María Parra homenajea a D. Antonio López Alarcón

El impulso benefactor de Don Antonio López Alarcón

Querido lector,

ya ha entrado junio con sus rayos de sol anunciando la llegada del verano. Como alto promontorio, puedo atisbar cómo el júbilo se acelera entre los ciezanos tan dados a disfrutar del buen tiempo en sus calles. Pronto el calor será sofocante y resecará más mis grietas de vieja piedra, piedra cargada de historia fecunda, piedra erosionada por el paso de los siglos y de las generaciones, piedra pulida por el correr de las hojas de tantos calendarios salpicados de días grises y azules, de días de gozo y de color, de días de triunfos y de derrotas, de días de esplendores y de fracasos. A pesar de todo, sigo aquí, vigilando, cuidando, oteando ilusiones, sueños y esperanzas.

Quizás, en medio de este calor que agosta y agota al mismo tiempo, el cielo nos regale algunas gotas de lluvia sutil y pasajera, que nos pueda refrescar, aunque, afortunadamente, siempre estará el baño en la presa con el que paliar el sofoco de estas fechas. ¡Cómo me regocijo desde mi altura contemplando a tantos bañistas disfrutando durante el verano de la caricia refrescante de este nuestro río, que es el origen de este asentamiento humano que es Cieza, la Siyâsa cuyos restos tengo tan cerca!

Porque es cierto que este pueblo goza de una larga historia, y es por ello por lo que no debemos nunca olvidarla. El recuerdo ha de ser nuestro mayor manjar, pues siempre nos permitirá identificarnos y con ello ayudarnos a valorar todo lo bueno que tenemos. Y es que los recuerdos se tejen en el alma, allí van naciendo y es el tiempo el que, con su aguja certera, los va cosiendo a veces con dolor, otras veces con alegría. Y, de vez en cuando, reviven y se hacen presentes y se rumian y se siente por dentro su sabor amargo o dulce. Y el alma se regocija o se entristece, se siente pletórica o alicaída.

Cieza ha tenido la suerte de contar con personalidades generosas, que desempeñando una de las labores más entregadas como es la de maestro, han dedicado su esfuerzo y su tiempo para que nuestro pueblo fuera poco a poco fructificando.

En los años cincuenta del pasado siglo XX las condiciones de escolaridad en Cieza eran escasas. Las familias ciezanas solo podían contar con el Grupo Escolar Santo Cristo del Consuelo (edificado treinta años atrás), la Graduada del Patronato del Frente de Juventudes y un colegio dependiente de la Iglesia como el de las Monjas Claras. Además, en aquella época, el Ayuntamiento habilitó una escuela especial, ya que, desgraciadamente, hubo una epidemia de tracoma que afectó a muchos niños y esto hizo que se les habilitara por Las Casas Baratas una pequeña escuela conocida como Las Casas del Cura, dirigida por el maestro nacional D. Antonio López Alarcón. 

Por suerte, esta epidemia desapareció, pero siguió quedando en aquella barriada una zona de Cieza que, a pesar de estar bastante poblada, destacaba por ser una zona deprimida, al estar asentada sobre el suroeste del desarrollo urbano denominada Pago de Zaraiche. El contacto con aquellos jóvenes más desfavorecidos motivó que el maestro D. Antonio López Alarcón albergara la firme convicción de que las nuevas generaciones de ciezanos de aquella parte de Cieza debían crecer también bajo el amparo de una escuela, donde se les ofrecería los conocimientos que harían de ellos parte del futuro de nuestro pueblo. Es por ello, por lo que no cejó en su empeño hasta conseguir que aquella barriada contara con un colegio de nueva planta, que albergara a esas nuevas generaciones según los planes educativos de la época. Nació así un centro escolar para niños y niñas, que se inauguró en 1959, siendo sus primeros directores el mismo Don Antonio, alma mater de esa gestión y Doña Sacramentos, que se encargaría de las niñas.

El Colegio fue bautizado, a instancia de sus directores, con el nombre de Virgen del Buen Suceso, en honor a nuestra patrona. Fue un acto lleno de felicidad, en el que D. Antonio vio cumplido su sueño de ofrecerle a la ciudad otra zona escolar, donde hubiera un colegio hermoso, sólido, con espacios para el recreo, y que además contara con comedor, con el fin de atender así a las características de ese barrio obrero.  Pocos años después, el director que inauguró el centro cesó por traslado voluntario, pasando esta responsabilidad a D. Juan López, para más tarde ser sucedido por D. Antonio Buitrago, quien asumió también la construcción de una sección delegada en la zona del Gato Azul, ejerciendo ambos cargos hasta su fallecimiento. Posteriormente, y por acuerdo del claustro, fue nombrado como director D. Adolfo López Pascual, hijo del benefactor Don Antonio López Alarcón, quien lo mantuvo hasta su jubilación hacia el año 2005.

El colegio Virgen del Buen Suceso, sufrió a la muerte de D. Antonio Buitrago el cambio de su nombre inaugural, produciéndose entonces la decisión de rebautizarlo con el nombre del director fallecido. Sea como fuere, el colegio al que los ciezanos llaman coloquialmente como el Zaraiche, por ubicarse en el antiguo paraje que ocupaba la vieja Balsa del Zaraiche, sigue con buen pie su marcha escolar, dando inmejorables alumnos que han destacado en todos los sectores. Desde los estrictamente académicos, con pedigrí artístico, hasta los profesionales.  

¡Cómo me reconforta saborear el recuerdo en estos surcos de mi Atalaya que han sido testigos de aquellos ciezanos que con su dedicación y esfuerzo construyeron ayer la Cieza de hoy!

 

 

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