La voz de María Cayuela

ENTREVISTA

Rosa Campos presenta su nueva obra, un viaje desde el sudeste a la España del siglo XX

Miriam Salinas Guirao

El 12 de diciembre, el Siyâsa acogió la voz de María Cayuela, el nuevo libro de la escritora Rosa Campos. Rosa, quien colabora con este medio, Crónicas de Siyâsa, es licenciada en Historia del Arte por la Universidad de Murcia. Escribe narrativa, poesía, teatro e investigación histórico-artística. Además, es miembro del Grupo de Literatura La Sierpe y el Laúd e imparte talleres de texto, dibujo y pintura. Ha recibido diferentes galardones por su esmerada labor creativa y de investigación.

En la presentación estuvo arropada por Miriam Cano Motos y por Pedro Diego Gil López. Hoy nos concede una entrevista para acercarnos a María Cayuela, y a tantas otras mujeres, que refleja, a jirones y con sutileza, un recuerdo consciente de quienes han sostenido el mundo -y lo siguen haciendo-.

María Cayuela es el título que esconde el personaje real: María Pérez Marín, curtida entre las siegas de Cagitán, mujer que no sabía leer pero que sabía escuchar, que conquistó, incluso, el trabajo de los hombres, cuando se los llevaron a la Guerra Civil, que no dudó en amarrarse el pelo para hacer de tripas corazón y alimentar, cuidar y proteger a su familia. Con su voz eterna, Rosa Campos la trae a la vida y recupera una posible charla mantenida en 1975, en forma de obra de teatro en un solo acto.

Pregunta: Rosa, ¿cómo conoció a María Pérez Marín?

Respuesta: La conocí cuando era niña, vivíamos en la misma calle, y la relación entre mi familia y ella era muy buena, esto hizo que viera la hondura que albergaba su recorrido vital, y que con el paso de los años haya ido en aumento la impresión de que debía compartir algo que nos puede nutrir.

P: ¿Ha guardado algún recuerdo sin relatar por pudor o por miedo?

R: He contado mucho de su vida, pero no todo lo que he conocido. Respeto el derecho a esa parcela no expuesta, quizá esto se pueda entender como pudor, no porque sea algo vergonzoso, sino porque entiendo que, aun siendo invulnerable, no necesita ser compartido; sin embargo, sobre lo que he escrito, sí creo que estaría de acuerdo. María pertenece a esa genuina clase de personas que nos lega su “testigo de experiencias”, válido para otros recorridos vitales.

P: En el libro se puede sentir el aroma y la vitalidad de María, ¿qué paisaje, qué olor, qué momento le viene a la mente al pensar en ella?

R: Preciosa pregunta. El paisaje que me viene a la memoria es el de Calasparra, también el de Cieza, Moratalla, Cehegín, Abarán, Ricote, Mula…  Y en el fondo todos los pueblos colindantes regados por el Segura y sus afluentes, los unidos por el inmenso Cagitán. Y el paisaje urbano calasparreño, las calles siempre ambientadas por el ir y venir del vecindario, las puertas abiertas, las canciones que salían desde el interior de las casas, unas veces desde la radio y otras cantadas por las mujeres en un sonar armonioso, en el que se desplegaban sentires que podían ser contagiosos para bien de la comunicación de emociones; un paisaje que en realidad todavía perdura y tiene mucho que ver con la de los pueblos murcianos, en los que la vida de interior se mezcla con el exterior, aportando ese contraste de frescura y calidez tan nuestro.

Aquel ayer aún me trae su olor a pan, a guiso, a tomillo y romero… según la hora del día o el día del año. También a agua de colonia, en el libro hablo de “Quince abriles”, que se compraba suelta, y a pastilla de jabón, del que María desprendía un grato aroma.

P: En la voz de María se escuchan otras tantas voces, las de cientos, miles de mujeres que sostuvieron las vidas de los otros, con el dolor y a pesar de él. ¿Quedan historias de vida, de esa España, sin contar?

R: Creo que sí, y de las que tenemos mucho que aprender, y tanto que agradecer, la vida ha seguido su curso gracias a ellas, porque se han tenido que enfrentar a lo más difícil, criarnos a hombres y mujeres en medio de desmedidas dificultades, y, no obstante, han sabido sacar adelante a las generaciones que les han sucedido, y todo ese empeño porque el vivir siga su camino, no debe caer en el olvido. María Cayuela en el fondo pertenece a la recuperación de la memoria histórica, es un reconocimiento a ella, a su familia y, como bien dices, a tantas historias de vida que quedan por contar.

P: Se pueden ver en sus obras tres bloques capitales: la importancia de los cuidados, la labor (a veces) invisible de las mujeres y la belleza del entorno natural. ¿Son estos factores valorados en nuestro día a día?

