La soledad del sabio

El cambio de denominación del IES Diego Tortosa es necesario para cumplir la ley, si no se lleva a cabo se incurriría en prevaricación

Manuel Martínez Morote (Profesor de Geografía e Historia)

“Donde hay poca justicia, llevar razón es un peligro”

En el siglo XVII, Francisco de Quevedo aseveraba la frase que da comienzo a este escrito. Es una afirmación tan cierta que sirve para todos los tiempos, que no pierde vigencia y que explica la soledad del profesor Alfredo Marín Cano en su intento de hacer cumplir la Ley de Memoria Democrática en relación a la denominación del Instituto de Educación Secundaria donde ejerce la docencia, el Diego Tortosa.

El profesor Marín es Doctor en Historia. Es lo primero que hay que tener presente. Lleva más de dos décadas insuflando el amor a la Historia a los alumnos que han tenido la fortuna de entrar a sus clases y tiene publicada una copiosa bibliografía historiográfica de un rigor inapelable. Es, además, por encargo, hace algunos años, del propio centro de educación, el biógrafo de Diego Tortosa y el jefe del Departamento de Geografía e Historia.  Ha impartido clases en Alemania y Portugal y ha recorrido algunos de los principales archivos de España y de Europa; sin embargo, nada de esto impide su dolorosa soledad.

Los profesores de Historia estamos acostumbrados a ello. En otras materias, los alumnos son conscientes de que el profesor de Matemáticas, por poner un ejemplo, sabe más de la materia que ellos, que sus padres, el periodista o el político; son conscientes de su ignorancia y si son buenos estudiantes aprenden con el docente. En Historia el asunto se complica. Todo el mundo tiene una referencia relacionada con la Historia, todos los alumnos entran a clase con cierta narración de personajes o acontecimientos, y si estos son del siglo XX, con mayor intensidad todavía, y entonces se les plantea el dilema de descubrir lo que significa el conocimiento histórico o seguir pensando que las opiniones, las experiencias personales, los recuerdos e incluso las emociones de personas que no han estudiado Historia son tan validas como la exposición científica del profesor. Es como si estos mismos alumnos, o los adultos, cuando enfermasen, se dirigieran a un arquitecto, o a un agricultor, o a un profesor de Historia, por poner tres ejemplos, para que los diagnosticasen y los sanaran. El asunto no tiene sentido. Por ello, siempre se acude al médico, es decir, a la persona que sabe de aquel conocimiento, al sabio; todas las argumentaciones no tienen la misma validez.

No me sorprende, sin embargo, esta soledad, ni tampoco, por qué no decirlo, cierta ambigüedad calculada. No me sorprende el silencio mostrado por un claustro de profesores que imparten docencia amparados, no deben olvidarlo, en leyes democráticas y que son esos mismos valores los que deben representar todo lo concerniente a un centro educativo, incluida su denominación. Hay todavía un franquismo, como poco sociológico, que explica que todavía se tenga duda de lo que representó un régimen ilegítimo que estuvo ejecutando a compatriotas hasta la muerte del dictador. Existe un relato franquista todavía aceptado, una especie de mal menor que hizo posible la democracia y nos salvó de judíos, masones y comunistas. Hay una percepción sesgada y trivializada que ha omitido que la Guerra Civil fue producto de un golpe de estado y que desde 1939 ya no hay dos bandos, solo uno que ejerce la represión hasta la aprobación de la Constitución de 1978. Hay un relato que no habla de los franquistas que se pusieron el uniforme nazi, ni de los republicanos que fueron exterminados en campos como Mauthausen. Un lugar común que no habla de campos de concentración, ni de fosas comunes, que mitifica la emigración española de los años 60 sin aludir al desarraigo y la miseria, que ensalza el desarrollismo que arruinó el medio ambiente y que confunde a las víctimas con los verdugos.

No me sorprende el silencio de los partidos políticos que sufrieron la represión e ilegalidad del franquismo y el de socialistas y comunistas de este pueblo nuestro; pero me causa una profundísima tristeza. No me sorprende la callada de colectivos que estuvieron marginados y perseguidos durante la dictadura; no me sorprende ya casi nada. Todavía hay miedo; es mejor callar que significarse con una denominación alejada del franquismo, y, claro, luego está la posición de los herederos del franquismo y el lugar, para otros, que siempre otorga la ignorancia al desinformado.

La denominación del lugar donde se forman los jóvenes no es una cuestión personal del profesor Marín Cano. No es que él quiera o deje de querer; es, simplemente, el cumplimiento de una ley aprobada en la sede de la soberanía nacional. No cumplir una ley democrática, a sabiendas, en un estado de derecho, es prevaricación, pues es una acción injusta y contraria a la ley. Es, además, una cuestión que no tiene debate alguno. No se trata de si a alguien le parece bien o mal el cambio de nombre, sino de que se aplique la ley. Es también una cuestión democrática, ética y de rigor histórico.

Claro que es importante el nombre que lleve una plaza, una calle o un instituto. Es una manera de homenajear un acontecimiento, una persona, una fecha… Es la manera con que algunas ciudades hablan de su identidad, de sus hijos ilustres. Que se aprobara la denominación en democracia es un hecho que puede explicarse por la falta de estudios biográficos, por desconocimiento; pero hace años esa cuestión está solventada. Tampoco parece razón de peso la cesión de terrenos, que, por cierto, se hizo a una orden religiosa, y, ni mucho menos, puede ser determinante para no realizar el cambio la desidia y el relativismo.

Me he visto en la obligación de realizar este escrito y de apoyar públicamente la valiente y necesaria iniciativa del doctor Marín Cano. Extraño en esta cuestión a mucha gente y en nada me sorprendo con la actitud de otras. Creo que mi posición, como profesor de Historia y demócrata, no puede ser otra. Oscar Wilde afirmaba que “en un mundo lleno de ruido, la soledad es el regalo más hermoso” y, sin embargo, que hiriente me resulta la soledad del sabio.