López Vázquez, figurinista

Javier Mateo Hidalgo

Cuando se cumplen cien años del nacimiento del gran José Luis López Vázquez, todos hablan de sus icónicos papeles para la gran y pequeña pantalla: el abnegado marido de la viejecita de El pisito, el “padrino búfalo” en La gran familia (1962), el buhonero epiléptico que se creía licántropo en El bosque del lobo (1970) -su primer papel fuera de la comedia que le situó como un gran actor dramático-, la mujer que no sabía que era hombre de Mi querida señorita (1972), el hombre de clase media atrapado en La cabina (1972), el intelectual que trata de educar a una pastora con problemas auditivos de la que se enamora en Habla, mudita (1973), el rememorador proustiano de La prima Angélica (1974) o el hijo del patriarca de la saga de los Leguineche en la trilogía nacional de Berlanga (1978-1982). Incluso los más eruditos recordarán cómo George Cukor le hizo cruzar el charco para su película Travels with my aunt (Viajes con mi tía, 1972) e intentó convencerle para que se quedase en Hollywood por considerarle uno de los mejores actores de su tiempo. A López Vázquez le tiraba demasiado su tierra pues, como decía Delibes, era un árbol que tenía las raíces ancladas en su lugar de origen.

Lo que pocos saben es que, antes que su vocación actoral (iniciada en 1939 con el Teatro Español Universitario-TEU-) le situase definitivamente en los escenarios, fue un extraordinario dibujante y figurinista durante 18 años de su vida. En el año 2013, la Fundación AISGE organizó una exposición en su sede de la calle Ruiz de Alarcón, cercana al Parque de El Retiro, donde quienes acudimos quedamos gratamente sorprendidos de su talento plástico, descubriendo una faceta injustamente olvidada del gran actor. Titulada José Luis López Vázquez, arte en papel, la promovió la recientemente fallecida Carmen de la Maza (que fue a su vez pareja de López Vázquez y poseía las piezas que se expusieron)  reuniendo 65 trabajos de este autor. Casi diez años después, la Filmoteca Española de Madrid vuelve a destacar esta faceta del actor como dibujante en la exposición Del escenario a la pantalla. Los diseños de José Luis López Vázquez. Comisariada por Joaquín Cánovas Belchí, puede visitarse desde el 9 de marzo.

Rastrear los inicios De López Vázquez como artista plástico supone viajar a la década de los años cuarenta, momento en que alternaba entre la compañía del Teatro Nacional María Guerrero (que le sirvió como “escuela” de “observación”, aprendiendo el oficio dramático de “meritorio”) y la Subsecretaría de Educación Popular (posteriormente Ministerio de Información y Turismo), donde “dibujaba y pintaba al arrimo y por generosidad” de José Caballero. Su maestro en el arte de los pinceles sería por tanto una de las figuras señeras del arte de vanguardia español de la primera mitad del s. XX. Amigo de Lorca y Dalí, Pepe Caballero (como le conocían los amigos) participó en proyectos como el de La Barraca, ideando escenarios y trajes para los actores de la compañía teatral. El estilo surrealista de Caballero fue rápidamente “mimetizado” por el discípulo López Vázquez, dando muestras de una particular estética en diversos formatos. Por entonces, y como él mismo afirmaba, “era un hombre lleno de inquietudes” y todavía no había advertido sus “posibilidades de identificación”.

Fue una época muy fructífera, donde realizó trabajos artísticos adaptados a distintos formatos y fines: portadas de libros (el de Fin de siglo, para Taurus ediciones), folletos (para la presentación de la película de la Fox Un hecho violento, dirigida por José María Forqué en 1958, o para las ferias nacionales del libro de los años 1956 y 1957), programas de mano (un concierto musical en el Ateneo madrileño a “cinco maestros de la música española“ o el estreno de La otra orilla de José López Rubio con Conchita Montes y en la que López Vázquez también participó como actor en 1954), bocetos escenográficos (entre otras obras, para Don Juan Tenorio, La dama duende, El caballero de Olmedo, La vida es sueño o El perro del hortelano), figurines (para las películas Sucedió en Damasco -1943-, Eugenia de Montijo -1944- y Alhucemas -1948-, todas de José López Rubio, o De Madrid al cielo de Rafael Gil en 1952), ilustraciones interiores (para el poemario Descubrimiento de América de Jaime Ferrán, en 1957) e, incluso, tarjetas de felicitación (como la del año nuevo de 1958). En todas ellas, firmó siempre sus obras como “López Vázquez”.

En un momento dado, tuvo que decidirse por una de sus dos pasiones, pasando por ser ayudante de dirección de cineastas como Enrique Herreros. Fue precisamente en su film María Fernanda, la Jerezana (1947) donde hizo su primera aparición fílmica, figurando”tres veces de tres cosas distintas”. Después llegaría un papel de veinte segundos, a petición del actor José María Rodero, en Esa pareja feliz de Berlanga y Bardem (1953) y ya nunca dejó de aparecer en pantalla (incluso cuando Berlanga tuvo que doblarle la voz haciendo de cura en Los jueves, milagro (1957).

Aunque ya en la década de los sesenta abandonase su vocación artística, nos queda un cuantioso legado de su trabajo creativo fuera de las cámaras y los escenarios. Cabe recordarle precisamente por ello como hombre humanista e inquieto, de gran talento y dotes creativas, faceta que esperemos pueda situarse a la par que la interpretativa en importancia debido a su demostrado valor.

 

 

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