Izquierdas
Izquierdas hay muchas. Dejémoslas, para simplificar, en dos. La llamada izquierda de “gobierno”, “reformista” y “gestionaria”, que aun aceptando la preponderancia de la economía capitalista, no renuncia a transformar la sociedad mediante mecanismos de corrección. Y la otra, la que conocemos como izquierda de la izquierda, más combativa, que apuesta por transformaciones sociales y económicas mucho más profundas. Hay veces que ambas andan unidas (más o menos), como ahora; y otras, enfrentadas a cara de perro como en los noventa, disparando cada una desde “su orilla”.
Con una crudeza descarnada, planteó Sartre este combate entre la “pureza ideológica” y lo que se conoce como “compromiso histórico”. Fue en su obra de teatro “Las manos sucias”, escrita en 1948, poco después del fin de la Segunda Guerra mundial. Una obra que vi representada en 1978, en el entonces Teatro Eslava, de la calle Arenal, en Madrid, y que no me dejó indiferente.
El fin y los medios. Hugo contra Hoederer, acusaciones cruzadas de excesiva moderación frente a excesivas expectativas. El asunto viene de lejos.
¿En qué situación nos encontramos en estos momentos? En un difícil equilibrio, como siempre. Con problemas sangrantes como el de la vivienda cuya solución no puede esperar, pero también con avances significativos fruto de la coalición gubernamental de progreso. Con un PSOE que necesita del acicate sostenido de esa otra izquierda para avanzar, y una izquierda alternativa que debe participar en el gobierno para orientarlo socialmente.
Por donde se mire, ambas izquierdas están, no sé si condenadas, pero sí obligadas a entenderse.
A quién le importa
La novia de un amigo mío de la mili, madrileño para más señas, era experta en crear suspense. Cuando le preguntaban dónde trabajaba, contestaba imperturbable que en el Centro Superior de Investigaciones Científicas, lo que despertaba de inmediato interés y admiración, más probablemente entonces, a finales de los años setenta, que ahora. “¿En qué sección del CSIC?”, inquirían algunos. En la de limpieza, soltaba mirando con fijeza a los ojos.
No hace mucho, en un concierto en el Víctor Villegas, había cerca de nosotros un grupo de jóvenes que se saludaban animadamente. Oí que alguien se estaba interesando por la vida laboral de una de las chicas. “Yo, dijo ella jocosamente, sigo trabajando de fotógrafa en la BBC”. ¿Fotógrafa en la British Broadcoasting Corporation?, me sorprendí, con admiración. “Sí, aclaró ella, entonces: “Bodas, Bautizos y Comuniones”.
Creo recordar que fue en “Ese oscuro objeto del deseo”, de Buñuel, donde el protagonista charla en un vagón de tren con alguien que se presenta como profesor de filosofía. “¿En la Sorbona?”, se interesa el interlocutor. “No, clases particulares”, matiza el metafísico.
Cuando a mí me presentan como escritor, me halaga y me abruma al mismo tiempo. Pese a llevar publicados varios libros, me siento un impúdico suplantador de identidad. No puedo dejar de percibir que se ha producido algo así como un “qui pro quo”, ese error que consiste en tomar a alguien por otra persona.
No debería preocuparme. En el fondo, como escribía Carlos Berlanga en una de sus canciones, a quién le importa.
“Yo es otro”
Se podrá decir más alto, pero tal vez no más claro: “Me parece horrible. Nunca pude imaginar que eso estuviera ocurriendo”. Son palabras de Manuela Carmena sobre las presuntas agresiones sexuales cometidas por Íñigo Errejón, con quien compartió cartel electoral en 2019 y quizá cierta amistad. Una consternación que acompañamos de una reprobación inapelable, así como de un obvio apoyo a las víctimas. Queda la duda, que el tiempo ira probablemente aclarando, de si se hizo “lo suficiente” para atajar esta situación, y pendientes las responsabilidades que pudieran derivarse si no fue así.
En el plano político, el golpe no puede ser más duro para Sumar, pero también para la imagen del gobierno progresista. Un daño inmenso difícilmente reparable. Estado de shock, tristeza, desánimo… la conmoción es grande en la izquierda. Duele que una persona joven y brillante, referente ideológico y político, pueda haber caído en ese tipo de comportamientos. Y pienso en él con tristeza. Yo también, como García Montero, lo siento como un compañero de viaje.
Dicho esto, entre tantos ecos, escuchemos también otras voces. A mujeres feministas que se hacen preguntas incómodas. Como las del colectivo Cantoneras que utilizan términos tan gruesos como linchamiento, o cuestionan cierto feminismo “remoralizador”, al tiempo que abogan por “aumentar la autonomía de las mujeres” y empoderarlas.
El gran Rimbaud, si se me permite la licencia, con quien Errejón parece compartir una brillante e inacabada juventud, aseguraba enigmáticamente que “yo es otro”. El primero en el ámbito poético, el segundo, en el político, vieron cómo sus vidas basculaban pronto vertiginosamente.
No dudo de que Errejón fuera “ese” que conocíamos, pero también era “otro”. Tal vez por eso acudía a terapia. El drama de la identidad.