La vuelta a Hispania (de Diego), por Diego J. García Molina

La vuelta a Hispania (de Diego)

Acabamos de entrar en agosto, la época veraniega por excelencia, debido a ser el periodo en el que habitualmente se disfrutan de las vacaciones laborales; históricamente, por terminar la recogida de la cosecha y así poder disfrutar de unos días de asueto y fiestas patronales. Para nuestra casta política tampoco es excepción, por lo que nuestro presidente se ha tomado las vacaciones más largas desde que ostenta la más alta magistratura del Estado. No obstante, para que no nos olvidemos de quien manda ha dejado un nuevo decretazo, en este caso sobre ahorro energético, utilizando una vez más el Real Decreto Ley, figura reservada al gobierno para casos de extrema y urgente necesidad, evitando así su debate y votación en el Congreso. Ya me dirán a mí la urgencia que hay en esto, aparte de ser le enésima cortina de humo que tapa la ineptitud de este gobierno; como la ficticia polémica a cuenta de si el rey se levanta al paso de una espada, sin ser símbolo oficial de nada ni estar reflejado en el protocolo. Al final son tontadas con las que pasamos el rato sin hablar de los problemas reales que nos acucian como la inflación, el estancamiento de la creación de empleo, la inevitable reforma de las pensiones, la elevada deuda, los problemas generados por nacionalismos extremistas y el elevado precio de los combustibles y energía, entre otras preocupaciones. Sí que es verdad que son problemas crónicos de nuestro país, arrastrados desde hace varias legislaturas, pero no es menos cierto que no hay plan a medio y largo plazo para intentar enfrentarlos y ponerles solución o, al menos, paliar sus consecuencias. Solo les preocupa el día a día y que se encargue el siguiente.

En este mes de agosto, quien puede y le gusta, en la medida de sus posibilidades, intenta realizar algún viaje a lo largo de nuestra piel de toro; no en vano somos el segundo destino favorito del mundo, solo por detrás de Francia, y ya sea en turismo rural, de playa, monumental o gastronómico, disfrutaremos de una grata experiencia. A mí, personalmente, siempre me ha apasionado viajar, ver ciudades y sitios nuevos. Es algo que llevo en la sangre desde pequeño, supongo que también por la profesión de mi padre, representante comercial viajando por toda España durante más de 40 años. Hay personas a las que les cuesta hacer kilómetros en coche, es normal, y otros que se montan en su vehículo por la mañana, desayunan en Madrid, comen en Burgos, y duermen en Irún, cuestión de gustos, aunque también de costumbre. Volviendo esta semana de un viaje al Norte, donde particularmente lo que más hemos disfrutado ha sido la comida, me acordé de uno de los comics de Astérix y Obélix: La vuelta a la Galia de Astérix. Tengo especial cariño a esta historia. Por un lado porque es el libro donde adoptan al perrito Ideafix, compañero inseparable en el resto de aventuras, y, por otro, por el objetivo de dicha vuelta a la Galia, que no es otro que recolectar productos gastronómicos típicos de diferentes zonas de Francia. Es algo que cautiva, qué duda cabe, y siempre que viajo intento buscar platos y productos especiales de cada zona, ya sea para degustarlos en su lugar de origen o para traerlos a casa. Además, por trabajo o por placer, he visitado 48 de las 50 provincias españolas, incluyendo las dos ciudades autónomas, y es raro que en alguna de ellas no haya aprovechado para degustar deliciosos manjares autóctonos. Todavía faltan cientos de delicatessens por probar, sin embargo, me permito la licencia de hacer mi propia vuelta a la actual Hispania con mi peculiar repertorio (un poquito de cada sitio pues ponerlo todo sería imposible).

Por qué no empezar por Valencia con uno de sus variados arroces, ¿quién no ha comido paella o arroz a banda?, ya sea en Alicante, Valencia o Castellón. Si saltamos a las islas Baleares, podemos degustar una caldereta de langosta, mero a la plancha o gamba roja, y traernos ensaimada mallorquina o sobrasada menorquina. En Cataluña nada más típico que unos calçots con su correspondiente servilleta al cuello para no pringarte; caracoles al horno en Lérida, escalivada, butifarra en Barcelona y vino de aguja. Manitas de ministro, migas o bacalao al ajoarriero en Zaragoza; chistorra y rabo de toro en Pamplona; espárragos y pimientos de piquillo rellenos. En uno de los paraísos del buen comilón, el País Vasco, tenemos los famosos pinchos de San Sebastián, acompañados de Chacolí, cocochas de bacalao y pastel de Cabracho; en Bilbao un buen plato de alubias pintas, merluza a la vasca o marmitaco sin olvidar el queso de Idiazabal. Si seguimos hacia el Oeste, anchoas de Santoña, rabas de calamar y en Santander un cogote de merluza. En Asturias no puede faltar la fabada con sus carnes, chorizo a la sidra, cachopo, unas parrochas en Cabo Peñas y que no falte la sidra. A los que les guste el queso, el Cabrales o su homólogo leonés, el de Valdeón. En el nirvana del marisco, Galicia, tenemos percebes, centolla, almeja de carril, navajas, mejillones y, por supuesto, pulpo a la gallega en raciones para campeones, lacón y los famosos pimientos de Padrón, que unos pican y otros non; más la tarta de Santiago, las castañas, el albariño y el orujo. Si volvemos por Castilla la Vieja se nos saldrá la carne por los ojos: morcilla de Burgos, lechazo al horno, tostón de cochinillo, chuletón de Ávila, embutidos ibéricos salmantinos, torreznos, etc. Sin olvidar, por supuesto, los exquisitos vinos de la Ribera del Duero, denominación de origen Rueda, Toro o los Rioja, que no había nombrado antes. Sopa castellana que revitaliza a un muerto en invierno y los deliciosos postres y dulces caseros.

Si pasas por Extremadura puedes llevarte un buen jamón ibérico o un lomo de los buenos, y si es temporada, cerezas del Jerte. En Castilla-La Mancha, un montadito de panceta, porque si pides un bocadillo necesitas más de una persona para comerlo (qué gozada), gazpacho, pisto, migas del pastor o unas chuletas de cordero segureño a la brasa, lomo de orza, ah, y los mejores quesos del mundo. No pueden faltar los miguelitos de La Roda, que siempre pillan de paso. En Madrid, podemos comer de todo lo que queramos de cualquier comarca, pero si quieres algo típico: el bocadillo de calamares, los callos y el cocidito madrileño. Coge un avión a Canarias y pide pescado, papas ‘arrugás’ con mojo rojo y verde y marinado con un buen batido de frutas. Si vuelves por Melilla puedes comer un perrito de corvina en un bar junto al puerto o un buen pescado y marisco en algún restaurante del paseo marítimo: los mejores boquerones que he comido nunca los probé allí, dicen que es por las corrientes de la bahía; o incluso cuscús de carne estilo marroquí. Andalucía es casi un país en sí mismo con respecto a la variedad de recetas y productos, pero por decir unos cuantos: el gazpacho, el salmorejo cordobés, espetos de sardinas, gambas de Huelva, ¿hasta dónde llega la fama del jamón de Jabugo? Flamenquines y cazón en adobo, pescaíto frito, tortillas de camarones, andrajos, rabo de toro, gambón de Garrucha, cigalas, chocos, rosada con alioli, atún, pulpo al horno, fresas, postres, aceite, vino y todo tipo de carne… Faltando mil cosas, aquí termino pues ya es la hora y se me está haciendo la boca agua. ¡Salud!

 

 

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