María Parra homenajea a Aurelio Guirao

Aurelio y el dolorido sentir

“No me podrán quitar el dolorido sentir

si ya del todo primero

no me quitan el sentido”. (Garcilaso de la Vega)

Aún puedo escuchar desde esta altura privilegiada los ecos de la última Semana Santa celebrada, como siempre, con una gran intensidad y emoción, hasta donde ha dejado esa lluvia de oro que solo en estas ocasiones importuna. En ella se ha vivido ese profundo y “dolorido sentir” que va asociado siempre a la Pasión y Muerte de Cristo.

Pero ese sentimiento no es algo exclusivo de un pueblo y de esta época del año, sino que es algo que puede extenderse a cualquier tiempo y puede experimentarse por cualquier corazón atribulado rodeado de soledad.

Desde esta Atalaya, me conmueve en ocasiones los sentimientos de los ciezanos cuando detecto ese “dolorido sentir en la intimidad de algunos de ellos. Porque hasta mis surcos ya viejos han llegado los ecos de sus líricos versos. Y es a través de ellos, como todos los ciezanos han podido penetrar en el interior de un hombre muy especial que vivió entre 1940 y 1996, cuyo nombre ha quedado para las futuras generaciones en un auditorio y en un premio literario. Se trata de Aurelio Guirao, ciezano de los pies a la cabeza, pero de alguna manera también universal por la obra que legó a la posteridad.

Desde aquí arriba he podido captar el gran valor de la personalidad de este hombre y, al mismo tiempo, su complejidad. Era Aurelio un hombre tan poliédrico en sus aficiones e inquietudes que encasillarlo en un adjetivo es labor casi imposible. Su genialidad se deslizaba, esquivando cualquier intento de clasificación de su idiosincrasia. Su imaginación se desbordaba, abarcando la poesía, la pintura, el teatro, etc., lo que le ha convertido en un referente cultural de la sociedad ciezana.

Quizás esto se deba a que Aurelio fue un hombre que nació tarde, que vivió en un espacio y un tiempo que no le correspondían, en un aquí y ahora que no eran lo que su sensibilidad requería. Si hubiera que buscarle un hueco en la historia y en la geografía, el lugar y el tiempo en que tal vez Aurelio habría sido plenamente feliz, quizás sería en la Florencia del Renacimiento, donde habría dado rienda suelta a sus inquietudes como hombre de gran delicadeza y sensibilidad y de vasta cultura.

Y esa incomodidad en su tiempo y en su espacio pudo ser una de las raíces de ese “dolorido sentir” que recorre de norte a sur su vida y su poesía, ese dolor que le hizo decir en unos versos escritos meses antes de morir:

“No haced mucho caso

a quien ha gozado en la desdicha”.

Aurelio tenía muchas cosas para ser feliz, si hubiera sido la suya una personalidad corriente como la de la mayoría de los mortales. Tenía una posición acomodada, un trabajo estable, familia y amigos que lo rodeaban, pero todo eso no le bastaba y no le era fácil calmar ese “dolorido sentir” que es el denominador común de su vida y que es la raíz de su poesía sin el cual quizás nada habría escrito.

Ejerció la docencia durante algún tiempo, hasta que la situación de las aulas le impidió sentirse realizado en ellas, puesto que esa sonoridad de la lengua gala que él conseguía no despertaba tanta inquietud e interés como él pretendía. Además, tuvo lugar un desdichado hecho que ahondó aún más ese surco de dolor que arrastraba, la muerte de su único hijo, víctima de una rara enfermedad, al que en unos versos pide perdón por haberlo traído a la vida:

“Si pudieras

 comprenderme

o tan siquiera oírme

pediría

perdón

por haberte engendrado

y no estar apurando

tanto dolor en ti

contigo”.

Sin duda, la huella de este dolor no desaparecerá en los veinte años que le quedaron de vida, pues muere relativamente joven, a los 56 años, masticando el tiempo con ansia, intentando extraer de él un sabor dulce que pocas veces consigue, como él mismo declara en sus versos:

“¿Tiempo?

Una hendija en el aire cuando el rayo se apaga”.

Nos ha dejado Aurelio una gran herencia en su poesía, una poesía que no tiene nada de localista. No era un poeta de pueblo cuya obra solo tiene sentido entre los límites locales. Es el suyo un tono universal que puede calar en cualquier lector que comprenda esos versos salpicados de dolor y desaliento.

Esa universalidad le viene igualmente por sus frecuentes periplos por Francia, Portugal, Suiza, Italia… pues era un viajero de maletas e ilusiones. Pero sin perder nunca su “ciezanismo”, donde estaban sus rincones más íntimos, situados en las mesas de camilla de sus mejores amigos, en las que las horas trascurrían enmarcadas en tertulias de largas cenizas. O su amor a esa “segunda madre”, esa Pascuala cuya muerte siente tan hondo que le lleva a escribir la elegía “Bastaba tu silencio”, donde le dice:

“Hasta para morirte has sido buena

con nosotros”.

Y es que Aurelio era un hombre tan sensible que captaba la grandeza de la sencillez, que daba valor humano y poético a lo aparentemente pequeño o intrascendente. Pero esa sensibilidad, fruto entre otras cosas de una profunda formación humanística, es también causante de su sufrimiento, que le lleva a sufrir esos “doloridos sentires” que acechan y salpican a los seres más delicados.

Aurelio saboreó la amargura durante su corta vida como Garcilaso, y, como él, dejó un imborrable recuerdo a través de sus versos. Su vida acabó el 23 de febrero de hace ya 23 años, y sus cenizas fueron aventadas desde esta mi Atalaya, pero en su Cieza natal su huella sigue viva y seguirá por mucho tiempo, pues siempre habrá, a pesar de esta sociedad tan fría y tecnificada, algún alma sensible que se emocionará con su verso, que saboreará esa poesía que es la expresión de un “dolorido sentir” que lo llena y lo inspira y le hace decir:

“Escribo porque me voy muriendo día tras día”.

 

 

 

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