Ley animalista, por Diego J. García Molina

Ley animalista

Poco a poco llega la Navidad, ya se huele el invierno y el periodo favorito de muchos está al caer. Es época de regalos y uno de los preferidos para los niños es una mascota, un cachorro de gatito o perrito, aunque también se estilaba un pájaro, tortuga, hamster, u otro animalillo que hacen las delicias de los más pequeños. Digo se estilaba porque con la nueva ley que la sección Podemos del gobierno nos va a imponer todo eso se va a acabar: entre otras cosas, queda prohibido tener en casa conejos, cobayas, hamsters, ratones, tortugas, arañas, serpientes, camaleones, periquitos o agapornis, entre otros. Por mi parte, tengo en casa dos gatitos que son los reyes de la casa; como dije en un artículo anterior, si se tiene una mascota es para mimarla y darle una buena vida. Si se le va a pegar al animal, se le va a maltratar, si va a ser un estorbo y un fastidio, mejor no coger esa responsabilidad, dado que es una responsabilidad cuidar de un animal de este tipo. Es por ello que estoy en contra de regalar un perro o un gato a un niño pequeño. Todavía no tienen consciencia de lo que significa una vida, aunque sea de un animal, y no se trata de un juguete precisamente. Un perro necesita cuidados constantes, sacarlo a pasear, a realizar sus necesidades, a jugar, correr, etc. El niño no va a ser capaz de hacerlo continuamente y si los padres no están dispuestos a hacer el trabajo mejor no dar el paso. La situación contraria se da con un gato, son animales que no salen de casa, pero al mismo tiempo requieren de intimidad, de lugares donde poder sentirse tranquilos para dormir la mayor parte del día sin interrupciones; en caso contrario se estresan y padecen incluso enfermedades nerviosas, por lo que un niño pequeño que lo ve como un divertimento propiciará el sufrimiento del animal. Mi opinión es que hasta los 10 o 12 años mínimo no se debería adquirir una mascota de este tipo si los adultos de la casa no están dispuestos a estar vigilantes de la situación. Esto no es más que una opinión, y no se puede legislar en base a sentimentalismos u opiniones, ni se puede controlar todos los aspectos de la vida de las personas, debe ser algo que salga de nosotros, de nuestras propias decisiones morales.

No digo que no sea necesaria una nueva ley animal, por ejemplo, para endurecer el maltrato animal, un abuso sin justificación hoy día. Sin embargo, también es verdad que no es lo mismo una mascota doméstica que un animal de labor en una granja, un perro guardián de una fábrica o finca privada, animales de caza, etc., no se pueden meter todas las situaciones en el mismo saco. Además, hay otras cuestiones nuevas que van surgiendo las cuales necesitan también atención. Por ejemplo, diariamente voy a trabajar por una carretera nacional; pues bien, en un tramo de unos 40 kilómetros absolutamente todos los días se ven aplastados y destrozados cuerpos de animales que intentan cruzarla. No solo perros y gatos sino también jabalíes, zorros o conejos. Es algo descorazonador para los que amamos los animales y la naturaleza ver atropellados esos pobres animalillos; continuar conduciendo pensando como habrán sido sus últimos segundos de vida, asustando por esa máquina que va hacia ellos a toda velocidad acabando con su vida, o peor incluso si no mueren al instante. No es algo aislado, sucede a diario, al ser una carretera con gran tránsito y a diferencia de las autovías no tener sus márgenes vallados. Es una realidad que el hombre está abandonando el campo, por lo que esas zonas antes pobladas, las cuales empujaban a los animales hacia áreas más alejadas, ahora son ocupadas por estos, y la labor que hacían antes los cazadores también casi ha desaparecido. No digo que sea mejor que el animal muera tiroteado, pero es una realidad que las poblaciones autóctonas se reproducen rápidamente al estar extinguidos sus depredadores naturales y necesitan extender sus hábitats, debiendo atravesar para ello carreteras.

Por tanto, es imprescindible detectar los cambios que se van produciendo para ponerle una solución realista que se pueda llevar a cabo, aunque involucrando a todos los implicados, no se puede dejar fuera de las decisiones a las personas que diariamente tienen contacto con los animales y conocen de primera mano los problemas que estas nuevas leyes van a suponer. Se necesita un consenso escuchando a todas las partes, un amplio aval aprobatorio, aplicando el sentido común, para eso está el parlamento, para debatir y para mejorar las leyes con propuestas de otros partidos, aunque no tengan afinidad con la formación que planteó inicialmente la ley. Lamentablemente, eso no va a suceder. Tan solo hay que observar lo sucedido con la llamada ley del “solo si es si” (vaya nombre). Se advirtió por activa y por pasiva que esa ley iba a provocar la puesta en libertad de violadores y pederastas, con informes del consejo general del poder judicial, o del consejo de estado, entre otros. Tantos años de llenarse la boca con la defensa de la mujer para terminar así; y al final salen a justificarlo diciendo que no hay que buscar el castigo, las leyes punitivas no son la solución, que hay que educar y no castigar. En fin, explícaselo a un violador en serie, a una persona enferma la cual no es capaz de controlar sus impulsos, o a otras personas con ningún respeto por la mujer que se creen con derecho a poseerlas sin consecuencias. ¿Que las violaciones hayan aumentado casi un 300% en los últimos 4 años no les dice nada del problema que tenemos? Hemos pasado de 1.387 agresiones sexuales en 2017 a 3.196 en 2021, casi el triple, según un artículo del El País nombrando al INE como fuente. Está bien que no tengas experiencia, nadie nace enseñado, no obstante, lo que no se puede permitir en un gobernante es que la ideología te ciegue, la arrogancia de no dejarse aconsejar, y más siendo el gobierno con mayor número de asesores contratados, más del doble del anterior nade menos, no escuchar las advertencias y hacer caso omiso de las señales que indican que algo no estás haciendo bien. Lamentablemente, este gobierno le ha cogido el gusto, además de a gobernar vía decreto-ley, a promover leyes sin un amplio beneplácito parlamentario, con la mitad más uno de los diputados únicamente, mayoría simple, y algunas de esas normas sin fundamento. El último ejemplo lo tenemos con las puñeteras mascarillas. ¿Qué sentido tiene alargar todavía la obligatoriedad de llevarlas en el transporte público? La ministra de sanidad Darias se escuda en la opinión de “los expertos”. ¿Qué expertos, si ya admitieron que no existía tal comité de expertos y eran ellos quienes tomaban las decisiones? Para lo que les interesa si usan la excusa de que en Europa hacen… en este caso ningún país de nuestro entorno mantiene esta obligatoriedad. Porque además es que es absurdo, en el transporte público me la pongo y cuando llego al trabajo, al colegio, instituto, al bar a desayunar no hay problema en que estemos todos juntos sin ninguna protección. Que alguien me lo explique.