Las tres puñaladas que acabaron con el tartanero de Cieza

A comienzos del siglo XX, un ciezano perdió la vida en Murcia, uno de los asesinos había sido cacheado, el mismo día, hasta dos veces, antes de cometer el crimen

Miriam Salinas Guirao

Las tres puñaladas que recibió Pedro Gil Pérez, no solo fueron las del metal contra su cuerpo.

Pedro, tartanero de Cieza, conductor de carruajes, padre y esposo, cerró los ojos para siempre en octubre de 1901. Falleció fuera de casa, en Murcia, a orillas del Segura. La primera puñalada, la de la distancia.

Los dos asesinos eran conocidos delincuentes de la capital que arrastraban alguna que otra cuenta con la justicia. El mismo día del asesinato fueron cacheados hasta en dos ocasiones. La segunda puñalada, la del infortunio.

En Cieza, su mujer y sus hijos se rompieron, su mundo quebró. La ciudadanía y los periódicos locales trataron de impulsar colectas para que no cayeran en la inmundicia. La tercera puñalada, la del abandono.

Vista de la Plaza de Belluga y parte de la ciudad, tomada desde la torre de la Catedral de Murcia. AGRM.

Los asesinos confesos

José Antonio Lérida Navarro, uno de los detenidos por el asesinato, aquella noche, ya figuraba como ‘camorrista’ en disputas un año antes. En el 1900 cayó a una acequia tras una reyerta entre borrachos cerca de la plaza de toros de Murcia y al levantar la cabeza se topó con un arma afilada de algún compadre que le rajó la cara (El Diario de Murcia, 13 de febrero de 1900). Vivía en la calle Gloria  y tan solo tenía 22 años. Pudo sanar de su herida, pero no tardaría en pasar de nuevo por el hospital. Una noche de julio, del mismo año, recibió un balazo de un agente en la región renal. El chiquillo estaba de chillidos con otro en la orilla del río, frente al instituto provincial, y los agentes no se lo pensaron y lanzaron  la pólvora contra el que salió huyendo (Heraldo de Murcia, 26 de julio de 1900).

Enrique Peceño Martínez, el segundo detenido, aparece ya en 1894 como condenado por hurtos (Las Provincias de Levante, 5 de septiembre de 1894). En el final de siglo, con una España sangrante que mandaba a buena parte de sus mozos ultramar, allende las fronteras, a guerras perdidas, con una bajísima tasa de alfabetización, presos de epidemias, hambre y miseria, los hurtos y robos no eran inusuales. Enrique Peceño fue soldado  en el regimiento de infantería de la guarnición en Cartagena. Era unos meses menor que su compinche, José Antonio.

Un tartanero, grabado de Gustave.

Pedro, ‘el tartanero’

Perico, como lo llamaban en su pueblo, en Cieza, “no era camorrista, pendenciero ni vicioso, como tenía bien probado en los muchos años que llevaba en su oficio, distinguiéndose por prudente, honrado y servicial” (La Voz de Cieza, 13 de octubre de 1901).

Pocas horas antes de partir, por última vez, Perico lucía “sano, robusto con la exuberancia de sus 30 años, alegre y decidor como siempre” (ibídem). Pasó por la casa de La Voz de Cieza, allí habló de sus proyectos para mejorar el carruaje. Marchó dirección a Archena y allí encontró viaje para Murcia y allí “… encontró dos miserables asesinos que abusando de su carácter confiado y noble, le llevaron engañado a las afueras para robarle, y cuando estuvieron en un lugar solitario, le cosieron a puñaladas”.

La madrugada del crimen

El 7 de octubre de 1901 Heraldo de Murcia y el Heraldo de Madrid ya se hacían eco de lo que la noche había cubierto con su negrura. A la una y media de la madrugada ingresaba en el Hospital Pedro Gil, de 30 años de edad, tartanero, casado, natural de Cieza, con tres tremendas puñaladas.