R: Me alegra que observe esos tres bloques, que no siempre han sido valorados como merecen. Sin los cuidados nada funcionaría, y las mujeres, en su mayoría, han sido y son las encargadas de este esencial cometido, un trabajo que al no ser remunerado no se la ha dado la importancia, indeleble, que le corresponde, aunque ahora se está empezando a valorar, incluso por voces políticas que están comprendiendo la radical necesidad de los cuidados, de hecho el que padres y madres tengan unos meses liberados de sus trabajos para dedicarse a la crianza ya indica que hay mejoras y por lo tanto evolución. En cuanto a la labor realizada por las mujeres, como oficio, bastantes lectoras y lectores ya me han dicho que les recuerda a sus madres, abuelas, o mujeres cercanas que aportaron una economía colaborando en cubrir necesidades básicas, ejerciendo labores en las que sustituían con excelencia a hombres, pero sin ser reconocidas ni valoradas, y en María Cayuela he querido recoger ese aspecto fundamental, en ella pone de manifiesto lo relevante de sus oficios. Y me parece consustancial la belleza del entorno, desde las buenas relaciones entre gente que convive en domicilios cercanos o con intereses afines, a las buenas relaciones con el paisaje. El entorno rural posee una riqueza que va más allá del costumbrismo, en este mundo está todo el universo, lo bueno y lo malo, como en los cuentos de tradición oral, para aprender a enfrentarnos a las dificultades y a superarlas, se descarta la soledad no elegida, se pueden prestar ayuda unos a otros, la transmisión de los conocimientos y el encuentro es más fácil en los pueblos, donde la creación y recepción cultural también surge. En esto también hemos crecido socialmente, ya no dependemos de la capital como núcleo donde emerge la cultura, es una dinámica que también se da en nuestros entornos, y esto también aparece en María como cimiento. Estos tres ejes fundamentales que has destacado van en crecida, pero tenemos que seguir alimentándolos porque aún les queda mucho camino por recorrer.

P: El amor que puede sentir y vivir, dos veces, María, se ve truncado. ¿Cómo relataba la historia de sus dos amores?

R: Cuando me contó, concisa y apasionadamente, la hermosa relación con su marido me di cuenta de que era mujer moderna, en nada parecida a muchas otras de su edad, que habían asumido una doctrina del catolicismo de su época tan rigurosa como enajenada de la vida, y el dolor ante su pérdida fue inmenso y su forma de afrontarlo fue referencial. En cuanto a la segunda relación, hubo belleza, y dolor por la presión social, siempre lo tuvo claro, aunque en estas cuestiones, como en todo, he procurado ponerle la mejor voz que he intuido para ella.

P: La atención a sus hijos supone una clave continua en el libro, ¿qué han podido recordar de María, sus descendientes?

R: Todo lo bueno en los días que pudieron convivir con ella, era una gran mujer que dejaba huella, si bien al vivir lejos, algunas circunstancias y experiencias les ha gustado recordarlas, saber de ellas. Su familia, la que vive fuera y la de Calasparra, estuvieron acompañando de manera entrañable en la presentación del libro. La maravillosa acogida de ver la historia de su abuela, bisabuela y tatarabuela, como base del libro fue muy emotiva e inolvidable.

P: Durante la Guerra Civil, María toma la decisión de asumir una nueva profesión que tradicionalmente elaboraban los hombres, ¿cómo fue la Calasparra de aquellos años? ¿Recuerda los relatos de aquellas mujeres?

R: La verdad es que era una mujer valiente, con arrojo, y cuando vio que ese trabajo estaba demandando a alguien que conociera el oficio se arriesgó, ella lo conocía de vista y se dispuso a practicarlo. No era lo que le gustaba, pero sí lo que le urgía para sacar a su familia adelante, aunque para ejercerlo necesitara fuerza, energía que confiaba en que sabría sacarla de su interior.

Las mujeres en ese tiempo de guerra hacían trabajos agrícolas, de costura, de limpieza, incluso si tenían que reparar algo de albañilería también restauraban si no había un hombre en casa, era el momento en que se podían ver sus cualidades para trabajos que socialmente tenían asignado el género masculino en su ejecución, y por supuesto, hacían todo eso además de encargarse de los hijos y de los padres, si eran mayores. Nunca dejaban de cuidar, ni de trabajar, si podían, fuera de casa, y de entablar relaciones de ayuda en el vecindario.

Eran mujeres que hicieron la guerra desde otras trincheras, pacifistas y dadoras de vida, traerlas a la memoria es una manera de hacer y de visibilizarlas como se merecen.