Madurez, divino tesoro, por Jose Antonio Vergara Parra

Madurez, divino tesoro

Será por los cuarenta años de tutela obligada por lo que nos hemos negado a crecer. Han pasado cosas pero no todas las que debieran haber pasado. A todo país le ocurre lo que a cada de uno de nosotros; que mientras la madurez no doblegue a la candidez no será posible asumir el pasado ni encarar el futuro con garantías de éxito.

Yo, que me acerco a la política con una dosis de escepticismo y esperanza, tengo la sensación que nada pasa en realidad. Unos hablamos y hablamos; otros hacen como que hacen y medio país, sino más, parece vivir en la indiferencia.

La resolución de todo problema requiere, al menos, de tres pasos insoslayables: reconocer la existencia del problema, tener voluntad de encararlo y echar mano de los mejores instrumentos para vencer las contrariedades.

Observo que no hay interés por la verdad. Todos parecen huir de ella. Se ha convertido en una apestada que suscita jaquecas y en un juez implacable que doblegaría las propias contradicciones. La verdad es incómoda y un aparente fastidio para el ambición individual.

La izquierda, salvo añorados momentos de esplendor y coherencia (de la mano de Julio Anguita, Gerardo Iglesias, Pablo Castellanos, Nicolás Redondo y Marcelino Camacho entre otros), lleva lustros paseando fantasmas y haciendo de tonta útil de un nacionalismo periférico con marcados tintes xenófobos, insolidarios y supremacistas. Una izquierda soberbia y terca que se niega a revisar algunos de sus postulados, que allí donde fueron implementados sólo procuraron igualdad en la miseria y tiranía. Salvo sus élites que, ataviadas con chándales horteras o uniformes de faena sin medallas, amasaron una fortuna de origen popular pero usufructo particular.

Tras Suresnes, una bocanada de aire fresco nos vino a visitar. Me atrevería a decir que el primer gobierno de González fue el mejor de la democracia española y Felipe el más brillante de nuestros presidentes. Lástima que este último guardase para siempre su chaqueta de pana y lástima que el pesoe, a día de hoy, mancille tres de sus cuatro siglas.

El centro derecha español lleva décadas pidiendo clemencia por existir, basculando entre la nada (el centro) y lo prohibido (la derecha) Por la diestra le ha salido un competidor sin complejos que obliga a aquel a mantener un dificilísimo equilibrio entre la insulsez y el engaño; perdón, entre la moderación y la firmeza, quería decir.

Lo cierto es que, mientras unos tocan el arpa, otros exhuman al Caudillo y aquestos levantan el puño, España zozobra en la tormenta. Tenemos gravísimos problemas con los que nadie está dispuesto a lidiar. Necesitamos a un puñado de orates muy cuerdos, dispuestos a intervenir sin dilación al enfermo; prestos a prescribir las recetas y tratamiento adecuados aunque la caída en el índice de popularidad les vaya en ello. Orates, sí, orates cervantinos investidos de autoridad y también de “auctoritas”, pues sólo desde el ejemplo se debe legislar para el pueblo. Locos rematados que, desde el argumento rocoso, desnuden la vacuidad de mesías y voceros de nuestro tiempo. Urge, apremia honrar al justo y hostigar al desaforado; que el esfuerzo sea tan recompensado como la holgazanería escarmentada.

La Ley Criminal no ha de estar concebida para el robagallinas  sino para los apuestos y distinguidos bellacos de hoy, que lo fueron ayer y lo serán mañana. De cuello blanco y buena vida que no roban por hambre sino por codicia. No es tiempo ya de zascandiles sino de chiflados maravillosos que hagan de la política el arte de lo posible y no la ofrenda de lo irrealizable.

El empresario no es el enemigo al que abatir sino un baluarte por seducir. Tampoco el obrero es una estadística sino, por encima de todo, un ser de carne y hueso, obligado a arrimar el hombro y meritorio acreedor de las plusvalías generadas. Abanderar la lucha obrera es mucho más que un pañuelo palestino y servir a quienes, con sus políticas, destruyen empleo. Porque defender al obrero es defender el trabajo de los que lo tienen y de los que luchan por tenerlo o preservarlo. Y si alguien quiere vivir del cuento pues que pruebe a escribirlos, a ver si alguien se los compra.

Definitivamente locos rematados que, orgullosos, blandan su patriotismo desoyendo a apóstatas y mercachifles. España es la tierra de mis padres y en ella reposan mis ancestros. En ella conocimos la gloria, también el ocaso. Tierra de contrastes y de colores y de vientos. Pero, sobre todo, de gentes con sueños y preocupaciones compartidas. No caminaré con quienes renieguen de mi patria, tampoco junto a sacamuelas de feria para los que la patria no es una pasión sino una coartada.

No quiero una España del subsidio y sí una España del trabajo porque sin ésta, por no haber, no habrá subsidio posible. No quiero una España de la trampa pero sí una España sin atajos. No quiero españoles desiguales ni territorios asimétricos, ni varicas dispares para iguales realidades, ni pueriles eufemismos, más viles que astutos.

No quiero una España enlomada y otra rezonglona que alimente la carga y dilate la marcha. Pero sí quiero, una y mil veces, que enfermos y desheredados, pobres y olvidados, hallen justicia en mi patria y cobijo en mi bandera.

Y ya puestos, todavía somnoliento de este sueño confesado, que me dejen elegir al primero entre nosotros, que sea faro y no cabo, que sea guía y no bochorno. Pues ya lo dijo el gran Borges, que nadie es patria pero todos lo somos.

 

 

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