Literatura obsoleta
Hace un mes en clase empezamos a trabajar la literatura medieval. Jóvenes de 16 años se enfrentan al estudio de muchos siglos de una de las artes que nos alimenta, nos ilumina y nos permite ser personas únicas y auténticas, al transmitirnos los textos la sabiduría plena y más que necesaria para respirar y, en consecuencia, vivir.
Antes de empezar a hablar sobre las jarchas y sobre el lamento amoroso de esa muchacha que sufre la ausencia del amado, leímos un artículo que versaba sobre la utilidad de la literatura, muy detestada por muchos y bastante admirada por otros.
Después de comentar el artículo, les pedí una reflexión sobre lo que habíamos leído por escrito y estas fueron bastante provechosas, porque entre todos constituyeron una serie de argumentos sólidos que pretendían mostrar los motivos de por qué a los jóvenes de ahora no les gusta la literatura.
Y razón no les falta, aunque pueda existir algún pero que valga, si tenemos en cuenta que nuestra legislación educativa está obsoleta e infravalorada, además de estar cubierta por un velo denso de polvo, provocado por un transcurrir del tiempo que no les importa a nuestros políticos quienes no son capaces de enfrentarse al desafío de una enseñanza digna, flexible, que apueste por el progreso y la libertad de cátedra que requieren las exigencias del momento y que diversifique, en el caso de las letras, los contenidos(llamados ahora saberes) de una literatura medieval, renacentista y barroca que los atormenta hasta el punto de llegar a aniquilar el más mínimo interés que puedan tener.
Y no vale decir que los jóvenes de ahora se hartan pronto de todo. No, no es esta la cuestión, el problema radica en el hecho de que resulta infumable enseñarles que el romero devoto de la Virgen alcanzará la salvación de su alma si le rinde culto a la Gloriosa como asegura Berceo, porque es incomprensible mostrarles el axioma de San Juan de la Cruz, cuando nos dice que el alma de todo ser tiene que vaciarse para llenarse únicamente de Dios y porque la poesía barroca complica mucho su entendimiento con esa carga retórica que bloquea cualquier posibilidad de interpretación de una generación estimulada, inquieta y que queda a mil años de una literatura que debe priorizarse y adaptarse desde un punto de vista normativo.
El currículo tapona la senda del florecimiento intelectual de nuestros jóvenes al obligarlos a memorizar, escribir y olvidar, prácticamente como antaño, pero con la diferencia de que antes estábamos fuera de juego en lo concerniente a los incentivos que hoy se tienen.
La literatura en su estado más profundo agoniza en un ambiente que se vuelve grotesco con palabras como “pareciome” o con dinámicas basadas en un análisis métrico que, a pesar de darle ritmo y sonoridad al verso, conduce a nuestros pupilos a soltar con cierta razón la mítica pregunta que escuchamos muy a menudo: ¿para qué me sirve esto?
Pocas veces se les da la opción de que por ellos mismos pueden experimentar la sensación de enternecimiento que provoca sumergirte en los textos de nuestro legado literario, el mejor sin duda de todas las literaturas, cuando los desmenuzas y saboreas sin la imposición de un escritor que poco les aporta; sin prisas, porque burocráticamente hay que cumplir una programación; sin la presión de tener que memorizar cuando en realidad el objetivo es que experimenten.
Y sí, aunque hay mucho emprendimiento a la hora de trabajar la literatura con las cuentas de redes sociales de compañeras que realizan proyectos muy atractivos, es cierto que a veces no resultan viables porque más adelante se enfrentarán a una PAU que una vez más los obligará a memorizar y escupir.
Quizá es hora de entender la literatura como una herramienta de supervivencia, quizá es hora de enseñarles a los alumnos a forjar una franca amistad como la de Don Quijote y Sancho Panza; probablemente, sea conveniente inculcarles la importancia de aprovechar la juventud antes de que el tiempo airado nos haga envejecer como expresa Garcilaso; posiblemente, sea conveniente transmitirles que tienen que enamorarse sin prejuicio alguno y sin derecho de propiedad como lo hizo Antonio Machado de Leonor, pero sobre todo, hay que conseguir que luchen por su identidad, que reivindiquen y combatan las injusticias opresoras y que aireen, como lo hizo el eterno Lorca, la bandera de su libertad, para que de esta manera nunca sean manipulados y para que una vez más no se vuelva a repetir no solo la censura de una cultura, sino la de la expresión de sus más bellos sentimientos y pensamientos que tanto aportan a la humanidad.