La vedete que perdió un zapato en Cieza

Blanquita Rodríguez, la actriz española de los años 30 que debutó en la ciudad

Miriam Salinas Guirao

Cieza ha sido el escenario de cientos de artistas. Blanquita Rodríguez, vedete olvidada entre la vorágine de los años 30 españoles, pisó las tablas ciezanas y además, no olvidaría nunca su paso por la localidad.

En 1813 nacía en la ciudad una asociación de aficionados al teatro que preparaba funciones en un patio abierto “siendo dirigidos por José Manrique de Lara, administrador de la Encomienda, bajo la presidencia de José Bermúdez Abellán (Maestrante de la Real de Ronda y Teniente Coronel de la Milicia Nacional en 1823)” (‘Cieza durante el siglo XIX’ de Ricardo Montes Bernárdez).  Las obras, siguiendo al historiador Montes, se representaban en el Corral de la Posada. El teatro se hallaba ubicado en la Casa Hospicio, “pero para entonces ya amenazaba ruina”. Trataron de resolver la situación organizando una colecta con el propósito de lograr fondos con los que poder construir uno nuevo. Sin embargo, la obra se hundió antes de terminar su construcción” (Ibídem). También vieron la luz el Teatro Juliá, el Teatro Galindo, el Teatro Circo, el Salón Azul o el Borrás.

La vedete Blanquita Rodríguez

Años después de los primeros pasos teatrales en Cieza, llegado el siglo XX, Blanquita Rodríguez, con 14 años, viene a la localidad y el recuerdo de su actuación la acompañaría siempre. El testimonio quedó grabado en la entrevista publicada en 1930 en la revista satírica y humorística Muchas Gracias, “que muy pronto se convirtió en una de las más populares que se publicaron en los años veinte del siglo XX, considerada una auténtica edad de oro de este tipo de publicaciones, fundada y dirigida por el volteriano y republicano escritor y editor Artemio Precioso (1891-1945)” (BNE). Ella, Blanquita, era madrileña, hija de Lino Rodríguez y hermana de Olvido.

Pedro Martín Puente, el entrevistador, le lanzaba esta frase: “Ojos negros, piel morena, boca bonita, de labios sensuales, y simpatía para repartir a puñados. Así es—al menos para nosotros—la vedettita que fulgura en la revista con su luz clara y alegre de domingo madrileño: Blanca Rodríguez”. A Blanca le gustaba el fútbol y los toros, el mantón de flecos y el abrigo de pieles, el chotis y el charlestón, y lo mismo entraba en el Ritz que en la Costanilla. Las cervezas y las patatas fritas, aperitivo estrella en cualquier rincón del país, era un tentempié preciado para la actriz. Ella relataba en la entrevista, concedida tres años después de su paso por Cieza, que había días en los que se sentía romántica, y se creía “todos los camelos de las novelas de amor platónico y apasionado”; otros, confesaba, se hacía la loca, y se situaba “en plan frívolo de chica moderna y niña-cretona”; pero los días más felices eran esos en los que el sol de Madrid despertaba “la chulilla castiza que todas las gatas, aun las más elevadas en sociedad”, llevaban encerradas en el corazón, para lucirla en los días grandes. “Entonces me gusta pasear por barrios bajos, y escuchar los piropos graciosos y simpáticos de la gente del bronce, tan distintos de la cursilería o la procacidad disfrazada de elegancia, que es lo habitual, aunque haya excepciones, en las galanterías de los admiradores, a quienes se da pelota”, aparecía en el testimonio que recogía el entrevistador.

El debut en Cieza

La “mayor emoción” de su vida fue su debut y, qué bella casualidad, ocurrió en Cieza. Por lo que relata debió ocurrir en el verano de 1927, cuando contaba 14 primaveras la joven Blanquita: “Como era muy pequeña, me estaban grandes todos los trajes y zapatos, y al marcar un paso de charles salió disparado uno hasta la primera fila de butacas, precisamente entre dos castigadores míos, que armaron un escándalo terrible por la posesión del zapatito. Y yo, a todo esto, ‘acharaíta’, no sabía qué hacer, si quitarme el otro, o bailar a la patita coja. ¡Un rato terrible, no lo olvidaré nunca!”, recordaba.

Tras la pista de Blanquita

Lo de los toros y el fútbol, la frase que pronunciaba en la entrevista -o que expresó el entrevistador- guarda todo el sentido atendiendo a su biografía. Blanquita fue la protagonista de la película dirigida por Florián Rey ‘Fútbol, amor y toros’ (1929). Compartió escena con Guerrita, Adolfo Bernáldez, Carlos Rufart, Modesto Rivas y Ricardo Núñez. El título conjugaba el deporte, entonces considerado como la modernidad, los toros, como la tradición y el amor, que inundaba ambos asuntos.  En 1928 se estrenaba  ‘Pepe-Hillo’ de José Buchs, también de temática taurina, aunque mezclada con un los amores en un convento. En este film la joven Blanquita recibe más halagos por su naturalidad y le auguraban un “gran porvenir”. El Heraldo de Madrid le dedicaba estas palabras en 1928: “Blanquita Rodríguez, una niña casi, catorce años de guapeza y temperamento que tienen el valor de veinticuatro en el saber y la inteligencia”.

Blanca ya aparecía en la prensa madrileña a los 14 años, con “el arte que no se puede improvisar” le venía en vena, según las crónicas. Le hablaba al público de cara. Pisó las tablas de teatros y apareció en la gran pantalla. También vedete, vestida de flecos, plumas, dejando las largas piernas al aire.

En 1931 La Libertad traía a padre e hijas en acción. Los teatros Maravillas ‘El conejo de Indias’, libro de Bellido y Bertrán, música del maestro Sama, reflejaban piececillas cortas donde Olvido y Blanquita Rodríguez actuaron en compañía de Lino Rodríguez que “animaba la escena con sus infalibles recursos”. Un mes antes Blanquita era fotografiada haciendo “la deliciosa triple cómica” en uno de los números musicales de ‘El as de copas’ de la compañía de Lino Rodríguez, obra de González del Toro, con música de los hermanos Arquelladas. El 26 de enero de 1933 anuncia el Heraldo de Madrid que Blanquita se sumaba a la compañía de revista de Maravillas sustituyendo a Amparito Perucho, después de estar un año apartada de la escena.

Irreverente y valiente, Blanquita confesaba, con respecto al drama de Zorrilla, Don Juan, sin pudor ninguno, que habría dejado K.O. al comendador y hubiera salvado a Inés, sin dudarlo. Habló también del divorcio, en 1931 en Estampa, poniéndose a favor “siempre que del primer matrimonio no haya más que un hijo, y este se lo lleve la madre”.

Ha sido muy complicado hallar información de Blanquita: la profusión artística de la España de los años treinta se paró con el estallido de la Guerra Civil, tras el golpe de Estado, y con la consiguiente posguerra. Por suerte la Blanquita en escena, la que perdió un zapato en Cieza –que esperamos que recuperase tras el acto-, sigue viva en la prensa y en este artículo, que no olvida su debut.

 

 

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