Manuela Buitrago, artista desde el silencio

Rosa Campos Gómez

Hay mujeres que han sido combatientes natas, enfrentándose a dificultades fuertes sin doblegarse, luchando por sus derechos y activando su imaginación estética, como Manuela Buitrago Bernal, que ha sabido y querido dar amor, construyendo su vida con estos valores y con toda la energía que fue capaz de reunir y transmitir.

Manola tenía una sensibilidad artística que desarrolló a través del dibujo y la pintura; la decoración de piezas de vidrio, cerámica y metal; y la composición diseñada con objetos en los que encontraba inspiración artística, como conchas marinas recolectadas a orillas del mar o con las flores y hojas que, en sus paseos por el campo le ofrecían las plantas, generando una creatividad silenciosa y, a la vez, comunicadora de su emotividad y belleza.

Dicha faceta, por sí sola, ya es notable, pero a lo largo -y corto- de los 60 años que ha durado su vida fue afrontando situaciones que también merecen ser destacadas. Manola inició su cruzada vital a los dieciocho meses, cuando el virus de la poliomielitis entró en su pequeño cuerpo. Su madre la llevó a médicos especialistas, tanto de la seguridad social como privados, pero no hubo manera de detener el proceso infeccioso que dejó marcado su cuerpo para siempre. Esto le sucedió a la pequeña en 1962, cuando ya se inoculaba la vacuna inyectable desarrollada por Jonas Edward Salk –con precedente de la creada contra la polio en los monos por Isabel Merrick Morgan–, que fue utilizada a partir de 1955 en EE UU, no llegando, por desgracia, a suministrarse generalizadamente en España–. Sería un par de años después, en 1964, con un alto número de personas contagiadas, cuando fue autorizada a aplicarse en nuestro país la vacuna desarrollada por Albert Bruce Sabin en 1961. Esta se administraba por vía oral, haciéndolo entonces en gotas que se depositaban en un terrón de azúcar; pero ya era tarde para Manola, la más pequeña de sus hermanos, tres de los que corrían riesgo de contagio tuvieron, por prescripción médica, que irse a vivir a casa de su abuela durante los tres meses que duró la cuarentena impuesta.

Sus padres la inscribieron en el SEREM (Servicio de Rehabilitación y Recuperación de Minúsvalidos) y salió preparada para encontrar empleo en una empresa de limpieza, lo que le dio independencia económica. Posteriormente fue cuidadora de mayores. Manola se hacía de querer en todos los lugares donde trabajaba; también en el hospital, donde fue atendida al final de sus días, era querida por el personal sanitario; asimismo, el cariño y la amabilidad de ella hacia todas estas personas estaban garantizados. Entre las cosas grandes que le regaló la vida estuvo ser madre de un hijo y el cariño entre ambos. La sororidad de su hermana Mariana también ha representado algo muy especial en su vida –y como ejemplo para los demás– por que ha estado con ella, apoyándola y cuidándola anímicamente siempre.

Entre los hechos que ilustran el carácter de esta gran luchadora hay uno significativo, sucedido hace más de una década: a menudo le era imposible encontrar aparcamiento libre en el espacio reservado para minusválidos, porque lo ocupaban vehículos de personas que no poseían estas características, y un día, de los que no tuvo más remedio que aparcar en otra parte, la multaron, esto le supuso algo tan inconcebible que la llevó a manifestarse con pancarta reivindicativa durante semanas ante la puerta del Ayuntamiento. Pedía que le retiraran la multa, lo importante para ella no era la cantidad, aunque también, sino la necesidad de reparar la injusticia de la que había sido víctima. Logró su objetivo, y posiblemente sentó precedente para que no se ocuparan tan impunemente estas zonas reservadas.

Manuela Buitrago Bernal ha sido artista desde un silencio elocuente, de las van nutriendo la intrahistoria, por la realización de hermosos trabajos creativos y por la construcción de una vida que no le presentó las cosas fáciles, pero a la que ella supo poner pasión, ternura y fortaleza.

 

 

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