María Parra define la festividad de Reyes

A caballo regalado…

Queridos lectores,

hace unos días, pudimos disfrutar de una noche mágica por las calles de nuestra localidad con una magnífica Cabalgata de sus majestades los Reyes Magos, a los que acogimos con mucho cariño y entusiasmo rodeados de nuestros familiares y amigos. Grandes y pequeños, vencimos el miedo al frío, y pudimos contemplar el desfile con gran entusiasmo, admirando el colorido de los trajes persas de las bellas bailarinas y disfrutando de sus danzas de movimientos ágiles y elegantes, acompasados con esa música tan exótica llegada del lejano Oriente. Dicha comitiva iba acompañando a los reyes Melchor, Gaspar y Baltasar, que tras haber desembarcado en el río Segura, iban montados en sus flamantes caballos repartiendo caramelos a los niños, que con tanto anhelo les habían estado esperando. Cuando la noche llegó a su término, los astrólogos se despidieron sigilosamente de nosotros mientras dormíamos, dejándonos en nuestros balcones una estela de ilusiones salpicadas de regalos.

Pero, desafortunadamente, hay quien no cree en sus majestades y afirma que no existen, apagando así el fuego de tantas ilusiones y agriando el sabor de muchos sueños. Verdaderamente, es una lástima. Melchor, Gaspar y Baltasar sí existen, respiran, caminan, sienten como nosotros y los tenemos muy cerca, ya que forman parte de nuestras vidas. Y es que, no solo amanecemos cada 6 de enero llenos de sorpresas, tras haber recibido a sus majestades con la casa engalanada para la ocasión, sino que también somos obsequiados el resto del año. Porque coincidirán conmigo en que realmente recibimos muchos regalos todos los días en nuestra vida cotidiana, por ejemplo: cuando nuestro hijo nos da un beso de buenas noches, cuando nuestra cuñada nos invita a un café, cuando un compañero nos cambia el turno, cuando un desconocido nos cede su asiento, cuando la cajera nos recibe con una sonrisa, cuando nuestra madre nos prepara la comida, cuando nuestros amigos nos dan una sorpresa… Y tantas cosas más que no acabaría.

Está claro que, en los últimos tiempos, los avances tecnológicos han aumentado las posibilidades de comunicación y que ello nos ha permitido potenciar las posibilidades laborales y las relaciones sociales, pero también nos ha llevado a alcanzar un ritmo frenético y esto nos está impidiendo valorar (incluso a veces saborear) todos esos pequeños regalos de los que disfrutamos cada día. Por suerte, al menos una vez al año se nos brinda la oportunidad de agradecer la materialización de esos deseos e ilusiones que los Reyes Magos procuran hacernos realidad mediante regalos más o menos acertados. Pero ocurre que, en algunas ocasiones, nos encontramos con personas que no son agradecidas y que, en lugar de apreciar lo bueno de cada obsequio de este día tan especial, se fijan en detalles que no les gustan demasiado.

Así, por ejemplo, mi compañero Pascual me contó que recibió del rey Melchor una pequeña cajita que él abrió con rapidez, rompiendo el papel de colores que la envolvía y que una vez abierta vio que contenía un reloj muy bonico, con unas esferas que brillaban. Entre risas y nervios pudo ver que era de una marca suiza, pero, según me confesó, después de observar con detenimiento el precioso regalo, se dio cuenta de que la forma de las agujas no le gustaba demasiado. Dicen que el rey Melchor, al ver su gesto contrariado, se marchó decepcionado.

O como ocurrió con un amiguico de mi hijo pequeño, Pablo, quien recibió del rey Gaspar un móvil de última generación. Todos pudieron ver que el entusiasmo del crío iba creciendo conforme iba descubriendo todas sus prestaciones, pero tras unos días ni siquiera se enrojeció al decir que no recordaba siquiera dónde lo había olvidado. Alguien contó que desde entonces su majestad anda muy desilusionado.

El rey Baltasar por su parte entregó a Laura, la sobrina de mi amiga Clara, un pequeño paquete plateado que ella recibió con gran alborozo. Era una cajica alargada, muy bien envuelta que no pesaba. Al abrirla, vio que contenía las llaves de un coche nuevo. Se sorprendió Laura del lujoso detalle del rey mago, pero al subirse en él, comprobó que no era automático como a ella le habría gustado y comentó con desilusión que aquel cambio de marchas era ya bastante anticuado. Según me comentó mi amiga después, el pobre rey Baltasar se despidió al rato con semblante un tanto apenado.

Hay rumores de que los tres Magos, tras la falta de correspondencia a sus muestras de generosidad, se quedaron tan abatidos, que coincidieron sin saberlo en que ya no volverían en lo sucesivo a buscar regalos con tanta ilusión para Pascual, Pablo y Laura.

Avanzada ya la noche mágica, mi compañera Lucía, que estaba ansiosa por recibir su regalo del rey Melchor se encontró en su balcón un libro envuelto en papel de celofán con un enorme lazo, al verlo se lanzó a abrazar al rey sin ningún reparo y lo hizo con tanta fuerza que casi se le cae la corona, pues era la novela que había estado esperando.

Mi amiga Marta me contó entre risas que había sido muy afortunada, porque el rey Gaspar se había bajado de su caballo para regalarle una preciosa bufanda con unos guantes de lana a juego, y que ella de la alegría le dio un beso en sus mejillas blancas mientras se lo ponía, pues la noche era muy fría.

En esta otra ocasión, el rey Baltasar desde su caballo miró a los ojos a la pequeña Carmen y, sin que esta lo esperara, le entregó un pequeño paquete que encerraba un estuche de acuarelas con muchos colores. Ella saltó de gozo al recibirlo y sin pensárselo dos veces le lanzó un besó al rey con sus diminutas manos. La madre, feliz por la reacción entrañable de su hija, le susurró en el oído que podía estrenarla en cuanto llegaran a casa.

Al emprender de nuevo Los Magos su camino, se fueron finalmente satisfechos por la alegría que habían suscitado en Lucía, Marta y Carmen, a las que según he oído les prometieron, antes de marcharse, volver el año próximo con más y mejores regalos.

Una vez montados en sus caballos con el séquito preparado ya para la partida hacia el lejano Oriente, sus majestades Melchor, Gaspar y Baltasar les hicieron a todos los allí presentes, casi a voz en grito, pues el tumulto era grande, la siguiente recomendación:

A CABALLO REGALADO, NO LE MIRES EL DENTADO

Es por todo ello, por lo que no debemos dejarnos arrastrar por la incredulidad y procurar transmitir a los demás la ilusión de esa noche mágica, alejados de esa inercia que nos arrastra hacia el escepticismo, y así poder lograr centrarnos en aprovechar esta ocasión para agradecer el tiempo que le han dedicado nuestros queridos Reyes Magos a indagar cuáles son nuestros deseos y para corresponderles por el empeño e ilusión que han puesto con el fin de satisfacer nuestros sueños.

 

 

 

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