Los articulillos de Opinión de Antonio Balsalobre

Meterle fuego al kiosco

Jueves 13 de noviembre

¿Tiene, realmente, tanta gente ganas de meterle fuego al kiosco como parece, Pérez-Reverte, entre ellos? Leo algunas de sus proclamas y me pregunto cómo puede ser un escritor tan grueso con la lengua que dice amar. ¿Son de verdad todos los políticos —“todos”, como truena— una “banda de canallas”? Para brocha gorda y espada “alatristera” y “justiciera”, desde luego, las suyas.

Tanto o más escalofrío produce lo que escribió en ABC a renglón seguido Juan Manuel de Prada (cuya novela “Las máscaras del héroe” leí en su día, por cierto, con gran interés): “Estamos mostrando al mundo que España es un Estado fallido gobernado por hijos de la grandísima puta (…). Si los españoles de hogaño (¿hogaño?, algo rancio, ¿verdad?) no tuviéramos horchata en las venas, tendríamos que ahorcarlos y después descuartizarlos”. Let it be.

Los cierto es que, al margen de estos eximios exabruptos, hay datos que socialmente inquietan. El apoyo a la democracia se ha ido reduciendo entre los jóvenes en los últimos años. Cristina Almeida, “la abogada” en la serie y en la vida real, da en el clavo en una entrevista. “Son jóvenes, dice, a los que la dictadura de Franco les queda muy lejos y sus problemas económicos, muy cerca”.

No son tiempos fáciles, desde luego. Nunca lo han sido, de hecho. La diferencia es que antes teníamos “sueños”. Pensábamos que con la democracia se solucionarían casi todos los problemas. Evidentemente no ha sido así. Los “sueños” de estos pirómanos, por contra, van por otro lado. Y no, desde luego, por profundizar en la democracia y en la justicia social, como solución a los problemas.

No hace falta ser ningún lince para saber a qué kiosco quieren, con sus discursos incendiarios, meterle fuego y qué otro, nostálgico y “antipolítico”, levantar.   

Felipe Suárez

Sábado 16 de noviembre

Lo contó en su día el grandísimo periodista Ismael Galiana. En una semana como ésta de 1977 —en la madrugada del 13 de noviembre, concretamente— hubo lío en La Moncloa. Se produjo un tiroteo (no todos, ni mucho menos, eran días de vino y rosas en la Transición) sin víctimas, afortunadamente, pues al presidente Suárez le pilló fuera. Se encontraba de visita oficial en Murcia, durmiendo en la casa de huéspedes del entonces gobernador civil Gallo Lacárcel. Era domingo y su desplazamiento a la capital del Segura lo había efectuado el día anterior en un Mercedes 450-SEL.

Señala el cronista que era una mañana de tibio sol otoñal y que el presidente quiso darse su preceptivo baño de multitudes. Un paseo que debió interrumpir para tomar el primero de los veintitantos cafelitos del día que tanto necesitaba. Y lo hizo en el establecimiento Mi Bar, en la calle Trapería. «Sabemos que usted se alimenta de tortillas francesas de un huevo, café y tabaco canario, y parece que trabaja demasiado», le dijo alguien preocupado por su salud.

Ya de regreso al Gobierno Civil, a la altura de Teniente Flomesta, mientras se paraba y sacaba del bolsillo de la chaqueta su sempiterna cajetilla blanca y azul y se ponía su Ducados en la boca, alguien lo saludó con un efusivo: «Buenos días, don Felipe Suárez».

Dice Galiana que en aquellos años de la Transición, algunas capas “apolíticas”, por imperiosa necesidad de la dictadura, se incorporaban a la vida política democrática algo confusas. Casi medio siglo después, entre polarización desbocada, bulos, fake news, mentiras y demás, la confusión es otra.

En los momentos difíciles

Martes 19 de noviembre

No creo que los llamados “padres” de la Constitución quisieran articular el Estado de las Autonomías como un sistema de confrontación política de los gobiernos territoriales contra el central, cuando este es de otro signo político. Por lo que yo recuerdo de aquellos años, el objetivo era más bien otro: vertebrar, unir, ensamblar una España que salía rota territorialmente —y de muchas otras cosas— de la noche del franquismo con aquel pomposo y falso lema de Una, Grande y Libre.

Cuatro décadas después, el resultado de aquel “experimento” es desigual, aunque en términos generales, aceptable (¿cuál es la alternativa viable a este Estado cuasi federal de hecho?). Me temo, sin embargo, que el remedio a sus males, aparte de una asimetría “obligada” políticamente entre territorios históricos y el resto, obedece a una cuestión de principios que difícilmente puede ser legislada: la lealtad institucional. Si presidentes y presidentas autonómicos utilizan su poder regional y a sus territorios, como antiguos señores feudales, para encabezar banderías, por mal camino vamos.

Y no me refiero solamente a catalanes y vascos. Hemos visto a López Miras en los últimos años utilizar la presidencia de la comunidad torticeramente, con un claro tacticismo electoral, en su lucha partidista contra el gobierno de España. Vimos a un Mazón noqueado, al día siguiente de la DANA, ensalzar la colaboración con el ejecutivo para acusarlo después, tras la proclama de Feijóo, de todos los males. De Ayuso, mejor no hablar.

Y sin embargo, si algo nos ha enseñado la tragedia de Valencia y de Letur es que, en los momentos difíciles, se hace más necesaria que nunca la coordinación entre administraciones.