EXCLUSIVA
Más de un centenar de ciezanos figuran en la lista negra de un médico que ejerció sin tener la formación durante 14 años en Cieza
Miriam Salinas Guirao
Carmen no conoció a su abuela, si me apuras ni siquiera su padre conoció a su madre: falleció cuando él todavía era un lactante. Carmen lleva el nombre por su abuela, esa que nunca conoció. “Mi abuela murió de tuberculosis, eso me contaron. Cuando era pequeña, mi padre estuvo seis meses en la cama, y mi madre decía que lo pasó mal, con mucho miedo, porque toda su familia había muerto de tuberculosis”. Aquí podría haber puesto un punto y aparte, y la historia se hubiera perdido entre las cientos, miles, millones, que perecen en la desmemoria; pero no.
Hace más de 80 años que Carmen Toledo Poveda falleció, era la abuela de mi abuela. Y su nombre volvió, de un salto, cuando lo encontré en una de las listas más tristes de la historia de Cieza. El BOE del 2 de abril de 1946, en la página 847, recoge como el juez de instrucción especial que atendía el sumario número 63 de 1945, Joaquín de Domingo y Peón, señalaba a Cano Ortiz con los delitos de usurpación de funciones, estafas, falsedades en documentos públicos y homicidios. Había ejercido la profesión de médico en Cieza durante 14 años sin poseer el título correspondiente. En el texto se nombraba a las víctimas debido al “desconocimiento” del actual paradero de los familiares. Se instruía, entonces, el procedimiento prevenido en el artículo 109 de la Ley de Enjuiciamiento Criminal.
La noticia, como explica el historiador, Joaquín Salmerón Juan, tuvo poco recorrido en la prensa de la localidad, tampoco lo tuvo en la de la Región: “Su engaño fue una vergüenza para el régimen”. Pero para los ciezanos, afectados o no, fue un asunto a comentar durante largos años.
A la búsqueda del suceso
Por suerte, sí que se recogió fuera de la localidad. En Santa Cruz de Palma en Diario de avisos, el 12 de noviembre de 1945, se relataba el caso y, antes, el 16 de octubre de 1945, lo contaba el Diario de Burgos: “Catorce años ha estado ejerciendo la profesión de médico en la ciudad de Cieza, sin poseer título facultativo, Cano Ortiz. Durante este tiempo se ha estado haciendo pasar como médico y atendiendo a su clientela, hasta que ha sido descubierto y procesado, por usurpación de funciones. El Boletín Oficial de la Provincia publica un edicto en el cual el juzgado cita a cuantas personas se consideren perjudicadas por la actuación de dicho supuesto médico, así como a los familiares de los fallecidos que puedan creer que la muerte se debieran a la impericia de aquél”. En el sumario intervino el Ministerio Fiscal.
Para poder conocer más sobre el caso, esta redacción se puso en contacto con el médico e historiador Antonio Ballesteros Baldrich, quien ha investigado la medicina en la historia de Cieza y se encuentra preparando un libro sobre los años que ocupan este asunto. Basándose en las Actas Capitulares, confirma que hasta el año 1943 aparece información sobre Cano Ortiz, que se encontraba realizando la revisión de los quintos. “Hasta los años cuarenta, la atención sanitaria le correspondía a los ayuntamientos, que contrataban a los médicos titulares igual que a los maestros. La atención era a los pobres, a la beneficencia; los pudientes se pagaban su médico particular, normalmente mediante el sistema de igualas, es decir, pagaban todos los meses a un médico para que acudiera, si era necesario, durante las 24 horas y los 365 días del año”.
La Cieza de entonces
Las duras condiciones de vida de la gran parte de la población requerían de asistencia sanitaria de calidad, algo, casi siempre, muy difícil. Ya en 1920 (según las Actas Capitulares del 14 de junio, recogidas por Francisco Javier Salmerón Giménez), la precariedad era visible: “La falta de condiciones de higiene y salubridad de las que desgraciadamente adolecen las casas que la necesidad de albergarse hace ocupar a nuestros obreros… En barrios de Cieza y aun en el centro de la población misma, las gentes viven hacinadas sin luz ni ventilación, al lado de focos de inmundicia; en una pocilga que solo por corrupción del nombre puede llamarse habitación”.
