María Bernal aboga por una sociedad justa e igualitaria

Ni una persona más

Asco, repugnancia y hasta me atrevería a escribir la palabra odio. Y aunque avanzamos o intentamos avanzar sin miedo y con valentía, es inevitable hacerlo acompañadas de la incertidumbre de una justicia que, de una manera enigmática, pasa a convertirse en injusticia. Y ante algunos (y escribo “algunos” porque no quiero, no debo ni tengo derecho alguno a incluir en este saco a todos los hombres) malnacidos de este país que actúan como cual machistas aborrecibles, las mujeres desatamos nuestra ira incontrolable e indomable, hasta el punto que, si nuestras palabras fueran balas, no quedaría ninguna cabeza sobre los hombros de esas bestias embebidas de celos, odio y rencor.

 No se merecen que los llamemos hombres, ya que estos son aquellos que respetan y adoran a las mujeres. Sin embargo, a las personas maltratadoras solo se les desea y, estarán de acuerdo conmigo, que, si son capaces de atacar a una presa endeble, tienen que ser lo suficientemente valientes (cualidad de la que  carecen) para probar de su propio veneno, a ver si, de esta manera, la civilización consigue extinguir a estos grandísimos hijos de la gran puta que deberían pudrirse en la cárcel, recibiendo todo tipo de torturas que les recuerden constantemente lo machitos que fueron ante una víctima débil por naturaleza, pero valiente por actitud. Porque así son estas guerreras, indiscutibles valientes, que no le temen a la muerte, cuando esta acampa a sus anchas muy cerca de ellas casi todos los días.

¿Por qué está fallando el sistema? ¿Por qué los políticos, quizás únicos responsables de poder poner punto y final a esta situación, si se plantaran con un una actitud autoritaria y dijeran sin pelos en la lengua que a quién se le ocurriera ponerle un dedo encima a una mujer se les cortarían los cojones, no son capaces de actuar?

Supongo que yo lo veo todo muy sencillo respecto a todo lo concerniente a estos casos de violencia de género machista (a mí no me gusta ponerle nombres absurdos a lo evidente, por eso llamo a esta penosa realidad, que tanto me duele, como se le ha llamado toda la vida). Y es que jode, como mujer y como hombre (recordemos que los hombres también sufren la pérdida de un ser querido y las consecuencias de las barbaries que cometen esos monstruos de su misma especie) que en lugar de tomar cartas en el asunto, se pongan, por ejemplo, a pensar en un nuevo nombre para una ley que pide a gritos un cambio drástico y severo, un cambio que sacuda a todos los sinvergüenzas de este país.

No perdáis el tiempo y dejaos el pretexto de la igualdad. No hace falta llamar a todo por su nombre, no seáis tan tiquismiquis y dejaos ya de tanta gilipollez. Urge más  diseñar y  llevar a cabo un plan de ejecución que horrorice tanto a las personas que se dedican a maltratar, como a las que se atreven a asesinar, que puedan llegar a pensárselo dos veces antes de salir de cacería.

Tantas y tantas víctimas; tantos y tantos autores confesos, tantos repulsivos, chulos, cabrones y desafiantes de la autoridad que sobran en esta vida, y la justicia aún se piensa cuál es la sentencia que va a imponer.  Y me gustan a mí la presunción de inocencia, las órdenes de alejamiento, entre otras medidas, las cuales son cuestionadas por el mero hecho de no ser efectivas, y no creo que existan pruebas más recurrentes que las que día tras día y por desgracia, nos muestra la vida. ¿Presunción de inocencia? Sí, para el pobre que sea condenado injustamente, sea hombre o mujer. ¿Orden de alejamiento? ¿Para qué? Se la pasan por el forro de los… (omito tanta palabrota, no porque no sienta en este instante la necesidad de soltarla, sino por respeto al lector).

¿Y por qué son tan pasotas los canallas estos que se dedican a arrebatarles la vida a tantas y tantas y tantas mujeres? Pues está claro. Vivimos en un país que, por sus ciudades, por su gente, por su gastronomía y por su cultura puede presumir incansablemente. Sin embargo, este falla o eso es lo que parece en temas de legislación. Y no lo digo yo, que no entiendo de ellas, lo exponen continuamente los magistrados. Hace un par de años,  Vicente Magro, magistrado en la Audiencia Provincial de Madrid, lo decía claramente en un programa de radio: “Son muchos los fallos que hay actualmente en la legislación española siendo uno de ellos la poca valoración del riesgo que sufre una mujer que ha sido maltratada por primera vez”.

Desgraciadamente,  no hay supremacía que pueda llegar a atormentarlos. Total, después de cometer su crimen, saben que su recompensa va  a ser cinco años marranos en la cárcel y a la puta calle. O saben que después de asesinar a su víctima, se van a suicidar. No, mamonazo, déjala en paz y tírate de la cima más alta de la montaña que encuentres; pero déjala en paz.

Pobres mujeres y pobres hombres que tienen que vivir estos episodios sombríos. Porque ¡ojo!, los hombres también lloran, también sufren y también son víctimas de los golpes que nos da el destino, de las sorpresas que nos da la vida y de la sangre que salpica en cada uno de estos asesinatos. Como mujer, no es que defienda la igualdad, es que la considero la realidad de mi día a día, y esto quizá sea gracias a la educación recibida. Ni mejor, ni peor que en otras casas, colegios e institutos, sino simplemente una educación que ha revindicado continuamente que todas las personas, seamos hombres o mujeres  tenemos los mismos derechos y las mismas oportunidades. La misma que yo intento inculcar, antes que enseñar sintaxis o comentario de texto.

Es importantísimo tatuar a fuego lento, aunque duela, en la mente de todas las personas una educación, porque ahí está el gran error, que nos muestre continuamente el equilibrio que tiene que haber en esta sociedad, en la que hombres y mujeres tienen que  luchar de manera conjunta por una sociedad tolerante, respetuosa, cualificada, solidaria y pacífica. Una sociedad en la que no haya más casos de violencia de género, de manera que todo el mundo tenga derecho a decidir, elegir y vivir, sin que ningún ogro (hombre o mujer) atormente, arruine o aniquile a una persona inocente.

¡Qué triste! ¡Qué rabia! Tantas mujeres a las que se les priva de su libertad por culpa del horrible patriarcado que todavía hilvana nuestra sociedad ¡Qué ganas de llevar una metralleta colgada a la espalda para quitarnos de en medio a toda persona que atente contra nuestra integridad! Nos da miedo ir solas por la calle (¡cuidado con las inmundas manadas, a las que llevaba yo al campo a soltarlas con las bestias que allí pastan!), nos da miedo zanjar una relación, nos da miedo vivir en un mundo lleno de locos y locas que no son capaces de gestionar sus emociones y, sin piedad alguna, pagan su odio con la decisión más brutal que el ser humano puede tomar: la muerte.

Ni una más, pero no solo mujeres, sino ni una persona más asesinada o maltratada a manos de su pareja o manadas de turno, bien sean hombres, bien sean mujeres. Pero entiendan que  la  indignación aumenta más entre nosotras, porque son muchas más las víctimas femeninas que masculinas. Insisto, libertad y tranquilidad para todas las personas, a fin de cuentas solo nosotros somos dueños de nuestra persona, de nuestra vida y de nuestro destino.

 

 

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