¡Viva la traca!
La Feria de Cieza (bastante descafeinada este año, por cierto, pero esa es otra historia) concluyó el pasado sábado con una gran traca. La de siempre. Una petardada estruendosa y encadenada que desde una punta a otra del Paseo zigzaguea de farola en farola sobre las cabezas de los que la corren o, ya a estas alturas, la esperamos. Trescientos metros de artificio de pólvora y de truenos que acaban en la Esquina del Convento con el trueno gordo, y que marcan un antes y un después.
Es tal vez lo que más me gusta de las Fiestas. Este sonoro punto y aparte que nos recuerda, por si alguien anda despistado, que se acaba el verano, el ocio, el trasnochar, los excesos… y vuelve la rutina, la “normalidad”. Que tampoco está tan mal si le concedemos a lo cotidiano, como decía el poeta Novalis, la dimensión de lo maravilloso (cito de memoria). También deja en el aire este olor a pólvora quemada un anuncio adelantado del frescor del otoño que está por llegar, con sus primeras lluvias y el regreso a las aulas. Y el justo equilibrio del equinoccio que iguala los días y las noches.
Y por si todo esto fuera poco, también tengo señalado el 31 de agosto en mi calendario más íntimo. Un caluroso día como hoy, en 1988, nos esperaba a Luisa y a mí otra petardada. La que habían prendido familiares y amigos a nuestra salida del Juzgado, jóvenes y recién casados.
¡Viva la traca!
Indicios
Así se las gasta el juez Peinado. Cuidado con acogerse al derecho constitucional de no declarar porque lo tomará “como un indicio”. Algo que para el catedrático de Derecho Penal en la Universidad Carlos III, Javier Álvarez, y me imagino que también para cualquier estudiante de primero de Derecho, es simplemente «impresentable” y manifiestamente contrario al ordenamiento legal. Si del silencio se pueden sacar jurídicamente conclusiones, como dijo Peinado, cuando hace unos días el presidente Sánchez se acogió a su derecho legal de no declarar en el caso que afecta a su mujer, qué no podrá inferir este juez de cualquier palabra que salga de la boca de sus acusados. Pavor da pensarlo.
Me reafirmo en lo que escribí aquí hace unas semanas. Cuestionar la estrambótica investigación prospectiva del juez Peinado no significa en modo alguno atacar al Poder Judicial ni supone querer blanquear cualquier presunto “delito” que haya podido cometer Begoña Gómez. Si algo punible ha hecho la mujer del presidente, que responda por ello. Pero se da el caso de que varios meses después de iniciada la causa (general, para algunos), Peinado sigue sin aclarar de qué acusa a los investigados. Sí ha ordenado, en cambio, trasladar a las partes, en contra del criterio de la Fiscalía, el vídeo de la no declaración de Pedro Sánchez (que será debidamente filtrado, claro está).
Demasiados tejemanejes para no tomarlos, aquí sí, como “indicios”.
36 horas
Como Óscar Puente el otro día en el Senado, yo también vengo a hablar hoy aquí del tren. Del tren, que cojo con menos frecuencia de la que me gustaría, pero al que me subo y del que soy usuario. Del tren que cuando voy a Madrid desde la estación de Cieza tengo que compartir hasta Albacete con el autobús. Una incidencia que espero que solo dure el tiempo estrictamente necesario y ni un día más. El soterramiento de las vías a su paso por la capital, producto de la lucha vecinal, reprimida como bien recordamos con encono por el entonces delegado del Gobierno Francisco Bernabé, ha sido un hito en la Región. Queda pendiente, sin embargo, recuperar sin dilación la ruta histórica y natural a Albacete por Cieza y Hellín después de que fuera postergada por el humillante pacto entre Valcárcel y Aznar, que desviaron el AVE por Orihuela y Alicante.
El recién llegado Puentes se ha encontrado, es verdad, con una situación ferroviaria envenenada, pero para eso están los ministros, para buscar soluciones. No sé si como dice el titular de transporte el tren vive en España su “mejor momento», aun admitiendo que el verano está siendo complicado. Mejor que cuando yo me incorporé a la mili está, desde luego. Salimos de Murcia del Carmen, con billete gratuito, no faltaría más, un miércoles santo a las ocho y media de la tarde. Llegamos a Vitoria la mañana del viernes, tras hacer transbordo en Valencia, Zaragoza y Miranda de Ebro. ¡36 horas de viaje!
Eso, cuando en España estaba a punto de celebrarse el Mundial de Fútbol. Tampoco hace tanto, ¿o sí?