Ley natural y concertación social, según José Antonio Vergara Parra

Ley natural y concertación social

Frente a quienes consideran las fuentes del derecho (ley, costumbre, principios generales y jurisprudencia mayor) como únicas verdades coyunturales, propugno la vigencia concurrente e intemporal de la Ley Natural. Y frente a quienes sacralizan la concertación social ignorando el procedimiento y/u objeto concordado, afirmo que el fin y los medios no siempre se justifican recíprocamente. Mis creencias, aunque no estén del todo cimentadas desde la razón, son razonables pues la razón pura precisa de aparentes impurezas tan sabias como la experiencia, la intuición, la revelación, el presentimiento o los sentimientos.

La Historia del Hombre, en términos generales, es una salvaje y constante vulneración de la Ley Natural, lo que acredita el alejamiento individual y colectivo del bien y, por ende, robustece la apremiante necesidad de aquella. La ley positiva no es necesariamente justa pero ésta y no otra debiera su vocación. La ley y su custodio (la justicia) acostumbran a servir al poderoso. Cada avance, cada aparente triunfo de la democracia o cada prometedora conquista de la verdad acaban encallando frente a  escarpados acantilados.  No importa cuán insolente que sea la ola pues, antes o después, quedará reducida en desbravada espuma.

Hemos avanzado, pero no lo suficiente. Los procuradores son elegidos en elecciones libres y las leyes derivan de protocolos y voluntades legítimas; lo que no es poca cosa si lo comparamos con tiranías y oligarquías esparcidas por medio mundo. Mas las sombras sólo creen en sus réditos o en la narcótica fuerza del poder, que lo uno lleva a lo otro y lo otro a lo uno. Se las apañan para comprar voluntades, financiar presidencias, controlar la información y, en suma, para convertir la democracia sustantiva en una retahíla de epidérmicas liturgias.

Que nadie se equivoque. Ni defiendo ni defenderé jamás el alzamiento contra la Ley de hombre democráticamente modelada. Eso sería tanto como apologizar el caos. Cuando entre las voces Estado y Derecho media la preposición de y no con, los ciudadanos contamos con herramientas políticas y jurídicas para repeler los abusos de poder y las leyes injustas. La rebeldía e insurrección ciudadanas sólo estarían justificadas para cuando un gobierno, aún de génesis legítima, acaba dinamitando los pilares y resortes de la democracia misma, condenándonos a un yugo e indefensión inaceptables.  En no pocas ocasiones, los partidos políticos, las organizaciones sindicales y empresariales, cuan caballos de Troya, albergan en sus entrañas a los más cínicos y perniciosos enemigos de la democracia. Dicen servirla cuando la aniquilan. De hallarse en una encrucijada, antepondrán sus dividendos a los intereses generales y sus palabras y actos maridan normalmente con sus afectos y rara vez con la objetividad que les es exigible.

Si la diosa Temis, entre innumerables casos, desligó su venda ante el Emérito y Pujol, ¿por qué maldita razón iba a cubrirse ante la contabilidad genovesa en be o las andanzas de la primera dama? ¿Por qué la Fiscalía General del Estado supedita el impulso y promoción de la Justicia a las directrices de su mandante? ¿Por qué demasiados medios de comunicación son tan repugnantemente arbitrarios? ¿Por qué los paladines de la sanidad y educación públicas aldabean, para sí, las cancelas traseras de la privada? ¿Por qué se esquilma al hacendoso y se premia al haragán? ¿En nombre de qué noble ideal se malversa el dinero de los parados en cocaína y señoritas de vida distraída? Me gustaría conocer el contenido (y su prorrateo) de las maletas de Delcy; como también el origen, cuantía y titularidad de los cepillos empadronados en oasis fiscales ¿Por qué en las SICAV se tributa al 1% en el Impuesto de Sociedades mientras que el tipo para el común de las empresas oscila entre un 15% y un 23%? ¿Por qué se amnistía fiscal y penalmente a tramposos y malhechores sólo cuando conviene al poder? Esto no es indulgencia sino corrupción publicitada en el boe.  ¿Por qué el dinero, aun desdeñando su procedencia, es la llave maestra de todas las fronteras? ¿Por qué el hombre supuestamente civilizado eleva su mirada a la noche estrellada mientras el hambre, la sed, los exterminios tribales o étnicos y la enfermedad hacen estragos a ras de tierra? ¿Conocen un oxímoron más deleznable que una guerra santa? ¿Por qué la usura bendice bombas y la iniquidad suscita indiferencia? Si el mérito, capacidad, igualdad y publicidad determinan el acceso a la función pública, ¿por qué, para el nombramiento de altos cargos en estratégicas empresas públicas, priman la filiación partidista, la fidelidad a la cosa nostra o la gratitud por los encargos prestados? ¿Por qué los expedientes de regulación de empleo pasan de largo ante las oligarquías políticas y empresariales, hasta caer a plomo sobre los últimos y más débiles eslabones de la cadena? ¿Por qué el Derecho Común, en su más amplia y original acepción, cohabita con fueros y dispensas provistos por el legislador para sí mismo? ¿Por qué el Estado constriñe cinturones ajenos y nunca el propio? Pongamos por caso que el Senado políglota, el Consejo de Estado senil, observatorios y engendros varios echan el cerrojo mañana mismo. ¿Saben qué pasaría? Nada, absolutamente nada. En realidad, sí. Habría más dinero para gastar en lo urgente y los paquidermos que dormitan en la reserva dorada habrían de buscarse la vida como todo hijo de vecino. No se relaman porque nada de esto ocurrirá. Por el contrario, si compra una vivienda pagará el IVA o el IT y AJD, según sea primera o ulteriores transmisiones; si la dona, habrá de tributar por un inexistente lucro y si la espicha, sus herederos pagarán (si pueden) por la transmisión mortis causa. Llaman fiscalidad a la triple tributación del sudor ajeno. Hay que tener cuajo. Hablando de fiscalidad ¿Han oído lo de la progresividad del IRPF? Cuánto más ganas, más pagas. Parece justo, ¿no? Pues lo que bien está para el populus no parece estarlo para sus señorías pues, bajo el eufemístico concepto de “indemnizaciones por gastos que sean indispensables para el cumplimiento de su función», en torno a un 40% del salario público real de diputados y senadores está libre de tributación. Las citadas indemnizaciones se reducen a un pago (EXENTO DE JUSTIFICACIÓN ALGUNA)  de 2.018,41 euros para las señorías de provincias y de 963,43 euros para las capitalinas. Además de esta porción de salario base real  (encubierto en otra figura y libre de polvo y paja), sus señorías gozan de ayudas para el transporte, dietas para viajes autorizados por la Mesa, iPad y teléfono móvil.