Pedro pudo contar que al anochecer se encontró en una casa de la calle de Sancho a dos individuos que no conocía y después de hablar largo rato salieron todos juntos “a comerse unas morcillas” (Heraldo de Murcia, 7 de octubre de 1901). Los desconocidos lo condujeron por el paso de Garay y se internaron en la huerta. Sacó uno de ellos, de un paraguas que llevaba, un cuchillo y arrojándose sobre Pedro Gil le dio una puñalada en el pecho al mismo tiempo que el otro lo exigía el dinero que llevara. El herido cayó al suelo donde recibió otras dos puñaladas. Los agresores huyeron al instante. El tartanero de Cieza llegó casi arrastrando hasta el punto donde se encontraba el empleado de consumos, que hizo algunos disparos al aire. Al oírlos acudieron varios serenos y agentes de policía que condujeron al herido al hospital. Después de ser curado por el médico de guardia, el doctor Requena, y en vista de la gravedad de su estado, se le administraron los últimos sacramentos. El ciezano espiró unas horas después, a las cinco de la tarde.

Vista de un margen del río Segura a su paso por Murcia. AGRM.

A la mañana siguiente le fue practicada la autopsia, por el médico Guerrero. El doctor pudo corroborar las tres heridas: en el hipocondrio izquierdo, dañándole el estómago, esta mortal de necesidad; otra en la parte alta del costado izquierdo, que le perforó el pulmón izquierdo, esta grave y otra en el antebrazo izquierdo.

Detuvieron a José Antonio Lérida, de 22 años, de oficio carpintero, y a Enrique Peceño, de 21 años, de oficio albañil, en un pajar donde estaban escondidos, de la casa de Juan Antonio Carmona, sita en el camino viejo de Monteagudo. Los chavales confesaron, al ser presos, su delito, quedando a disposición del juez de San Juan.

Por el Eco de Cartagena del 8 de octubre podemos conocer que esa tarde uno de los agresores había intentado atacar a un joven “a quien no conocía, que iba en dirección contraria a la que el agresor llevaba”. El periódico subraya que “lo raro en este asunto es que el matón había sido cacheado dos veces la noche del suceso, habiéndole quitado la primera vez un cuchillo”.

La caridad

El 15 de octubre de 1901 El Diario de Murcia hacía regional una proclama local. Desde La Voz de Cieza, “ante el cuadro de dolor que presenta la triste casa y la dolorida familia del pobre Pedro Gil, muerto infamemente en esta ciudad, propone a la prensa de Murcia una suscripción en favor de aquellos desgraciados hijos y esposa”. El diario murciano contribuyó al socorro y abrió la suscripción. Estuvo abierta toda esa semana y se envió al alcalde de Cieza.

No solo desde la prensa se trató de “arropar” a los hijos y a la esposa de Pedro Gil Pérez, la colecta se inició en el pueblo de Cieza, de la mano de Antonio Rodríguez Rodríguez, José y Salvador Rodríguez Molina, Miguel Pérez y Llinares. “El vecindario de Cieza ha demostrado, en esta ocasión, el aprecio que profesaba a la desventurada víctima de ese alevoso crimen y su conmiseración hacia los pobres seres a quienes su muerte ha dejado sumidos en la más triste orfandad y el más negro desamparo, atendiendo todos, a quienes la hemos hecho nuestra demanda de caridad”, escribían en el periódico.

El fiscal solicitó para ambos la pena de 17 años, 4 meses y 21 días de prisión temporal, 1500 pesetas de indemnización, accesorias y costas, por reconocer el agravante de abuso de superioridad. Uno de los asesinos confesos, José Antonio Lérida Navarro, apodado Peterre, volvía a estar a disposición judicial por otros asuntos: en 1914 por amenazar de muerte a Carmen Sánchez Ayala, en 1921 era detenido por usar armas sin licencia.

 

 

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