La nueva esclavitud según Vergara Parra

La nueva esclavitud

Quien alguna vez me haya leído sabrá de mi obsesión por la libertad. Es una cuestión recurrente en mis escritos pues, en efecto, veo en ella el más elevado ideal al que toda persona debe aspirar. El verso, para que sea realmente hermoso, requiere prosa. Eso mismo le ocurre a la libertad. Difícilmente podemos ir tras ella de no disponer de lo esencial para vivir con dignidad. Luego nuestra más esencial e irrenunciable conquista es que todos nuestros semejantes, sin excepción, tengan lo necesario para vivir con decoro.

Millones de personas mueren de inanición; otras tantas carecen de servicios esenciales como el agua potable, sanidad o educación. Miles de semejantes son asesinados por sus ideas o creencias religiosas, o residen en lugares donde la vida tiene escaso valor.  Otros viven en sistemas esclavistas, condenados a trabajar en jornadas interminables y condiciones infrahumanas a cambio de míseros salarios.

Mientras todo esto ocurra a nuestro alrededor, la libertad, en cuanto a su naturaleza decididamente teleológica, no pasará de ser un capricho filosófico en manos de un mundo superficial e indolente. La libertad, como toda liberalidad o derecho, será tanto más digno cuanto más lo sea el fin perseguido.

Escribo desde el llamado primer mundo, donde, en términos generales, hay prosperidad y riqueza. Las desigualdades se hacen más evidentes pues demasiados tienen demasiado y demasiados casi nada. No es cierto que cada cual tenga lo que merece; en absoluto. Los más vulnerables son presa fácil de las drogas, el alcohol o la soledad. El mundo que conocemos se ha vuelto extremadamente exigente e implacable; hasta tal punto es así que el reguero de deserciones es cada vez más notorio.

Hay quienes, por carecer del perfil requerido, son despojados del sistema y muchos de los elegidos, sin ser conscientes, renunciaron a vivir de veras, por quimeras perversas y vacías. La libertad no es atesorar bienes tangibles, ni hipotecar nuestro tiempo para amortizar las letras que tuvimos que rubricar para comprar esos bienes, ni claudicar antes los sueños, ni bajar la cabeza, ni sentir miedo. La libertad es trabajar con honradez por un salario justo; la libertad es leer un buen libro o escribir una poesía. La libertad es dar nuestro tiempo a los hijos o charlar con amigos y amar a nuestra pareja. La libertad es viajar o permitir que una ola sazonada y espumosa bendiga nuestro espíritu. La libertad es mirar la noche estrellada sin que una conciencia empañada nos reste un ápice de su belleza. La libertad es ir tras el bien y la verdad allí donde estén. La libertad de desterrar el odio y la envidia de nuestras entrañas.

La libertad, queridos amigos, tiene enemigos conocidos. Nos quieren alienados y sumisos. Nos quieren doblegados y postrados. Las cadenas y los grilletes están en desuso pero hay otras formas más refinadas, y no menos perversas, para esclavizarnos. Nos han convertido en consumistas compulsivos, creándonos necesidades innecesarias y, por ende, confiriendo a nuestros acreedores el timón de nuestras vidas. Nos quieren frente al televisor, tragando bazofia, zafiedad e inmundicia. De aquí y de allá nos quieren adoctrinados, para que hagamos de tontos útiles del poder de siempre. Nos quieren enfrentados para que así, entretenidos en nuestras aparentes disputas, hagan de su capa un sayo.

Sí. Definitivamente, la libertad es una conquista permanente que no admite tregua ni fonda, porque nuestros enemigos odian lo que desconocen y no entienden, y jamás descansan.

 

 

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