Entonces muy pocas familias ciezanas podían pagar los gastos de una operación, como recogió Manuela Caballero en ‘Avances médicos en 1920: la contribución de un médico de Cieza’, de las Actas capitulares de enero de 1919: “Los concejales piden medidas ante ‘la elevación exagerada del precios, pagándose por el pescado el doble de lo que se paga en Murcia…’. En 1920 hay una carestía extrema de pan y carne de cerdo, y es urgente comprar sueros, material ortopédico y antipiréticos para los pobres, así como carros para recoger la basura. Son médicos contratados por la municipalidad por esos años: Eduardo Talavera, Mariano Camacho, Julián Pérez y José Templado, con igual número de practicantes. También en ocasiones se desplazaban médicos de fuera para hacer intervenciones en las que estuviesen especializados.” Veinte años después, y tras una guerra y sucesivas crisis, sanitarias y económicas, la situación no mejoró. Una de las enfermedades que más castigaban a la población era la tuberculosis, causante de numerosas muertes en España en la primera mitad del siglo XX. “En este sentido, la tuberculosis –también denominada en el pueblo como ‘mal malo’ o el ‘mal de amores’– es una enfermedad típicamente social, pues en su etiología encontramos factores profundamente ligados a las condiciones de vida. Nos referimos a aspectos como la insalubridad de la vivienda, la malnutrición o el trabajo excesivo, sin olvidar la falta de acceso al agua potable, una deficiente higiene personal o el alcoholismo. Por todo ello, la tuberculosis se cebó preferentemente en la población económicamente más débil” (‘La lucha antituberculosa en España, (1874-1958): Medios de comunicación, sociedad y sanidad’ de María del Carmen Palao Ibáñez).
Los quejidos vacíos
Y fue una conferencia sobre la tuberculosis la primera gran presentación pública de Cano Ortiz en Cieza. Recogió el acto La Región: Diario de la república el 28 de junio de 1932. Se tildó de “gran conferencia” y a él de “prestigioso y culto doctor”. Lo presentó Martínez Castaño y lo recibió “una calurosa ovación”. Hizo resaltar, “de una manera brillantísima y con un profundo y documentado conocimiento en la materia”, la profilaxis de la enfermedad en los adultos.
Ballesteros Baldrich conocía el caso de Cano Ortiz. “Recuerdo hasta el apodo que tenía Cano Ortiz, era ‘gato periquito’. La primera referencia en las Actas Capitulares es de 1938, cuando fue nombrado médico interino, en el puesto de Jesús Fernández Camacho que tuvo que marchar a la guerra”.
Entonces, ejercer la medicina suponía poner la consulta y esperar a tener pacientes, para ir “medio viviendo”. Suponía una mejora en la calidad de vida tener un puesto oficial en los servicios que dispensaban los ayuntamientos. “Lo curioso es que cuando acaba la guerra, en el 39, y se hicieron todas las depuraciones, a este señor lo estudiaron y lo consideraron adepto al régimen, nada se mencionó sobre su formación”.
El final de la trayectoria como médico de Cano Ortiz pudo llegar por una denuncia de un compañero, este sí con formación, que, ante la posibilidad de que obtuviera más salario, denunció su caso, como explica Ballesteros Baldrich. “Así en 1945 se le transmitía al Ayuntamiento de Cieza, dirigiéndose al alcalde, la posibilidad de formar parte en la denuncia. Lo condenaron y entonces no había miramientos, y el delito por intrusismo estaba bastante penado. Pero parecer ser que la pena la cumplió en un psiquiátrico, y ya no volvió a Cieza”, explica.
Tras estudiar los archivos de defunciones en Cieza, desde el 10 de septiembre de 1939 hasta el 27 de abril de 1940, se han podido localizar los fallecimientos de 14 personas de las 123 que aparecen el BOE antes citado. Según la muestra estudiada, la mitad de las personas halladas falleció siendo menor de 35 años, cuatro de las 14 tenían entre 40 y 65 años al perecer y las tres restantes más de 70.
Carmen Toledo Poveda, que nació en 1892, no conoció a sus nietos. Y aquí pongo un punto y seguido porque quedan quejidos vacíos por destapar de la memoria.