María Cegarra, sentir de transparente cristal

Rosa Campos Gómez

Nació en La Unión (Murcia) cuando el siglo XIX se preparaba para dejar paso al XX, fue la primera mujer perito químico de España, profesora y poeta. Hablamos de María Cegarra Salcedo.

Su padre, natural de la localidad minera, fue comerciante, y su madre, nacida en Córdoba, era maestra. Era la menor de cuatro hermanos, el mayor, Andrés Cegarra Salcedo, inmerso en el mundo literario y con estudios de magisterio, fue decisivo en su vida, debido a la enfermedad degenerativa que padecía le dejó ciego y sin movilidad- y por su actitud responsable de lo que podía hacer con los conocimientos que tenía y la manera de compartirlos como escritor y fundador de la Editorial Levante. María era la que manuscribía todo lo que él pensaba y quería dejar por escrito, haciendo la labor de editora y de acompañante en las tertulias, trabajos que le propiciarían conocer el panorama literario regional. Todas estas circunstancias le fueron agrandando las capacidades que poseía y que dieron frutos que irían madurando sin estridencias, pero con paso firme, y que, quizá, equilibraron esa labor de dedicación exclusiva al hermano, compartida con su hermana Pepita, encargada de los cuidados de alimentación e higiene, hasta que murió, en 1928, cuando ambas hermanas tenían -según la mirada de entonces- mucha juventud pasada.

María pasaría a ser el sostén económico familiar, y ahí también influyó la orientación hacia una formación académica que le propuso su hermano, “la Química no fue decisión mía, yo no hubiera elegido nada, hubiera sido una mujer vulgar. Andrés decidió que yo debía tener un medio de vida. Así, en tierra de minas, analizar minerales podía tener futuro (…). No elegí Química pero me enamoré de ella” (en “El silencio ardiente de María Cegarra”, Francisco J. Ródenas Rozas).

Cegarra participó en distintas actividades de la Universidad Popular de Cartagena, fundada por Carmen Conde y Antonio Oliver. En 1932 formó parte de la delegación que viajó a Orihuela para participar en un homenaje a Gabriel Miró, allí conoció a Miguel Hernández, con quien mantuvo una relación que quedaría reflejada en las visitas del poeta a La Unión, en la correspondencia epistolar y en la producción poética de ambos con poemas surgidos a la luz de sus sentimientos. Escribió ella, recordando como Miguel la nombraba: “-¡M-A-RÍ-A!- Y aguardaba callado -¡él también!- que yo no respondiera, que me ungiera de sentirme bien llamada”, y en otro poema, ya en primera persona, afirmó: “Nadie -ni antes ni después de ti- supo, sabe pronunciar mi nombre: hacías una creación de la palabra, del tono, del sonido, del acento. Te recuerdo en mi nombre -aprendido de ti- que conmigo, inseparable, llevo. Inconsumible, ingrávido. Sin muerte y sin dolor.”

En 1935 puso de nuevo en activo la editorial para publicar Cristales míos, libro dedicado al hermano ausente, donde incluye poemas para Hernández. Desde entonces no dejó de escribir, aunque publicó poco y muy espaciadamente: Desvarío y fórmulas (Ed. Levante, 1978), Poesía completa (Ed. Regional de Murcia, 1986) -incluido el inédito Cada día conmigo-, y Poemas para un silencio (Ed. Aguaclara, 1999) -póstumo, dedicado a su hermana-; más la obra de teatro, escrita junto a Carmen Conde, Mineros (Ed. Torremozas, 2018), y el libro con la correspondencia entre ambas escritoras.  Colaboró con artículos en diferentes revistas e impartió conferencias. Ya mayor, recibió homenajes y reconocimientos a su labor como docente y como poeta, como el premio Rosa de Plata. Fue nombrada miembro de la Real Academia Alfonso X el Sabio e Hija Predilecta de La Unión, donde, además, el Instituto de Enseñanza Secundaria lleva su nombre.

Amó la química y su enseñanza, dejándolo reflejado en sus poemas, aportándoles hermosa originalidad. Fue ferviente admiradora del cante de las minas: “la copla y el llanto se asemejan cuando es el corazón quien canta o llora”. Escribió mineras: “Ya están las coplas volando, se escapan del palomar. Son los mineros cantando que, al ponerse a trabajar, olvidan que están penando”; saetas: “Dejadme que coja al Cristo con mis brazos de minero; en cuanto nos hemos visto me ha llamado ‘compañero’”; y villancicos: “Las minas han encendido sus faroles de pirita porque ha nacido Jesús y las piedras resucitan”. Construyó frases a las que denominó Dados y en las que su sentido del humor reverbera: “Cortocircuito: Lo que se establece entre el profesor y el alumno cuando éste no se sabe la lección”.   “El cine mudo supera al hablado en discreción”. “Los tímidos con el pavo subido corren un grave peligro en las navidades” -extraídos de La Obra Literaria de María Cegarra en su Entorno Vital, María Rosa Penalva Moraga-.

Murió el 26 de marzo de 1993 y el Ayuntamiento declaró dos días de luto oficial. Había dejado escrito: “Me moriré en La Unión junto a las minas. Con un rumor de mar a mi costado. El cante de mi tierra como rezo…”.

Su trayectoria, aquí muy resumida, es una historia donde los cuidados entretejieron la enfermedad con la cultura y dieron un enorme potencial a una mujer que buscó lo bello y procuró la discreción, desde un silencio que sabía el alto valor de la voz: “¿Qué silencio es el tuyo que se abisma y envuelve, me pregunta y escucha? Todo lo que vivo se abrasa y deshace por respuesta. Dame emoción, palabras y belleza para un poema que tu secreto alcance”.

 

 

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