Macrofiestas infantiles
Nadie dijo que todo lo que nos sucediera a lo largo de nuestra vida iba a permanecer. Heráclito, con su famosa cita de “Todo pasa, nada permanece “, fue el que habló del cambio continuo al que se somete el mundo ante la infinidad de estímulos a los que el ser humano iba a ser sometido conforme la sociedad avanzara.
Evidente es que hasta la era digital, todo cambio se produjo de manera paulatina, pero llegada esta y una vez metida la primera velocidad para circular por la era tecnológica, nos pusimos en sexta y a más de 120 kilómetros. Es un hecho insólito que desde hace una década la vida ha cambiado a un ritmo trepidante, una vida descontrolada a la par que nociva nos sumerge en una vorágine social de la que cada vez cuesta más salir; primero, porque el papel protagonista de todos los saraos, que antes nadie quería, ahora tiene lista de espera, segundo, porque “el qué dirán” sigue más vivo que nunca.
Miremos por donde miremos, hay cierta vehemencia de ser igual o mejor que nuestros semejantes. Se busca la superación social más que la intelectual y lo único que le preocupa a la inmensa mayoría es quedar siempre por encima de… ¿De quién? De todas las necedades con las que cada vez más nos sorprende el ser humano, en las que se han embarcado las personas que viven solo para y por mostrar el idilio de sus vidas, trasladándose esto a los niños a tiro de las macrofiestas que se les preparan para que su felicidad (como si antes no existiera) sea más forzada que experimentada.
Los cumples, locura máxima si comparamos los de antes con los de ahora. Esas meriendas de cinco o seis amigos y esos juegos en la calle se han esfumado a merced de las fiestas en esos parques de bolas donde la cabeza te explota al mismo poner un pie en el sitio, donde los perritos calientes y las nuggets aumentan los niveles de colesterol y donde el juego favorito es hincharse a bolazos para salir sudando como pollos a celebrar a toda velocidad el cumple porque enseguida empieza el siguiente turno.
Sin duda alguna, los cumpleaños de ahora avanzan a un ritmo tan vertiginoso que en cuestión de tiempo se habrán igualado a las comuniones: todo dios invitado, aunque el nene o la nena cumpleañero no se lleve bien con todos los de la clase; no se les deja elegir, obligándolos así a compartir su día con quien quizá no quieren estar, y sepultando la ilusión de recibir varios regalos insignificantes. ¿Dónde quedan los estuches, los cuentos, las cajas de colores, las mudas…? ¿Dónde quedan los detalles que nos hicieron muy felices y que nos enseñaron a valorar la importancia de regalar? Ahora es preferible reunir equis cantidad de dinero para comprarle a la criatura ese pedazo de regalo al que apenas le hará caso pasados unos días. Y sí, aunque es menos mareo para todos, también es verdad que se está tapiando la fuente de imaginación del niño.
Comuniones explosivas con las que las entidades bancarias se frotan las manos por la cantidad de créditos que se conceden para que cada una de estas sea la mejor, la que sitúe a toda la familia en una nube y la que se prepara para que al día siguiente salga publicada en los medios de comunicación por esa incomprensible necesidad de demandar la aprobación popular, y no nos engañemos, una aprobación más fingida que sentida en muchos casos.
Planificar una comunión, porque ahora no se deja que toda fluya, sino que todo va programado por las exigencias de querer mostrar un evento pomposo y saturado de actividades para niños, supone episodios de estrés para esos progenitores que ya no saben qué diseñar para que la comunión de su hijo sea la más extravagante: tirolinas, magos, vídeo booth, coreografías de baile…y un sinfín de escenas que promueven el materialismo del que tanto se abusa en estos tiempos en los que la batalla para recuperar el sentido común está más que perdida.
Y la respuesta unánime es la de “todos lo hacen”. Y es cierto, vivimos a golpes de modas, porque al final, si no lo haces, eres el bicho raro y cuestionado, y esto no preocupa, porque como adultos que somos nos debe importar un bledo, el problema es que el legado que les estamos dejando a los más pequeños es el de querer más sin sacrificio alguno, porque saben que no hay límites para sus peticiones.
Urge dejar de normalizar las macrofiestas infantiles o próximamente a estas traerán el Sleeping Beauty Castle de Eurodisney para que el poder adquisitivo prevalezca por encima del verdadero sentimentalismo de cada celebración.