salvación con la que “matar el tiempo” (terrible expresión tras la que podemos imaginar un reloj acuchillado). El panorama de calles vacías y pisos ocupados resultaba una clara metáfora de lo que representan los seres humanos en sus relaciones sociales: una serie de soledades que se chocan entre sí. Y es que debemos aprender a vivir solos, porque solos venimos a este mundo, solos lo habitamos aun estando acompañados y solos nos vamos de él. Hay quien se resiste a vivir consigo mismo, a escucharse; le produce temor escuchar lo que pueda oír desde su interior. Para evitarlo, trata de llenar su vida con actividades o paraísos artificiales con los que distraer el pensamiento o anestesiar los sentidos, evitando así la autorreflexión.

Dicen que para saber hacer un retrato de alguien hay que saber primero autorretratarse; es decir, tratarse a sí mismo. Conocerse para poder conocer a los demás. Si se trata de un autorretrato escrito, no hay que temer al papel en blanco. Me contaba Miguel Sánchez Ostiz (citando a César González Ruano) que para que la inspiración llegara, lo mejor era empezar a escribir sin tener nada pensado de antemano. Pronto comenzarían a brotar las ideas, y con ellas podría llegarse a completar un texto coherente. Después, solo haría falta eliminar las dos primeras líneas sobrantes (aquellas donde todavía se buscaba la inspiración) para que la redacción quedase perfecta.

Han sido muchas las lecturas que nos han podido acompañar durante nuestra cuarentena. En mi caso, en los momentos de descanso que me ha permitido el teletrabajo, he podido (aludiendo a Proust) buscar el tiempo perdido o “perder el tiempo buscando”, descubriendo libros que tenía pendientes, pero también encontrando otros para mí insólitos, que me han descubierto otras realidades y a quienes las han habitado. En concreto, he sido muy feliz leyendo la autobiografía de una persona muy especial: Marian Salgado. La hija del periodista. Su “autorretrato” no es sólo testimonio de una magnífica reflexión de la autora sobre sí misma, sino una necesaria confesión para la supervivencia personal.

Publicado por Applehead Team en una edición única, su llegada supuso todo un acontecimiento. Un tesoro esperado. Y es que, aunque no tenga mar, algunas veces llegan empujadas por la corriente diaria perlas brillantes a la orilla de este Madrid tan plural como desasosegante. Entre la maraña de voces, en ocasiones se escucha alguna clara y diáfana como la que da cuerpo a este libro, tan límpido como contundente. Su mensaje es unívoco y plural, pues trata de dar cuerpo a una realidad tan terrible como oculta, la de la explotación infantil en el mundo del espectáculo con fines lucrativos, convirtiendo dones artísticos en juguetes rotos. A través de las páginas de este libro nos adentraremos en una realidad poética y terrible, comprobando cómo tras las bambalinas, las luces luminosas de las candilejas desaparecen, y solo queda la necesidad de huir de la miseria a costa de pagar un alto precio. Como lectores, en algunos momentos creemos encontrarnos en paisajes y estancias dignas de La casa de los espíritus de Isabel Allende. En otras ocasiones, el lenguaje empleado por Marian se despoja de los mágicos recuerdos de la casa familiar en Chile, para mostrarse duro y real. Los sueños se trocan en pesadillas, cuando la niña que fue es expulsada de un entorno maravilloso, obligada a comenzar a ser adulta antes de tiempo. La figura de la madre amenazante, que busca en el trabajo de la hija el sostén económico, así como la ausencia del padre y su búsqueda constante se convierten en el leit-motiv de la pequeña Marian, que debe abandonar el papel que le tocaba por su edad para interpretar otro bien distinto, asociado a los escenarios teatrales y a los platós televisivos y cinematográficos. De esta forma inicia una carrera interpretativa ascendente, pasando por estudios de radio y televisión, poniéndose ante la cámara de Chicho Ibáñez Serrador o siendo la voz de Linda Blair en su famoso papel de la niña de El exorcista. Su testimonio es el de los años de transición entre la infancia, la adolescencia y la edad adulta; unos años necesarios para la correcta madurez del ser humano que le son robados a su protagonista, obligada a ser la “mater familias” en una casa que fueron muchas por las constantes mudanzas, cuidando la salud delicada de su madre y escribiendo a escondidas al padre (que trabajaba como periodista). A través de esas cartas, encuentra la forma de desahogarse y ejercitar la escritura poética. Marian pudo ser una gran escritora en esos años, tenía dotes para ello, pero tuvo que robarle horas al sueño, quedarse sin comer muchas veces y vivir en un mundo adulto abusivo y cruel, interpretando historias ante un público que buscaba la evasión y desconocía la realidad tras la ficción. Ahora, felizmente, ha recuperado ese don de contar historias para darnos a conocer la suya, utilizándola de ejemplo para concienciar a la sociedad de un mal a erradicar tan antiguo como el de la propia industria fílmica, prolongándose hasta nuestros días: de Jackie Coogan o Judy Garland, pasando por Marisol o Joselito y llegando a Drew Barrymore o Macaulay Culkin.