Defiendo unas retribuciones sensiblemente más elevadas para los diputados; no así para los miembros del Senado, cuya desaparición ansío. Siempre he defendido que nuestros representantes públicos (los que son y están) merecen los honores y estipendios acordes con sus responsabilidades. Detesto, eso sí, los subterfugios y umbrales francos de tributación y, por descontado, las regalías para los que fueron; es decir,  para los que ya no son ni están. Sólo atisbo una excepción: la presidencia del Gobierno de la Nación.

Los políticos y, en general, las personas con trascendencia pública no han surgido por generación espontánea ni han germinado en tubos  de ensayo. Son parte de una sociedad que, en una proporción no menor, participa de idénticas miserias y que apremia, como el comer, de líderes y lideresas de dichos y hechos inspiradores para el común de los ciudadanos.

La transgresión de la Ley Natural explica estos prosaicos ejemplos y el resto de nuestras contradicciones.  La Ley Natural no es otra que la Ley de Dios y se haya compilada, con absoluta nitidez, en el Nuevo Testamento. Hizo falta la venida del Hijo para recordarnos la Palabra que, desde el principio de los tiempos, flotaba en el aire. Ahí encontraremos cuanto debemos saber para, a modo de tráiler, anticipar el cielo en la tierra. Muchos de nuestros semejantes declaran su agnosticismo o ateísmo mas sus vidas son el vivo reflejo de la Ley Natural. Los golpes en el pecho son tan prescindibles como neurálgicas las consciencias avizoras, los corazones limpios y albedríos atinados. La Ley natural precede al hombre y como dejó escrito el eminente jurista y teólogo Francisco Suárez (05/01/1548 Granada, 25/09/1617, Lisboa), “La ley natural propiamente dicha, que atañe a la moral y a la teología, es aquella que radica en la mente humana, en orden a distinguir lo bueno de lo malo”.

No es deseable condenar la ley positiva y la ley natural a dos líneas paralelas que jamás se unan. La convergencia no sólo es posible sino inaplazable. La Ley positiva es de obligado cumplimiento; no así la Ley Natural. Dios nos ofrece sus preceptos; son regalías de incalculable valor que suspiran no sólo por hombres buenos sino por buenos hombres para una sociedad más plena, justa y feliz.

No se me escapa que el libre albedrio, es decir, la libertad que debiera ser innata para toda criatura, les es negada a muchos de nuestros semejantes desde el mismísimo instante de su nacimiento. Es un misterio teológico y moral que, en no pocas ocasiones, jaquea mis más abigarradas creencias. Sé, o al menos intuyo, que quienes hemos venido a este mundo cargados de oportunidades estamos llamados a construir un mundo mejor. Y en ello hemos de empeñar los dones, fortalezas y jurisdicciones que nos han sido concedidas. No hay mayor apostolado para la libertad que el desembarco en ensenadas cautivas pues sin excarcelación no hay albedrío posible y, siendo esto así, no hay Ley natural ni moral ni teología ni filosofía que a la luz de la razón explique nada. Tal vez por ello, perdida la Fe perdido todo.