La Opinión de Antonio Balsalobre

ATALAJAZZ

Las rutas del Jazz pasan la semana que viene por el Club Atalaya, el Ateneo ciezano. Es más, música y Club (como lo llamamos nosotros) son dos palabras que van muy bien juntas. Una y otro mantienen una larga historia de complicidades que se remonta a los años 60 del siglo pasado y que se renueva en cada concierto. Escenario musical permanente desde entonces, han pasado por aquí desde los grupos más pop y rockeros a los cantautores más comprometidos. Desde los míticos Jawhar’s Pop locales a Paco Ibáñez o Luis Pastor, pasando por el quejío flamenco de Menese o el jazz progresivo de Max Suñer.

La próxima nave que está al partir, dispuesta a emprender un viaje mágiko por los ritmos y compases de la negritud, lleva por nombre ATALAJAZZ y rima con libertad. “Toda la idea del jazz es política, porque el jazz es libertad”, asegura el colosal saxofonista Sonny Rollins. Cómo no iba a ser así, si nació de la esclavitud para acompañar a unos hombres y mujeres en su lucha por la emancipación. Y mucho sabe también el Club Atalaya de libertad.

Un cartel de músicos y grupos de reconocido prestigio en el mundo jazzístico protagonizarán los tres días de música en directo y bajo las estrellas en el patio del Club (7, 8 y 9 de agosto). Ritmos vertiginosos o sonidos cálidos y misteriosos nos esperan. No podemos perdérnoslos.

Dos minutos y una foto

Empezaré por señalar lo obvio. Cuestionar la estrambótica investigación prospectiva del juez Peinado no significa en modo alguno atacar al Poder Judicial (es él más bien quien lo está poniendo al pie de los caballos), ni supone blanquear cualquier presunto “delito” que haya podido cometer Begoña Gómez. Si algo punible ha hecho la mujer del presidente, que responda por ello. Pero se da el caso de que tres meses después de iniciada la causa, instigada por el pseudosindicato ultraderechista Manos Limpias, Peinado sigue sin aclarar los extremos de la instrucción. La propia Fiscalía califica la investigación de “carente de indicios”, “desmesurada”, y desprovista de la “más mínima precisión”. Pese a todo, el juez ya tiene lo que buscaba: un interrogatorio en la Moncloa y una foto. Un interrogatorio fugaz e intrascendente, puesto que el presidente del Gobierno se ha acogido a su derecho a no declarar en una causa contra su esposa y unas imágenes anodinas, pero que convenientemente “maqueadas” pronto inundarán ciertas redes. La reacción no se ha hecho esperar. La Abogacía del Estado se ha querellado contra el juez por prevaricación. Nunca, desde 1882, se había incumplido la norma de permitir a un presidente del Gobierno declarar por escrito.

Sea como sea, la fiesta, lejos de terminar, ha empezado. Peinado, con su equipo de grabación, ha tomado “heroicamente” la Moncloa durante dos minutos y el espectáculo está servido.

Lilliput o Brobdingnag

Con viento favorable, Gulliver dejó Lilliput y se echó a la mar un día de 1701. Quería dirigirse hacia el Noroeste, donde esperaba reencontrarse con los suyos. Acabó, sin embargo, después de dejar atrás un país de habitantes diminutos, donde él era un gigante, dándose de bruces con otro en que los colosos eran los demás y el menudo él. Pocas veces se ha reflejado mejor en la literatura el relativismo social que nos acompaña desde que nacemos. Lo grande y lo pequeño lo son en función de con qué se compare. Y así en todos los órdenes de la vida. Satírico y escéptico, Swift formuló en su libro una amarga crítica contra la sociedad de su tiempo y los defectos de la condición humana.

Nos movemos inexorablemente entre lo telescópico y lo microscópico. Y en función de cómo nos va la vida, del cristal con que la miramos, la perspectiva que adoptamos, el humor de los días, el espasmo de las vísceras, o si estamos en Lilliput o Brobdingnag, las cosas nos parecen grandes o pequeñas, importantes o insignificantes. La lectura mañanera del periódico sea tal vez el primer viaje de Gulliver de los muchos que hacemos a lo largo del día.