Joaquín Salmerón Juan
Un par de décadas han tenido que transcurrir para que la obra de María Joaquina vuelva a las salas del Museo de Siyâsa como exposición individual. Demasiado tiempo. Retorna otra vez “sola ante el peligro” a su tierra tras un rico bagaje de premios y del éxito de sus exposiciones en magníficas salas de toda España. Vuelve a Cieza, cargada de la madurez creativa atesorada en cientos de viajes y de emociones, trayéndonos los mágicos y oníricos paisajes de sus lienzos que crea como sólo ella sabe hacerlo con la fuerza inimitable de sus grandes manchas de color, donde la intensidad de sus luces y sombras dan intensidad (o la quitan) siempre en el lugar adecuado de cada una de sus composiciones.
Era necesaria la existencia de un espíritu sensible y de maduro pincel para transmitir a los lienzos la belleza de la noria, un ingenio humano sabiamente creado hace más de dos mil años para engendrar vida en el desierto y, luego y en la mayoría de las ocasiones en las últimas décadas, abandonado a la suerte de su ruina dejando sólo algunos restos de su esqueleto. Era necesaria Sánchez Dato para saber recoger el embeleso hipnótico que producen, con su girar monótono y gimiente pero bello a rabiar, las pocas norias que todavía subsisten en el Sur y en el Levante, al tiempo que sus cuadros también saben cantar elegías a aquellas que ya perecieron.
Llegó el agua a la Tierra y la ocupó y moldeó creando océanos, mares y lagos, abriendo en su superficie ríos y barrancos, creando vida en todos esos lugares. Llegó el ser humano a la Tierra y bebió de su agua dulce, cazó en sus riberas y cultivó en los terrenos que cubrían las crecidas de sus ríos, al tiempo que domesticó en presas, canales y acequias su cauce y usó su capacidad de crear vida allá donde estuviera, procurando alimento donde anteriormente la tierra estaba seca y casi yerma.
Creó la Humanidad ingenios como las norias de nuestros Sur y Levante que, con la propia fuerza del agua, la hacían subir humedeciendo otras tierras, muchas veces en las laderas de áridas montañas para que nuevas plantas regalaran sus frutos y alimentaran a los que las cuidaban con mimo. Aquellas norias crearon un paisaje donde lo natural y lo humano se hibridaron para crear una belleza del paisaje donde el giro eterno de sus ruedas y el quejido de sus ejes metálicos se fundían con el ruido del agua que vertían sus cangilones y el canto de los pájaros que siempre las merodeaban.
Llegó el “progreso” y con él la destrucción de las acequias tradicionales y el abandono de aquellas norias y la belleza plástica y sonora que se había creado en los espacios que ocuparon. La Naturaleza volvió a ocupar el sitio robado por ellas a las tierras secas, llenándolas de nuevas plantas que ocultaron, casi totalmente, esos ingenios humanos. Tras la muerte de las norias, sus restos se entremezclaron con la vida no domesticada de nuevo y se creó una nueva belleza con los tintes románticos de las ruinas.
Sánchez Dato nos ofrece en esta exposición un emotivo homenaje a aquellos espacios donde las ruedas de algunas norias giran todavía vivas y también a aquellas cuyos esqueletos yacen ya inertes y semienterrados por el olvido, cubiertas por ramilletes de flores y otras plantas que señalan el lugar de su óbito.