Alberto Castillo
El tono despótico, valentón, irascible, acompañado del balanceo de un dedo acusador, utilizado por Alberto Castillo, presidente de la Asamblea Regional, contra la diputada María Marín cuando se encontraba esta en el uso de la palabra, no es propio de quien está ahí para moderar debates sino de quien toma partido, ayudando a su señor. Partido hasta mancharse. Permitió sin apenas inmutarse las gamberradas parlamentarias de López Miras y Joaquín Segado que vociferaban y gesticulaban sin cesar para interrumpir a la oradora, pero se rebotó, sobreactuando primero y desaforado después, cual hombre de casino provinciano herido en lo más hondo de su honorabilidad, cuando la diputada le pidió imparcialidad. De modo que lo que al principio solo era, que no es poco, un censurable pasotismo cómplice acabó convirtiéndose en un linchamiento encubridor. No cabe duda de que esta vez, a Castillo, el pregón se le fue de las manos.
Sin excusas
Quiénes han perdido las elecciones catalanas, rozando la hecatombe y poniendo incluso en peligro sus liderazgos, está claro. Casado y Arrimadas. Quiénes las han ganado, no tanto. En términos aritméticos, es verdad que el gran vencedor ha sido Salvador Illa (un triunfo, si me permiten, muy meritorio y esperanzador); que el bloque independista, aunque dividido y con medio millón de votos menos, consolida su hegemonía; que Vox ha irrumpido, ganándose a sí mismo, puesto que partía de cero, y “sorpasando” al PP; que los Comunes de Podemos han aguantado bien el tipo, que no es poco y también tiene mérito, pero… vencer numéricamente en política no significa siempre poder gobernar. Por lo que con la actual fragmentación de ganadores y vetos cruzados se abre un proceso incierto en Cataluña que ya veremos en qué termina. De momento, quienes sí han salido reforzados con estos resultados son Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y el gobierno de España. Ahora ya sin excusas para dejar de lado polémicas estériles y recelos mutuos.
La vacuna robada
Desesperado de no poder encontrar una carta robada comprometida para un ministro en el apartamento del ladrón, tras inspeccionar con microscopio cada rincón de la vivienda, un prefecto de la policía recurre en el París de 1800 al detective Dupin para resolver el caso. Dupin acepta, y poniéndose en el lugar del ladrón deduce que hay que buscarla en el sitio más simple y visible, donde despierte menos sospechas. Y acierta. Las mil trabas impuestas por López Miras a la comisión de investigación de vacunados irregulares, encerrando a varios diputados en un cuartucho (entre ellos a María Marín de Podemos, amordazada por Alberto Castillo la semana pasada y enjaulada ahora) para que en menos de tres horas revisaran una lista de más de 60.000 nombres criptados, sólo se puede interpretar como una burda maniobra de distracción. Como en el cuento de Poe, quizá habría que dejarse de tanto análisis microscópico e ir a lo más fácil y lógico. Que quizá no sea otra cosa que lo que está delante.
Libertad
He querido homenajear al polifacético y erudito Jean-Claude Carrière, recientemente fallecido, viendo de nuevo una de las películas en que colaboró con Buñuel: “El fantasma de la libertad”. Transitar por el término libertad, por lo que cada uno entiende por libertad, es como transitar por un camino con cientos de bifurcaciones. Aun así, son muchos los que han intentado acotarla. La filosofía, la sociología, la política… A Buñuel le ha bastado una palabra para calificarla. Y en su film, surrealismo intelectual en estado puro, nos presenta su faceta más quimérica. Para la libertad, Miguel Hernández luchó y sangró. Y no hace tanto, o sí, como Paul Éluard, nosotros escribíamos su nombre por las paredes de nuestra ciudad. Hasta que la conquistamos. Si es que se puede prender un espectro… La pandemia, realismo sucio también en estado puro, nos pone de nuevo ante el dilema de cómo volver a asir en el plano personal y social ese fantasma.