Las ganas siempre ganan, por María Bernal

Las ganas siempre ganan

Me cuesta aceptar que Elena Huelva haya publicado esta semana en redes un vídeo en el que anuncia un mal presagio clínico a consecuencia de la enfermedad contra la que está luchando, el Sarcoma de Ewing.

Me cuesta imaginar que a una chica luchadora con la fuerza de Sansón, se le resista tanto el Goliat maldito del cáncer, a pesar de sus eternas ganas y de ese espíritu invencible que hasta ahora ha mostrado.

Elena es una chica andaluza que con tan solo dieciséis años tuvo que hacer un paréntesis en su vida adolescente para asumir la responsabilidad adulta de vivir. Su espíritu campeador, ante el que me arrodillo, se ha hecho viral debido a esa incansable y admirable labor de darle visibilidad a esta enfermedad con la que ha sido capaz de mostrar una vez que lo importante y lo urgente, como también diría Pau Donés antes de morir, es vivir.

Bajo el hastagh de “mis ganas ganan”, la joven y dulce sevillana ha cautivado el corazón de casi 700.000 seguidores que, de manera solidaria y muy comprometidos con que los ánimos de Elena no desistan, le muestran su cariño cibernético.

Las innumerables veces que podemos decir al día que la vida es demasiado injusta cuando nos enteramos de casos como el de Elena no son suficientes como para plantarle cara a la investigación de esta enfermedad. No entiendo ni de ciencia, ni de medicina, ni de investigación, pero sí de la precariedad del sistema. Unos dicen que a las farmacéuticas no les conviene que salga a la luz el tratamiento del cáncer, pero ¿es este un argumento científico y solidificado? Evidentemente, no. Sin embargo, es el que corre como la pólvora y el que más convence a una sociedad que se deja convencer rápidamente, sin pararse a pensar en realidades irrefutables como son las células rebeldes, las mutaciones tumorales o el microambiente tumoral.

Y ante esta realidad mutante, ante la que los expertos sí se muestran optimistas, está la imposibilidad de hacer frente a la investigación como a ellos les gustaría por culpa de la poca inversión. Y ante este discurrir de opiniones entre expertos de verdad y expertos de pacotilla, miles y miles de personas pierden la vida.

Y viendo cómo cada vez más las personas pierden su vida, a mí me jode que haya otras personas a nuestro alrededor que hacen de sus vidas un mundo porque han tenido una mañana agotadora de trabajo, porque han engordado un par de kilos, porque la camisa y la falda no forman conjunto o simplemente porque llueve un día y no pueden salir a la calle. Y lo peor de estas personas materialistas e insatisfechas, es que al igual que las células, ellas también mutan y cada vez más nos sorprenden por la cantidad de idioteces por las que se pueden lamentar estas máquinas productoras de agonías.

Mientras que el ser humano es un inconformista crónico, en otro lugar hay gente que lucha de manera agotadora por seguir viva, le da igual que llueva o que el sol resplandezca con todas sus fuerzas, no le importa tener que enclaustrarse, resignada por las consecuencias dolorosas de un tratamiento de quimio o de radio; estos son pacientes porque como dice Elena: sus ganas tienen que ganar.

La lección que la joven nos da día tras día, al igual que cualquier persona que padece un cáncer u otra enfermedad, es envidiable y venerable, más que la cantinela de la mamá o del papá que llega al parque queriendo destacar las cualidades de su hijo, más que la de la persona que se cree imprescindible en su puesto de trabajo y más que la de la influencer paleta que se pone a darnos consejos de la vida.

Tenemos que ser inteligentes y tener presentes a estos referentes vitales a los que deberíamos seguir en todo momento y sobre todo en esos instantes en los que la existencia se convierte en el ogro que nos asfixia, debemos ser adictos a esos que, lejos de todas las sandeces que tenemos que soportar en nuestro día a día, nos dicen en voz alta que la belleza no está en un físico atractivo, que la felicidad no la conseguimos cuando tenemos todo lo material y que el bienestar no solo es producto de haberlo alcanzado todo.

Si le ponemos las ganas de la joven sevillana a todo lo que nos propongamos en la vida, habremos ganado la partida de vivir porque, al final, la felicidad solo lo hallaremos dentro de nosotros mismos, haciendo caso omiso al hándicap de los convencionalismos que tanto nos torturan y que apenas nos dejan seguir fabricando momentos imprescindibles para poder vivir.