Los articulillos sueltos de Antonio Balsalobre

Eslabón fallido

Me ha tocado la AstraZeneca, la “malquerida”. ¡Qué le vamos a hacer! Aunque tampoco es cuestión de ponerse “exquisito” a estas alturas. De esta brutal crisis sanitaria y económica saldremos gracias a la vacunación o no saldremos. No me cabe ninguna duda. Por eso, si las autoridades competentes mantienen la convocatoria y no hay cambios de última hora, la semana que viene iré disciplinada, solidariamente a inmunizarme. Me estaré haciendo un bien a mí mismo y de paso otro a los demás. Yo también quiero ser un eslabón fallido más en esta descabellada y exponencial transmisión del virus. Confiando en la ciencia, y siendo consciente y aceptando que cualquiera de nuestros actos puede tener efectos colaterales. Que no existe el riesgo cero. Que vivir es una dicha, al tiempo que una aventura no exenta de peligros. Yo también me vacuno.

Audacia desenfrenada

La convulsión política que está viviendo el gobierno regional con sus tramas y conjuras, compra y venta de consejerías, transfuguismo y traiciones, bien podría identificarse con la que sufrió Roma en los tiempos de Catilina, aquel senador populista obsesionado con acumular todo el poder sirviéndose de los plebeyos a quienes intentaba comprar perdonándoles las deudas. Más que nunca la Región necesita un Cicerón que con sus Catilinarias desenmascare este aquelarre político, esta orgía de poder depravada e inmoral. Alguien que parafraseando al jurista clame: “¿Hasta cuando, Miras, abusarás de nuestra paciencia? ¿Hasta qué extremos ha de llegar tu audacia desenfrenada? Ni el temor del pueblo, ni la expresión de su voto, ¿nada consigue perturbarte? ¿No te das cuenta de que tus planes han sido descubiertos? ¿Quién crees que de nosotros ignora lo que hiciste la noche pasada y la anterior, dónde estuviste, con quién te encontraste, qué decisión tomaste? ¡O tempora, o mores!”.

Tres pasos detrás

Cuentan que hizo lo que le dio la gana (hasta donde le permitieron, claro está), sin dejar por ello de adaptarse y confundirse con el medio. Es decir, con el protocolo, el boato y la parafernalia consustanciales a la institución monárquica. Hablo de Felipe de Edimburgo, que ​ fue el consorte de la reina de Inglaterra durante más de 70 años y que tuvo toda su vida fama de indiscreto, imprudente y mujeriego. También de descreído. Aun habiendo nacido en el seno de la iglesia griega ortodoxa, se adhirió durante la adolescencia al protestantismo alemán y no dudó finalmente en abrazar el anglicanismo para poder contraer matrimonio. Solo tenía entonces, es verdad, 6 libras en el banco. Enrique IV se convirtió al catolicismo porque París bien valía una misa. Felipe no dudó en hacerse anglicano. Londres bien valía ir toda su vida tres pasos detrás de su mujer.

República

“Con las primeras hojas de los chopos y las últimas flores de los almendros, la primavera traía a nuestra República de la mano”. La evocación es de Antonio Machado y nos sirve para conmemorar este 14 de abril, no solo poéticamente, el aniversario de la proclamación de la Segunda República Española. Una celebración que en estos tiempos de zozobra monárquica adquiere, si cabe, un mayor relieve. Independientemente de lo que se pueda pensar de la experiencia republicana, no se podrá negar que gran parte de los ideales y aspiraciones de aquella República están hoy vigentes en nuestro sistema constitucional. Ni que sus impulsores, que procedían del regeneracionismo y constituían lo más granado de la intelectualidad de aquellos años, no estuvieran animados por los sentimientos más nobles en su búsqueda de una España moderna, europeísta, laica, racional y progresista. De la mano y desde la legalidad, tornará la primavera a devolvérnosla algún día.

 

 

 

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