Libertad con ira, por José Antonio Vergara Parra

Libertad con ira

La libertad, en cuanto concepto y búsqueda, es cuestión recurrente en mis escritos. Cuando creo haberlo dicho todo, cuando inocentemente estimo agotadas mis indagaciones,  sucede algo que afianza aún más mi amor por la libertad.

De buen grado asumo esas inevitables y ordinarias claudicaciones en beneficio de un bien mayor mas estas servidumbres, sensatamente entendidas, lejos de mermar la libertad más bien la germinan. La esclavitud es cosa muy distinta.

Nuestros ancestros, que eran muy cafres, no se andaban con rodeos. El ser humano, desprovisto de su más elemental dignidad, ha sido cosificado y trajinado como un semoviente para uso y disfrute de sus amos.

La Historia, salvo efímeros paréntesis de excelencia, es la constatación de una terrible realidad: la lucha del hombre contra el hombre. No importan los motivos, todos deplorables. El dinero, la supremacía étnica, la soberbia, la imposición y un sinfín de coartadas tras las que se guarecen mentes enfermas y corazones podridos.

Hemos avanzado pero las espadas siguen en todo lo alto. La simplicidad analítica tiene sus riesgos pues ladea matices y aristas de interés. Pero, en ocasiones, se me antoja insoslayable para entender a qué nos enfrentamos. En esencia, tres filosofías pugnan por prevalecer; en realidad dos porque, como tendrán oportunidad de comprobar, la tercera antes que filosofía es una aleación viscosa y hedionda que engulle cuanto pilla a su paso.

De un lado el humanismo cristiano; es decir, una maravillosa y radical concepción del hombre sustentada en la vida y palabra de Jesús de Nazaret; quizá la brisa más perfumada y penetrante que ha viajado sobre la faz de la Tierra. En las antípodas del pensamiento, hallaremos un conglomerado de doctrinas que, bajo diferentes nomenclaturas y dispares matices (marxismo, comunismo, anarquismo, fascismo…..), niegan la trascendencia universal del individuo para supeditarlo a una sacrosanta colectividad; teorías que, en sus versiones más ortodoxas y empapadas de un paternalismo insultante, acaban reduciendo la dignidad humana a cenizas.

He dejado para el final la doctrina más perversa y dañina. Aquella que, en verdad, ni es doctrina ni teoría ni nada que se le parezca. Sus adeptos son de aquí y de allá; algunos enarbolan la palabra del Mesías y otros levantan el puño pero sus intenciones y actos son inequívocos. Canallas que en nada creen salvo en el poder y el dinero. Personajillos que elevan el cinismo y la hipocresía a niveles superlativos. Mequetrefes de tres al cuarto con potestad e información para servir al mal. Delincuentes de cuello blanco, corruptos, malhechores, sinvergüenzas, comisionistas, ladrones, aprovechados,…..Gentuza para quienes el infortunio ajeno es una oportunidad de negocio.

Sanedrines que condenan la homosexualidad mientras mancillan la inocencia de menores indefensos; sindicalistas que dilapidan el dinero de desempleados en comilonas, drogas y putas; diputados y senadores que blindan su futuro mientras la borrasca se cierne sobre su pueblo; ex monarcas raspamonedas; ex presidentes vendidos al capital; jueces que mercadean con la Ley a cambio de escalafones; bolcheviques que clausuran paraninfos y atriles; asesinos dando lecciones de democracia; ex honorables podridos de dinero sucio; hipotecas ejecutadas y vendidas a precio de saldo a fondos carroñeros; maletines henchidos de sudor ajeno y decente; persecuciones al justo y armisticios frente al maleante; lobos al cuidado de ovejas; mercaderes de la sanidad y la educación; posaderas distinguidas y apoltronadas que jamás han dado palo al agua; racistas, homófobos, misógenos, misándricas y demás neo-guionistas de nuestro tiempo;  medios de comunicación que falsean u ocultan la verdad; redes sociales rebosantes de odio e ignorancia; televisiones con pestilentes programaciones donde los nuevos bufones rinden pleitesía a la escatología colectiva.