Como dice Santiago Alonso en el epílogo-entrevista del libro, se trata de un encuentro muy intenso entre la autora y el sujeto lector, donde éste carece de posibilidad de interacción. La narración ofrece una serie de confesiones plenas de sinceridad y valentía. El peso de las palabras lo domina todo, invocando una especie de exorcismo que busca exteriorizar los recuerdos para abogar por la necesidad del perdón, imprescindible para seguir adelante tras una vida dura aunque rica en vivencias.

Con el paso de los años, quienes hemos podido revisitar los trabajos fílmicos de Marian valoramos su legado como parte fundamental de nuestra cultura audiovisual. Egoístamente agradecemos que en su vida se cruzase el teatro, el cine, el doblaje y la televisión, aún a pesar de sus experiencias no siempre satisfactorias. Ella supo forjar realidades hechas de ese material con el que se fabrican los sueños (que diría el detective Sam Spade), gracias en parte a la madurez personal que una biografía como la suya le confirió a pesar de su corta edad. Su figura fue clave en la conformación de lo que pasaría a conocerse como “Fantaterror”. Un género único del que cada vez se habla más, puesto que supuso un periodo fílmico que funcionó como una bocanada de aire fresco en nuestro cine. En él, numerosos cineastas supieron demostrar su valía salvando las limitaciones que la industria sufría en aquel tiempo, haciendo de su trabajo una auténtica artesanía. Como auténticos orfebres, creadores de la talla de Jesús Franco, Chicho Ibáñez Serrador, Paul Naschy, Jorge Grau o Amando de Ossorio llevaron a cabo una serie de obras emblemáticas que a día de hoy continúan revisándose, cada vez con más entusiasmo. Marian trabajaría a las órdenes de este último (autor de la famosa tetralogía templaria) en el film La endemoniada (1975). Surgida al calor de la mítica El exorcista (William Friedkin, 1973), representa una nueva visión del tema por su autor, generando una nueva y valiosa obra. Si bien no produce la angustia de la primera, sí se encuentra plagada de misterio y de tramas interesantes, llevadas a cabo con suficiencia. Salgado, que ya había realizado el doblaje de la citada película americana, interpreta nuevamente el rol de forma impecable, y más teniendo en cuenta su edad y el tipo de papel que recrea. A su encarnación de una niña poseída por el demonio se añade las horas de maquillaje que debió padecer para dar a su rostro una apariencia avejentada, representando a la bruja que se introduce en su cuerpo, interpretada por la gran Tota Alba. A su lado, figurarán otros actores de la talla de Julián Mateos, Fernando Sancho, Roberto Camardiel, Lone Fleming o Ángel Del Pozo. De estos dos últimos solo tiene buenas palabras (así como de otros como de Fernando Rey -quien la dirigió en el doblaje de El exorcista- o José María Prada -con quien compartió escenario-), pues fueron generosos con ella, simbolizando aquellas luces que guiaron su camino en la noche. Marian volvió a dar muestras de su talento en El extraño amor de los vampiros (León Klimovsky, 1975) y ¿Quién puede matar a un niño? (Chicho Ibáñez Serrador, 1976). Un título elocuente si lo asociamos a los personajes infantiles de Marian. ¿Cómo una niña de personalidad y aspecto tan cautivador podía interpretar papeles tan inquietantes? La respuesta es bien sencilla, pues dicha ambivalencia aparentemente contradictoria sólo puede conseguirse a través de una gran interpretación.

Actualmente, Marian ha continuado transitando el camino coherente iniciado desde su mayoría de edad, y vive apartada del mundanal ruido en la localidad de La Horcajada (Ávila), con una vida sencilla plagada de pequeños placeres. Quienes contamos con su amistad sabemos que es feliz en su huerto, que representa “otro sistema de vida, otro tiempo y otro compás”, donde aprender a mirar de forma diferente cosas cotidianas y bellas. El amanecer y el ocaso por ejemplo, espectáculos gratuitos que, como ella misma firma, apenas valoramos. “Aquellas pequeñas cosas” como diría Serrat, que hablan tan extraordinariamente de quienes las admiran.

 

 

One thought on “Marian Salgado, la hija del periodista

  1. marian salgado

    Va a resultar muy difícil, explicar lo que significa para mí lo que has escrito. Puedo intentarlo con un «gracias» tan grande como sincero, un gracias no de los que nos servimos a diario como mero formulismo, si no como demostración auténtica y veraz de un sentimiento. Gracias infinitas. Marian Salgado

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