Madrina de batalla, según María Bernal

Madrina de batalla

Durante estos días en los que las vacaciones nos dan un respiro a muchas personas, es tiempo de retomar esos libros de los que durante el resto del año no podemos disfrutar con la misma intensidad.

La madrina de guerra de José Antonio Lucero es el libro que estoy leyendo ahora. Una chica joven empieza a cartearse (a estas mujeres se les llamaba madrinas de guerra) con un soldado republicano al que no conoce. Este lucha en el frente y es compañero de un primo de ella, de ahí que empiece a fluir esa correspondencia.

Comienza entonces una trama en la que la lucha por tomar Madrid se ve rodeada por distintas historias de supervivencia, de amor, de traición, de chantajes y de esperanza, principalmente, por la historia que se forja entre los dos protagonistas: Aurora y Teófilo.

El contexto es el de la Guerra Civil, y es lo que más me está llamando la atención por ese matiz tan descriptivo que el autor arroja en las páginas de su novela de tal manera que, aún no habiendo vivido esa época, resulta sencillo viajar a 1936. Por no olvidarme del uso del género epistolar, erradicado, prácticamente, por completo en este siglo donde la fugacidad de los mensajes es cada día más irrevocable, donde preferimos escribir lo mínimo y donde las nuevas tecnologías han suprimido al lápiz y al papel. Y aunque la consecuencia inmediata de no leer lo suficiente y de no escribir, como sí se hacía antaño, es la falta de comprensión, seguida de la incapacidad para poder entendernos con afecto y respeto, a la mayor parte de la población le da igual porque ya tenemos las redes sociales que nos salvan inequívocamente de todo.

Volviendo al contexto de la novela, me impactan mucho las calamidades de la guerra así como la escasez de bienes de primera necesidad, la represión, la marcha de familiares a los que con toda probabilidad ya no volverían a ver, la inquina, el exilio cultural…entre tantas y tantas adversidades a las que tenía que hacer frente la población. ¡Ojo! Ahora somos los reyes de nuestra república independiente y poseedores de riquezas, sobre las cuales no manifestamos ni un ápice de valor.

En el libro se aprecia ese matiz de resignación y aceptación al que las personas tenían que hacer frente, porque en tiempos de dictadura, en tiempos de guerra, sin tener un escudo con el que protegerse, aceptar era la única opción si querían sobrevivir. Pero también, lejos de ideologías, a los civiles les invadía ese sentido de querer hundir a su semejante, y ejecutaban su plan por no poder soportar que a alguien le fuera bien. De hecho, la antagonista, Elena, hace que apresen al padre de Aurora por pura envidia, ya que como el suyo está en la cárcel, el de su amiga no iba a ser menos.

Ahora todo ha cambiado de manera parcial. Por un lado, la democracia fue el mejor regalo que las cabezas inteligentes nos pudieron hacer. El derecho a la libertad fue ese tratamiento paliativo que los españoles, que habían sobrevivido, necesitaban para borrar de su memoria la fatalidad que irrumpió en sus vidas. Por otro lado, hemos ido a peor, en cuanto a inconformismo se refiere, ya que teniendo más y hasta de sobra, la población ha desarrollado una actitud de continuo, aburrido e incomprensible lamento.

Vivimos en la época del “todo me pasa a mí”, y sí, puede darse la situación en alguna persona, porque no obviemos que la base de este estado anímico, cuando es estudiado desde una perspectiva clínica, radica en el hecho de una serie de trastornos psicológicos que pueden darse en un sujeto, como por ejemplo cuando se padece  un cuadro de depresión. Hasta aquí, es comprensible. Ahora bien, yo me refiero al inconformismo social, producto de ansiar todo aquello que observamos en los demás y no podemos alcanzar.

Si ese tiene, yo voy a hacer por tener más. Si la hija de fulanica se va a estudiar fuera, yo me hipoteco para que la mía también se vaya; si Pepito y Juanito publican en sus redes que han montado en barco, yo simulo una historia para mostrar que me he comprado el Titanic…y así sucesiva e incansablemente.

Es decir, en contraposición a todas las idioteces que observamos a nuestro alrededor, en las páginas de La madrina de guerra me llama la atención, por ejemplo, que con una olla de agua, un trozo de pollo (y esto ya era un privilegio) y cinco o seis garbanzos, la protagonista se alegre al llegar a casa y comprobar lo afortunada que es por el plato caliente que se va a tomar.

Ahora, no hay protagonista en una casa que se conforme con los 10.000 platos de comida  que tiene a su disposición; no hay protagonista que sea capaz de sacrificarse o resignarse, como sí lo hicieron nuestros abuelos; no hay protagonista que aguante bombardeos (cotidianidades de la vida); no hay protagonista que no sienta tirria por sus semejantes cuando a estos les va bien; y en caso de que la haya, que puede haberla, me gustaría que fuera mi madrina de batalla.

 

 

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