La tercera opción política, según Diego J. García Molina

La tercera opción política

En el momento de escribir estas líneas estamos en la cuarta semana de confinamiento de la población española a causa del estado de alarma decretado por el gobierno, y casi 15.000 personas han fallecido por la dichosa pandemia de Covid-19, aunque esta cifra podría ser mucho más elevada debido a los criterios utilizados por las autoridades para contabilizar los afectados por este motivo. En todo caso, España es el país del mundo con mayor porcentaje de muertos por millón de habitantes y hasta hace pocos días uno de cada cinco muertos en todo el mundo era español. No hay duda de que la gestión ante esta crisis no ha sido la más acertada, no hay más que comparar la actuación y los resultados obtenidos con los de otros países para darse cuenta. Desde la tardanza en ser conscientes del peligro real del virus y aplicar medidas de contención, hasta la falta de previsión y eficiencia en la adquisición de material de primera necesidad para los servicios sanitarios. Sin embargo, es sencillo encontrar opiniones, personales o en medios de comunicación, que niegan cualquier negligencia de la coalición liderada por Pedro Sánchez y excusa todas decisiones equivocadas tomadas por el ejecutivo, todo perfecto.

Esta incapacidad de toda crítica es claramente un problema, no obstante, cuando quien ha estado en el poder fue el PP la situación se asemejaba bastante; los españoles, aunque esté mal generalizar, nos conformamos con poco y defendemos contra toda lógica al partido político de nuestros amores, haga lo que haga. Revisando la historia reciente esta actitud ha sido una tónica desde que surgieron los primeros embriones de partidos políticos a principios del siglo XIX. Hasta la invasión napoleónica de 1808 solo habíamos tenido reyes y era la nobleza, la propia familia real y la jerarquía eclesiástica quienes participaban en las intrigas y toma de decisiones en el gobierno de la nación. La guerra de Independencia, con la creación de Juntas por todo el territorio con apoyo del pueblo, tras el sometimiento a Napoleón del Consejo de Castilla, rompió la estructura organizativa del país. La Constitución de 1812 proclamada por las Cortes de Cádiz en plena guerra ante la indiferencia general y con el rey Fernando VII prisionero del francés supuso la formación de un partido nunca visto hasta entonces, el liberal. Al finalizar la guerra la restauración del monarca llevó a la derogación de la Constitución, aunque después de seis años de absolutismo los liberales se hicieron con el poder en el llamado trienio liberal. Este acabó con la intervención francesa de los 100.000 hijos de San Luis, donde se popularizó la famosa frase “Vivan las caenas”, sí, así fuimos y creo que seguimos siendo. En todos estos periodos se produjeron sucesos de represión contra liberales y contra absolutistas, comenzando de ese modo un enfrentamiento enconado que no ha tenido fin hasta nuestros días, incluyendo levantamientos de partidas realistas que pedían más absolutismo e intervención de la iglesia, varias guerras carlistas, dictaduras y una sangrienta guerra civil, de la cual pensábamos se habían cerrado las heridas y ahora hemos descubierto que todavía queda para la reconciliación real.

La confrontación de ideas es necesaria, dentro de unos límites adecuados y sin llevarla a los extremos de no admitir crítica o cuestión. En muchos casos genera tensión sin importancia más allá de la política, pero en otros, anteponer las prioridades ideológicas llevan a ocasionar males mayores, como ha sucedido en la coyuntura actual. En este momento, los partidos definidos como de derecha o izquierda, junto a los de corte nacionalista, ocupan prácticamente el 90% de los votantes que acuden a las urnas en cada evento electoral, sin embargo, son muchas las personas abstencionistas que se quedan en su casa, o que fluctúan de un partido a otro ejecutando el llamado voto de castigo. Es imprescindible, en primer lugar, fomentar y practicar el respeto al que tiene un pensamiento y doctrina diferente. Es habitual la descalificación y el insulto a todos los niveles, entre los mismos políticos, los medios de comunicación y a pie de calle. Por otro lado, debería ser hora de acabar con la hegemonía de los extremismos ensanchando la base electoral de la llamada tercera vía, el centro, partidos trasversales, o como lo queramos llamar; en definitiva, una opción que huya del sectarismo y el radicalismo político, centrándose más en la gestión y en las necesidades reales de la población, apuntalando el Estado de Bienestar y favoreciendo la actividad económica, que es, al fin y al cabo, la que sufraga los gastos de esta sociedad. Saldremos de esta. Es en las crisis donde aflora lo mejor de cada uno y no está siendo diferente en esta ocasión, pero debemos sacar conclusiones y aprender de ella.

 

 

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