Todas las semanas nuestros lectores y lectoras pueden disfrutar de la nueva sección La mirada de Tete Lucas, donde el célebre fotógrafo local lleva a cabo un análisis de las mejores fotografías que ha realizado de la localidad
Tete Lukas
Tomé esta imagen el 17 de enero de 2018, día de San Antón. Por entonces andaba yo «clareando» en la finca de mis amigos ‘los Revilla’, en el pago de la Serrana. Terminada mi jornada regresaba cada día al pueblo por el Camino de la Fuente y veía en el solar de ‘los Isidros’ un grupo de niños apilando un montón de leña para el ‘Día de la Lumbre’, y cada vez que volvía a pasar, este era más y más grande. Sentí que tenía que tomar unas fotos de aquello, por ser una tradición que está perdiéndose entre los niños, si es que no lo está ya.
Así pues, el 17 de enero, al acabar de trabajar, fui directo donde aquellos críos ultimaban detalles y esperaban la hora de la quema. Mi intención era pasar desapercibido y fotografiarlos en sus labores, así que paré el coche en el Camino de la Estación, lejos de ellos, monté un teleobjetivo en la cámara y salí del coche, pero antes de poder hacer siquiera la primera foto, uno de ellos se percató de mi presencia y dio la voz de alarma. De repente, todos comenzaron a correr hacia mí, brindándome una inesperada y bonica imagen de esas que el destino te regala. En cuestión de segundos me rodearon y, tomándome por periodista, me preguntaron que dónde saldría la foto. Sentí decirles que no era periodista y que la foto era para guardarla, para mi gusto, a lo que espetaron un sonoro ¡¡joooooo!! Pero vean que, seis años después, finalmente la foto sale en un periódico.
Por supuesto, no me perdí la quema de semejante “montonaco” de leña, así que volví al anochecer. Fue increíble: ¡Qué pedazo de lumbre! No podías acercarte a menos de 20 o 30 metros y, como guinda final, apareció ‘el Madruga’ portando una saca de carretillas borrachas que empezó a tirar «a cascoporro».
Hacía muchos años que yo no veía una lumbre así. Vinieron a mi mente recuerdos nostálgicos de mi infancia y de cómo los chitos de mi barrio, La Horta, disfrutábamos de aquella tradición y, más que de la quema en sí, especialmente, de la previa preparación de la lumbre, que era como un rito de paso a la adultez para los niños, pues se auto-organizaban democráticamente y asumían una enorme responsabilidad con el desempeño de tareas de lo más variado: buscador de leña, transportista, apilador, asegurador de estructuras, «perimetrador», oteador de intrusos, vigilante, defensor ante «robaleñas», espía infiltrado en lumbres de otros barrios, encendedor de fuego… y otras tareas que el proceso podía requerir.
Por la noche, durante la quema, disfrutábamos de lo lindo tirando petardos, jugando a la brasa y dibujando círculos en el aire con un palo incandescente en uno de sus extremos, algo que nos resultaba mágico y que más tarde supe que se debe a un fenómeno llamado «persistencia retiniana», que sucede cuando tras llegar la luz a nuestra retina y enviarse su señal al cerebro, se retiene la impresión de iluminación durante un intervalo de 0,1 segundos mientras se procesa la información, generándose así una sensación de continuidad lumínica. Precisamente, este fenómeno es la base del cine, que proyecta 24 imágenes o fotogramas a gran velocidad para generar ilusión de movimiento continuo.
Paz e amor.