Pónganles el nombre que deseen. Tienen mil banderas y mil colores pero idéntico sustrato: la ruindad moral.

A veces pienso que la libertad y la verdad son sinónimos perfectos porque ¿acaso no es la libertad el único y mejor medio para esclarecer la verdad? La libertad sin verdad es un desperdicio y la verdad sin libertad metafísicamente imposible. No importa cuán aparente sea la libertad ni cuán lejos podamos llegar. No habrá cima por conquistar como para burlar a las estrellas. Podremos surcar los más vastos océanos  pero no hallaremos respuestas.

La libertad no es un lugar ni una culminación; es un ser y un estar inequívocos y conscientes. Es hacer lo correcto aunque duela, rectificar con humildad, dar las gracias y pedir disculpas; es amar sin mesura y tener el corazón por retina. Es ceder el asiento a un anciano y el paso a una señora. Es entender y perdonar mas no juzgar. Es ganar el pan de tu casa con decencia; es subir sin pisar y bajar con el rostro bien erguido. Es mimar y amar la naturaleza y ver a todos como iguales. Veamos a Dios en cada árbol y riachuelo, en cada niño que asoma al mundo y en cada moribundo que lo abandona.

La ética personal debe ser tolerante con la moral pública que, en ocasiones, se ve obligada a tomar decisiones por el bien de sus gobernados. Pondré un ejemplo para hacerme entender. Mi ética personal me dice que todo inmigrante debe ser atendido y tratado con la dignidad que merece todo ser humano pero el político debe responder, además, a otras cuestiones de interés colectivo que está llamado a gestionar. ¿Puede España y cualquier país del mundo acoger a un número ilimitado de inmigrantes? ¿Hay recursos suficientes para todos? ¿Acaso una política de puertas abiertas, sin control alguno, no sumiría al país en una crisis sin precedentes?

Estoy, pues, dispuesto a entender ciertas decisiones políticas que, intuyo, suponen un desgaste personal para quienes se ven obligados a tomarlas; soy y seguiré siendo indulgente con los errores de nuestros políticos que, entre otras cosas, confirman su, nuestra falibilidad. Mi ética me dicta que hay también una moral colectiva democráticamente concordada que debe ser aceptada y comprendida; realidades complejas, todo lo mundanas que ustedes quieran, que requieren decisiones donde lo más importante, lo determinante, es el interés general o el bien común del pueblo.

Mas, por otra parte, mi ética me dice que no hay lugar para los malvados ni para quienes, por objetivo único o compartido, buscan el provecho personal. La ética personal y la moral colectiva sí deben coincidir en un fin trascendental para nuestras vidas y esperanzas: la extirpación de un carcinoma social llamado corrupción.

Allá por 1978, Jarcha nos recomendaba libertad sin ira pero hoy, cuarenta y dos años después, me siento iracundo e indignado. La democracia, prostituida permanentemente, se ha convertido en una coartada formalista y pomposa para que los de siempre sigan robando al pueblo traicionado; nuestro sistema democrático se haya a merced de una camarilla muy poderosa, con intereses y vergüenzas compartidas, que se pasa la voz del pueblo por el forro del escroto.

Quizá haya llegado el momento que implantar la república que una vez soñaron (y otros malinterpretaron) Ortega y Gasset, Gregorio Marañón y Pérez de Ayala. Quizá haya llegado la hora de soñar junto a Alberti…..

“Las tierras, las tierras, las tierras de España,
las grandes, las solas, desiertas llanuras.
Galopa, caballo cuatralbo,
jinete del pueblo,
al sol y a la luna.

¡A galopar,
a galopar,
hasta enterrarlos en el mar!
A corazón suenan, resuenan, resuenan,
las tierras de España, en las herraduras.”

Porque si entonces fueron jinetes republicanos contra el fascismo, hoy debiéramos ser violetas en El Teide.

 

 

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